S el momento de la Política vasca con mayúsculas. Tras unos meses, los previos a la pandemia, caracterizados a nivel estatal por una suerte de hipertrofia electoral concretada en esa maratón de citas con las urnas que fue soportada estoicamente pero que dejó exhausta a la ciudadanía, llega por fin la hora de nuestras elecciones vascas. No es una cita más, porque al inédito contexto sanitario, social y económico en que se celebran, se suma que todas esas dimensiones de vida en sociedad han sido tan fuertemente sacudidas por la pandemia que todo ello requiere ponerse a trabajar desde la política para adoptar decisiones que minoren en lo posible sus negativas consecuencias.

No conocemos el futuro, solo sabemos que no se parecerá al presente. Y la gran pregunta que nos interpela a todos como ciudadanos es cómo debemos gestionar esta incertidumbre. Por encima de cada uno de nosotros y nosotras, la política debe intentar más que nunca labrar consensos que aporten certezas, que permitan recuperar esa institución silente tan importante en democracia que se llama confianza.

¿Habrá en esta campaña contraste y debate sobre modelos y propuestas sociales y políticas o veremos permanentes discursos a la contra, mostrando lo negativo del adversario, sembrando el discurso del miedo y del frentismo? Ha habido durante estos meses (y es lícito en el juego democrático) una estrategia de desgaste desde la oposición al gobierno que ha estado anclada en la esperanza de que pueda darles réditos electorales al intentar mostrar un gobierno agotado y débil.

Siempre resulta más fácil buscar un presunto culpable o responsable que analizar hasta qué punto cada uno de nosotros, como ciudadanos, contribuimos a resolver el problema o a agudizarlo. También en la sociedad vasca experimentamos con cierta frecuencia esta simplificación de la búsqueda de solución a problemas muchas veces complejos y cuya existencia responde a múltiples factores.

Si ahora, ya en plena campaña electoral, se insiste en esta dirección, es probable que los resultados de tal estrategia no sean los deseados por sus precursores. Jugar permanentemente a la contra, a provocar el desgaste sin aportar más que críticas y energía negativa puede acabar volviéndose hacia quien lo esgrime como permanente bandera de su acción política, más aún en momentos tan especiales y catárticos como los que hemos vivido.

Afortunadamente, el poco edificante ejemplo español de hacer y vivir la política no parece haber calado en la dinámica vasca. No creo que la campaña vaya a quedar marcada por una beligerancia discursiva excesiva cuando la ciudadanía vasca está confiando y valorando de forma positiva a aquellas fuerzas políticas que priorizan el diálogo, el pacto y la moderación como base del ejercicio responsable de la política.

Como sociedad debemos estar por encima de este tipo de pirotecnia política, dar una lección de cordura y de sensatez democrática y desplazar hacia la insignificancia política a quienes pretenden romper puentes en el siempre delicado edificio de la convivencia entre diferentes.