BILBAO

AL otro lado del teléfono, en Nicosia, capital de Chipre y única ciudad del mundo dividida por un muro -con las partes norte (turca) y sur (griega)-, se escucha la voz guerrera de un niño que reclama atención.

Veo que tiene trabajo...

Es Unai, mi hijo, que anda por aquí.

¡Unai! Usted Urko, y su hermano Arkaitz. No puede esconder que en sus genes hay sangre vasca.

La hay. Hemos querido seguir la tradición de nuestro padre.

Quien habla es Urko Pardo (Bruselas, 28-I-1983), portero del Apoel Nicosia que ha ganado popularidad tras haber contribuido a que su equipo se haya clasificado ya para los octavos de final de la Liga de Campeones, un hito en el país y que ha destapado la trayectoria de un guardameta cultivado en La Masía, de madre gallega pero de padre vasco. "De Bilbao, Bilbao. ¡Y del Athletic a muerte!", enfatiza el protagonista.

¿Y usted?

De pequeño sí. Luego del Athletic y del Barça. Y ahora del Apoel.

Su historia arranca en Bruselas, donde nació por motivos familiares y escogió su actual profesión. "Tenía seis años y jugaba de delantero en los infantiles del Anderlecht. Era yo el que metía los goles. Un día suplí al meta, que se lesionó, me marcaron media docena pero salvé unos cincuenta. El míster me subió al primer infantil y como lo que siempre quise: ser portero", recuerda. Ya con 16 años fichó por el juvenil del Barcelona, coincidiendo con los Valdés, Iniesta y Messi, jugando al lado de Bojan, Jeffren y Giovanni dos Santos; y todo apuntaba, por calidad y corpulencia, que en el futuro daría el gran salto. Hasta que el infortunio se cruzó en su camino: "En 2002, en el último entrenamiento de la temporada, me rompí el ligamento cruzado durante un partidillo contra el primer equipo, cuando estaba Radomir Antic. Tenía preparado el contrato para subir a la élite y me pasé un año parado", relata Pardo, que sin embargo solamente guarda parabienes para todos con quienes trabajó en la fábrica azulgrana. "Es un lugar maravilloso para aprender el oficio de futbolista. Una escuela de la vida que también me hizo hombre", dice orgulloso.

el interés rojiblanco Fue entonces, el momento en que su porvenir pintaba oros, cuando el propio Urko tuvo conocimiento del interés del Athletic. "Algo sí que llegó a mis oídos. Preguntaron por mí, por si era vasco, pero algún dirigente del Barcelona les dijo que yo era gallego", desvela. El percance físico le obligó a empezar casi de cero, primero cedido al Cartagena y luego al Sabadell. "Aquí jugué todo pero volver a Can Barça era ya imposible y cuando me salió la oferta para irme al extranjero, ni me lo pensé y me fui al Iraklis griego, después al Rapid de Bucarest y de ahí al Olympiacos de Valverde. Con Ernesto me encontré muy bien, pero no hubo un acuerdo para renovar y por desgracia tuve que irme", desgrana. ¿A dónde? Al Apoel, merced a los buenos informes que tenía de sus prestaciones el técnico Ivan Jovanovic. "Tenía tres porteros pero me dijo que confiaba en mí y que aceptara, que con la Champions sería una experiencia bonita. Acertó él y acerté yo", constata. De hecho, tres meses después es titular de la gran revelación continental, de un club cuyo éxito "tiene aquí loca a toda la gente. ¡No te lo puedes imaginar! Nosotros tenemos los pies en el suelo y es preciosa toda la repercusión que estamos teniendo, que os acordéis de nosotros, de mí... (sonríe)".

De algún modo, se siente recompensado por la vida, "todas las cosas pasan por algo y siempre he tirado para adelante. Eso sí, ahora trato de disfrutar del presente sin pensar en el más allá". Ni siquiera en que, aún a sus 28 años, el Athletic u otro conjunto estatal pudiera echarle el lazo. "El Athletic tiene ahora muy bien cubierta su portería con Gorka Iraizoz, no suelo ponerme a pensar en esas cosas porque en nada te puedes ver otra vez jugando en campos pequeños. También me suelen preguntar si he tenido algún portero de referencia, y la verdad es que no. Soy de los que ha tratado de ser uno mismo, y de ir muy paso a paso, incluso cuando me fui de casa solo por primera vez", sostiene Pardo.

a la altura del valencia En Chipre se encuentra como un niño con zapatos nuevos. "Este país, de unos 800.000 habitantes, es muy tranquilo, la gente es muy correcta y hace sol casi todo el año. A nivel futbolístico me sorprendió mucho desde el primer día su nivel. La Liga ha crecido con la llegada de extranjeros", destaca, con la seguridad de que el Apoel estaría peleando en el campeonato español por los puestos europeos. "Es verdad. Yo creo que en la actualidad mi plantilla podría estar luchando con el Valencia, aunque es difícil constatarlo hasta que se diera esa posibilidad". Representante de la zona griega de la isla dividida, el Apoel es el vigente campeón de una pequeña Liga de catorce equipos que necesita estirarse, dirimiendo una fase final en la que intervienen los cuatro mejores de la fase regular. En el plantel de Urko, que compite por el puesto con Dionisios Chiotis, cohabitan otros 17 foráneos, entre ellos los portugueses Paulo Jorge, Pinto y Moris, o los brasileños Ailton, Bezerra, Manduca, Marcinho y Boaventura, además de futbolistas macedonios, holandeses, serbios... Anorthosis, un viejo conocido del Athletic, y el Omonia son sus grandes rivales.

"Somos un bloque que no especula, de vocación ofensiva y que suele tener un 70% o 75% de posesión de balón en cada partido. Quizás en la Liga de Campeones no se vea tanto porque hay que ser más precavidos, por esos estamos clasificados ya con dos victorias y tres empates. Nos jugaremos el liderato frente al Shakhtar, que ya no tiene nada que hacer", concreta. Cauto pero inconformista, quizás su próximo sueño pasaría por cruzar su destino europeo con el Barcelona, "pero tampoco tengo preferencias porque lo que me gustaría es seguir adelante en la competición". En el entorno del Barça le recuerdan como "un chaval majísimo, muy buena persona. Físicamente impresionaba con su 1,90 metros de estatura. Era consciente de que le faltaban cosas y por eso no dejaba nunca de dar el máximo". A lo que Urko añade: "Sé que la gente, como mi entrenador en el filial azulgrana Quique Costas, decía que tenía muy buen porvenir. Todo lo que viví me enseñó que la vida es dura. Salí a buscarme el día a día y no me quejo porque quizás, sin todo aquello, ahora no estaría tan bien como me siento. No le doy más vueltas", insiste. Y zanja: "Este mundillo es difícil, hay mucha presión y nadie te regala nada. Tengo el trabajo más bonito del mundo y mantengo la ilusión".

Quizás la que un día le aproxime a sus raíces vascas. A las de su aita, su hermano y su hijo Unai, a quien aún se le sigue oyendo al otro lado del auricular cómo solicita el cariño de su padre, feliz de que ahora su familia lejana le pueda contemplar por televisión.