BILBAO
SALVANDO las distancias, el Arsenal es en la Premier lo que el Barça refleja en el concierto futbolístico planetario. Ahora bien, sin la manija de Cesc Fábregas (Arenys de Mar, 4-V-1987), Arsene Wenger es consciente de que el juego gunner desciende muchos enteros. De ahí que el pasado sábado, tras un nuevo gol del catalán y su posterior lesión, el míster se echara las manos a la cabeza. No por lo enmarañado que podía ponerse el envite, que así fue, sino porque el porvenir de su equipo tanto en la Premier League, donde lucha todavía por el título, y en la Champions, de cara a la eliminatoria frente al Oporto, adquiría tintes más que grises.
Tras firmar su decimoséptimo tanto en la presente temporada, el catalán se retiró cinco minutos después por una dolencia en los ligamentos de la que hoy se conocerá el alcance exacto y que ya le obligó a estar recientemente en el dique seco durante bastantes jornadas, lo que coincidió con un bajón clasificatorio para su colectivo. Y aunque todo apunta a que su gravedad no será extrema, el centrocampista denunció ayer la excesiva dureza con la que se emplean ante el Arsenal el resto de clubes. "Sólo la suerte ha evitado que tenga lesiones graves", censuró. "Todo el mundo cree que hay que jugarnos duro, aunque yo no tengo problemas con el juego de contacto. Si el rival cree que es la mejor forma de derrotarnos, no hay problemas. Pero cuando pones tu pierna a medio metro de altura en la del rival... Eso no está bien", valoró. No en vano, está fresca en la memoria la espeluznante lesión que padeció la semana anterior su compañero Ramsey. "No es la primera vez que nos enfrentamos a este tipo de desafíos, pero hasta que alguien no se rompe la pierna parece que nadie habla sobre ello", reseñó.
su futuro, azulgrana Con varios percances físicos en su historial, un nuevo contratiempo apagaría la luz en en la iluminada libreta de Wenger y dejaría también en ascuas a Vicente del Bosque a tres meses de que arranque la cita mundialista, un espejo donde también Cesc quiere reflejarse. Esta serie de reveses propician, asimismo, que aquellos que están interesados en hacerse con sus servicios el próximo curso se lo piensen un par de veces, si bien todas las apuestas indican que Fábregas volverá a vestirse de azulgrana, como cuando se crió en La Masía procedente del Mataró y enamorado ya por entonces del brillo de Guardiola. Y es que Cesc se reconoce en el fútbol de toque, la pausa y el apoyo continuo, pero sin limitarse a eso. Tiene parte inglesa, porque no es el más fuerte pero no rehuye el cuerpo a cuerpo, por su querencia al tackle, por el ritmo que imprime a sus acciones y por cómo contagia al grupo. Tiene además lado germano por el recorrido interminable, abarcando de área a área. Y hasta italiano, por ese genio de ganador, de talante ambicioso, por el odio a la derrota. Entiende el fútbol con y sin balón, y sus arrancadas al espacio desde segunda línea le disparan al gol como su eficaz chut de media distancia. Impagable asistente enroscando a pelota parada, fue igualmente el jugador que en la Eurocopa de 2008, en su reencuentro con Buffon, encontró la red para cambiar la inercia histórica de la roja. Él, que nunca había tirado un penalti como profesional y era el más joven del plantel, selló aquel pase a semifinales. Que nadie funda su bombilla.