La entrega de la Encuesta de Población Activa (EPA) referida al segundo trimestre de este año permite valorar el comportamiento del mercado laboral en Euskal Herria. En el caso de la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV), la referida encuesta es complementaria a la más amplia que realiza el Eustat (PRA) y que, días atrás mostraba un dibujo que prácticamente rozaba el paro técnico. La EPA, tradicionalmente, ofrece datos menos exahustivos, por basarse en una muestra de poco más de la mitad de hogares que la PRA. En todo caso, ambas apuntan a un comportamiento positivo del empleo en su evolución interanual, hecho que no se reproduce en el caso de este ejercicio en los datos aportados respecto a Navarra. En cualquier caso, en ambos marcos autonómicos conviene superar el mero debate de cifras. El primer hecho evidente es que el desempeño del mercado laboral en ambas comunidades sigue siendo mejor que su entorno. La CAPV lidera el empleo en el Estado y Navarra ocupa la quinta posición. En ninguno de los dos casos sería oportuno, sin embargo, obviar que la ralentización de la creación de empleo se deja notar, aunque los crecimientos de quien llega de peores tasas siempre serán más significativos que los de quienes las tienen mejores. Adicionalmente, la calidad del empleo se puede medir en términos de temporalidad y de rendimiento salarial. En ese sentido, la temporalidad es una asignatura pendiente sobre la que es preciso incidir, no así las referencias salariales, que son punteras en el Estado. Pero, con independencia de las encuestas, existe una dinámica difícil de rebatir que habla de que la estabilidad del empleo, su creación y su calidad son directamente proporcionales a la actividad. El tejido productivo es el que crea, sostiene y mejora el empleo y la situación de ambos van indisolublemente ligadas. Un diagnóstico que descuide la reactivación de la actividad, su competitividad, la productividad, la capacidad de innovación y la adaptación de la demanda del empleo a las prioridades de la oferta está condenado a fallar siempre. El empleo es más estable cuanto más estable es el tejido que lo sustenta, que son las empresas. Y su dificultad para aportar valor no la compensa un sector público creciente, como acredita la experiencia del Estado francés, que arrastra dificultades propias de su gigantismo y hoy ve amenazadas la cantidad y calidad del empleo.