N la era actual, de la comunicación, no cuentan demasiado aquellos viejos métodos, y maneras de divulgar, basados en las concentraciones de personas y los mítines políticos. Ahora, con mayor profusión e intensidad que entonces, los medios de comunicación emiten programas "enlatados", en todas las modalidades posibles, debidamente sugeridas y diseñadas por personas que, en algunos casos, ni siquiera tienen por qué ser afiliados de los partidos políticos que contienden. Se da tanta importancia, o más, a la forma como a los fondos contenidos en los eslóganes. Importa tanto el modo en que se pronuncian los eslóganes o la música que acompaña a las palabras como el significado de las propias palabras. Quienes tienen la difícil misión de cuidar la imparcialidad y el rigor de los ofrecimientos de los líderes de los partidos se las ven y se las desean para dilucidar sobre la limpieza de los procesos. Por esto mismo los eslóganes suelen ser difusos, suntuosos en sus términos, pero demasiado ambiguos en sus significados.

Nada ha cambiado demasiado, aunque el inevitable hastío de los ciudadanos y la escasa credibilidad que los líderes han cultivado ha convertido las campañas electorales en ofertas propias de Patios de Monipodio. Las elecciones vascas del 12 de julio son ciertamente diferentes por varios motivos. Sin embargo, no depararán demasiadas sorpresas aunque vengan, como vienen, precedidas por la suspensión de unas elecciones que habían sido convocadas para algunos meses antes, que no pudieron ser porque el paso de una pandemia las dejó en agua de borrajas, de modo que, aún hoy, la pandemia va a ser protagonista del proceso electoral que tendrá lugar en un ambiente de temor y precaución que afecta a una gran parte de la ciudadanía.

No se puede decir que vayan a ocurrir demasiadas cosas nuevas, o diferentes. El coronavirus incita a actuar con seriedad y dificulta emprender aventuras en este nuevo estado tan desconocido. Es evidente que las encuestas muestran algo más que meras tendencias. En esta oportunidad cualquier aventura corre el riesgo del fracaso porque los partidos "institucionales" que concurren (PSE y PNV) han tenido un comportamiento casi ejemplar. No habrá mítines multitudinarios porque las distancias de seguridad requeridas no lo permiten, ni habrá concentraciones de ningún tipo, lo cual facilitará que todos nos podamos dedicar a reflexionar en la intimidad, alejados de influencias sanas o malsanas. En esa intimidad, los partidos que han venido gobernando en Euskadi desde el advenimiento de la democracia tienen muchos boletos para revalidar su mandato (los sondeos así lo pregonan). Las llamadas para la formación de un nuevo gobierno entre Elkarrekin Podemos, EH Bildu y PSE son mucho más un producto de la ilusión que de una reflexión basada en la experiencia y la cordura.

Por si fuera escasa la aberración propuesta por la candidata de Podemos -por otra parte, tan nueva como neófita en su formación-, el "espíritu" que inspira a la formación abertzale, es decir Arnaldo Otegi, que sería la llamada a ocupar la Lehendakaritza, aún no ha mostrado ningún tipo de arrepentimiento después de haber vitoreado los asesinatos de ETA. Sí, es verdad que ETA lleva algún tiempo sin actuar, pero aún está presente porque sus víctimas, y quienes sufrieron sus brutales amenazas no tienen fácil admitir el olvido mientras los asesinos no muestren su resignación, y pidan perdón tanto los asesinos como quienes les agasajaron y sonrieron sus asesinatos. Maddalen Iriarte dice que encabeza un proyecto de futuro, pero lleva en su mochila toda la carga malvada del terrorismo etarra que mató a más de un millar de personas y amedrentó a todos los vascos y las vascas.

La verdad es que no puedo comprender que ninguna persona humana, de buena voluntad, deposite su voto a favor de quienes no se atreven a llamar "asesinos" a quienes con tanta osadía y miseria moral asesinaron.