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La urgencia de romper el muro del miedo

Los datos conocidos esta misma semana sobre el incremento de las agresiones sexuales en el ámbito estatal, proporcionados por el último informe elaborado al respecto por el Ministerio del Interior, y que hace referencia a estadísticas acumuladas a lo largo de 2024, no representan solo cifras alarmantes –por ejemplo, cada día se contabilizan hasta seis agresiones de esta índole a menores de 13 años o nueve varones son detenidos por violación cada jornada–; son, en esencia, un termómetro que mide la fiebre de una sociedad que aún no ha logrado sanar sus zonas más oscuras. Tras los números se esconden vidas truncadas, miedos que se cronifican y una vulneración sistemática de los derechos más fundamentales. Ante este escenario, el silencio no es una opción neutra: es el oxígeno que permite al agresor perpetuarse en la impunidad. Resulta inaplazable insistir en la necesidad de denunciar. No se trata de trasladar la responsabilidad exclusivamente a la víctima, quien ya carga con un peso insoportable, sino de garantizar que el sistema –instituciones, los distintos cuerpos policiales con competencias y la Justicia que, a veces, parece caminar por su propia senda– sea un puerto seguro y no una nueva tempestad. Denunciar es el acto de valentía que rompe la cadena del abuso, pero ese paso solo se dará si como sociedad somos capaces de ofrecer un acompañamiento integral, humano y sin juicios de valor. La denuncia debe ser entendida como un mecanismo de autodefensa colectiva frente a la barbarie. Sin embargo, la persecución del delito es solo la respuesta al síntoma. La cura real reside en la concienciación. Necesitamos una pedagogía que desmonte de raíz la cultura de la dominación que todavía subyace en ciertos estratos, especialmente entre los más jóvenes. No bastan los gestos de condena tras un suceso trágico; hace falta una implicación diaria en la educación afectivo-sexual y en el rechazo frontal a cualquier microviolencia. Desde la cercanía que nos define en Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, debemos ser guardianes de la libertad ajena. La lucha contra la violencia sexual nos interpela a todos: a las administraciones, para que no recorten en protección, y a la ciudadanía, para que deje de mirar de soslayo. Solo desde la conciencia crítica y el apoyo incondicional a quien decide alzar la voz lograremos que el miedo cambie, de una vez por todas, de bando.