Donald Trump y Vladímir Putin se verán hoy en Alaska en una reunión rodeada de expectativa y de la habitual sobreactuación del presidente estadounidense. Tras dar garantías públicamente de que no admitirá exigencias unilaterales de Rusia sobre territorios de Ucrania y tras advertir al presidente Putin de las consecuencias de una negativa a suspender las operaciones militares, cabría interpretar que el mandatario norteamericano acudirá con la voluntad de presionar al ruso tanto como en su día lo hizo con Volodímir Zelenski, en aquel encuentro que ya ha pasado a los anales del despropósito diplomático.
Sin embargo, nada asegura que la cita cumpla con las expectativas alimentadas por Trump de que sirva para un inmediato encuentro a tres, al que se sumaría el presidente ucraniano. Las potencias europeas, que vienen de apaciguar a su socio transatlántico con un acuerdo aún no clarificado sobre aranceles, tienen motivos para la preocupación. Un giro de la actitud de Trump no es descartable en el sentido de priorizar sus propios intereses en la relación bilateral con Moscú. La agenda de hoy en Alaska no está exclusivamente centrada en la invasión de Ucrania y la búsqueda de una salida al conflicto, aunque sea el detonante formal. En consecuencia, que este objetivo prioritario se vea minorizado por los componentes comerciales siempre será un riesgo.
El temor de las cancillerías europeas es que, llegado el caso, la prioridad de la Administración estadounidense no coincida con las suyas en términos de seguridad y estabilidad en Europa. Al fin y al cabo, la situación actual ha reforzado una línea de negocio en materia de defensa para el sector de EE.UU. Pero no sería mejor escenario que un exceso de unilateralidad rompa la línea de comunicación que aún mantienen Washington y Moscú. La firmeza que viene mostrando Europa ante la amenaza de expansionismo ruso se vería afectada tanto por una laxitud excesiva de su socio americano como por el extremo contrario.
El peor escenario para Putin, y el más razonable para Ucrania, es que se conduzca la crisis hacia un diálogo en los parámetros del derecho internacional. Pero los antecedentes no hacen ser demasiado optimistas en tanto la ruptura de la estabilidad ha sido también una herramienta de Trump. Todo lo que no sea suspender la agresión será un retroceso y una reafirmación tácita del éxito de la beligerancia del presidente ruso.