ATLÉTICO DE MADRID: De Gea; Ujfalusi, Perea, Domínguez, Antonio López; Reyes (Salvio, Min. 78), Assuncao, Raúl García, Simao (Jurado, Min. 67); Forlán y Kun Agüero (Valera, Min. 118).

FULHAM: Schwarzer; Baird, Hangeland, Hughes, Konchesky; Duff (Nevland, Min. 83), Etuhu, Murphy, Davies; Gera; y Bobby Zamora (Dempsey, Min. 55).

Goles: 1-0, Min. 32: Forlán coloca el balón junto al poste tras un remate en semifallo de Agüero. 1-1, Min. 37: Davies remata en el segundo palo un centro al área aprovechando un fallo colectivo de la defensa del Atlético. 2-1, Min. 115: Forlán culmina un pase de Agüero.

Árbitro: Nicola Rizzoli (Italia). Amonestó a Salvio (m. 106) y Raúl García (m. 113), por parte del Atlético, y a Hangeland (m. 62), por parte del Fulham.

Incidencias: Final de la Liga Europa. Partido disputado en el Hamburgo Arena ante unos 49.000 espectadores.

Bilbao. El Atlético de Madrid logró imponerse al Fulham en la final de Hamburgo y ganar un título siguiendo al pie de la letra el espíritu que alimenta su tradición, la del Pupas, y la letra de Joaquín Sabina, que cuando escribió una canción-himno con motivo de su centenario proclamó: "¡qué manera de sufrir, qué manera de palmar...!", condición indispensable para que, muy de vez en cuando, de Pascuas a Ramos, anoche por ejemplo, cuarenta y ocho años después de su único título continental, la Recopa de 1962 que logró ante la Fiorentina en Sttutgart (3-0), el sufriente hincha colchonero, ya con la carne tumefacta, la nariz aspirando la inminencia del infortunio, en plena agonía, en la segunda parte de la prórroga, pudiera estallar de una alegría radiante, única y desbordante por largamente contenida.

El libreto de masoquista futbolístico que adorna el historial del Atlético lo firmó con letras de oro Diego Forlán, autor de los dos goles, que hace un mes presentó un libro autobiográfico de nombre Uruguayo, que ya ha quedado totalmente desfasado.

Falta describir la audacia con la que anotó aquel gol en el mítico Anfield frente al Liverpool, en el partido de vuelta de las semifinales, también en la prórroga, cómo no, y los dos que imprimió ayer, uno en la primera parte del encuentro, cuando el Atlético de Madrid era favorito y así lo demostraba, y otro en la segunda parte de la prórroga, cuando el Atlético llevaba camino de transfigurarse en el Pupas y barruntaba ruina.

un duende, un ogro En ambos casos enredó un duendecillo mágico del fútbol, yerno del mismísimo Maradona, apodado el Kun. Duendecillo mágico para el Atlético y ogro horrible, de pesadilla, para los muchachos del Fulham inglés, pues en cuando le veían controlar el balón y encararles con esas trazas de canchero arrabalero y chulapón echaban a temblar de miedo, y no les faltaba razón. Porque el Kün Agüero y Diego Forlán son jugadores superlativos, de Champions, y la Liga Europa, es decir, la segunda división continental, se les quedaba pequeña.

Como es habitual, el Atlético se entregó a ellos para contrarrestar las numerosas carencias del colectivo, asentado sobre una defensa de barro y con un medio campo en el que sin el portugués Tiago, que no podía jugar el torneo por haber competido con anterioridad con la Juventus de Turín, escasea de luces en cuanto Reyes tiene una noche opaca o Quique Sánchez opta por dejar en el banquillo a Jurado, hombre con buen manejo de balón, que sabe asociarse y tiene criterio en la distribución.

Ambas situaciones se dieron ayer, al menos hasta bien entrado en harina el partido, y frente a un rival de medio pelo, muy modesto, pero con cuatro rudimentos muy bien aprendidos y toda la ilusión que alumbra un equipo que está a punto de hacer historia.

El Fulham, sin embargo, había llegado hasta aquí dejando en el camino a ilustres, como la Juve, al vigente campeón del torneo, el Dakhtar Donestsk ucraniano, y al mismísimo anfitrión, el Hamburgo.

Merecía un respeto y el Atlético lo tuvo, sobre todo cuando Davies empató el encuentro hacia la media hora, apenas cinco minutos después del primer gol de Forlán.

Fue consecuencia a la tenacidad del conjunto londinense, pero también concesión de una defensa insegura y de poco fiar. En otras tres ocasiones más brindaron al Fulham razones para perder, siguiendo al pie de la letra la canción de Sabina, pero el joven meta De Gea se encargó de conjurar el peligró y burlar la tradición del club colchonero.

Porque cuarenta y ocho años después, tocaba. El partido, escaso de brillantez, pero hinchado de emoción terminó su tiempo reglamentario con un Atlético sumergido en un mar de dudas. El Fulham, en cambio, se manejaba sin prisas. Conocía las fallas de su rival. Aguardaba, en último caso, para la suerte de los penaltis, a la consistencia de su portero, el veterano Schwarzer. El tiempo comenzaba a agotarse y el pupas supuraba. El Kun tomó de nuevo la iniciativa, llevó el balón hasta la línea de fondo, intimidó a sus rivales y aguardó a la llegada del socio uruguayo junto a la raya de gol.

Al fin ¡Qué manera de ganar!