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Mourinho deja al Inter coronado de gloria

El técnico luso gana la partida a Van Gaal en una final muy táctica que consagra al goleador Milito

Mourinho deja al Inter coronado de gloriaEFE

bilbao. Lloraba Jose Mourinho de saudade y gritaban los tifossi desbordados de passione. Habían pasado 45 años, tiempos de Luis Suárez y Maricastaña, desde la última vez que el legendario club italiano agarró la Copa de Europa, soportando además en el enorme intervalo la sombra y los desaires del Milan, su odiado vecino y rival, que medró con desmesura en la larga espera, llevándose títulos y honores.

Por eso Mourinho lloraba, sabiendo que está en los altares del club lombardo después de ganar en tan solo un año la Liga y Copa italianas y la Champions, la triple corona que, además, abre la oportunidad de igualar los seis títulos que logró el Barça de Guardiola la pasada temporada, un récord histórico y mundial, y encima con un estilo de juego radicalmente opuesto.

¡Qué grande es el fútbol!, que cae rendido ante la seductora sinfonía blaugrana, pero también claudica empujado por un grupo de malencarados jugadores, retazos, veteranos curtidos y currados en mil batallas y equipos diferentes que, en vez de estar de vuelta de todo, se cuadran ante el mariscal portugués y siguen a pies juntillas sus órdenes, conjurados hasta la victoria final.

Daba pena ver al otrora bullicioso Samuel Eto"o metido en cintura, encajado en el lateral derecho sin rechistar, destinado a tapar las subidas del germano Badstuber como toda misión él, aquel león indomable y reputado goleador. Grande mérito ha tenido Mourinho en toda esta transfiguración, así que el Inter le ha gritado a coro y pletórico de satisfacción: arrivederci Mou, y que te vaya bonito en el Real Madrid.

Nadie puede dudar que el técnico luso es un hombre con espíritu ganador, que es lo que busca Florentino Pérez para su atribulado Madrid, pero otra cosa muy distinta es el cómo, o sea, ganar deleitando, la eterna e insobornable demanda del madridismo.

El Inter apoyó su claro triunfo ante el Bayern de Múnich sobre tres pilares: un plan de juego bien trazado y mejor llevado a efecto, guste o no; la seguridad de su portero, el brasileño Julio César que, como hizo frente al Barça en la ronda de semifinales, fue fundamental con sus paradas, y un delantero de clase media que, a punto de cumplir los 31 años, huele a prejubilado y sin embargo es letal.

Diego Milito fue fundamental para el Inter tanto en la conquista del scudetto como en la final de la Copa; en la ronda semifinal de la Champions y sobre todo en la gran final del Santiago Bernabéu, donde se coronó de gloria con dos auténticos golazos. El primero, a la media hora, construido al modo Caparrós: balón largo de Julio César a la cabeza del ex delantero del Zaragoza, luego temple de Sneijder en el pase al propio Milito, un genial amago, engaño y adentro.

El Bayern pagó así de caro el primer error cometido por su defensa, quizá porque el central Demichelis jugaba coartado por la tarjeta amarilla que ya tenía.

El Inter pudo cerrar el partido en otra jugada trenzada por Milito y Sneijder hacia el minuto 42, cuando Butt respondió con una soberbia parada al lanzamiento del centrocampista holandés.

El segundo gol de Milito llegó en el minuto 70, digno del acontecimiento por su factura, el regate elegante a Van Buyten y el toque sutil desbordando al meta germano en su salida.

Entre uno y otro tanto terciaron dos paradas providenciales de Julio César, la primera a tiro de Müller (m. 46) y la segunda desviando una rosca de Robben que buscaba la escuadra derecha de la portería interista.

Robben, como Sneijder otro defenestrado por el frenesí madridista de los últimos tiempos, fue la gran amenaza del equipo bávaro. Estaba claro y previsto. Por eso Mourinho introdujo una variante táctica y colocó al rumano Chivu como su sombra. Se ganó la tarjeta, pero aguantó el tipo secundado por su equipo.

La esperada contumacia del Bayern tampoco surtió efecto alguno. Demasiado previsible y fácil para un equipo como el Inter, que con el marcador a favor fue apretando la faja defensiva con una eficacia absoluta. Van Gaal probablemente echó de menos al sancionado Rìbery. Gente con iniciativa y talento para reventar tan rocosa muralla. Olic brilló por su ausencia y ni Klos o Gómez fueron el remedio.

Van Gaal, el maestro, se rindió a Mourinho, aquel disciplinado discípulo que ha devuelto la gloria al Inter y a quien el Madrid entrega el mando para reconstruir su imperio.