Once Estados miembros de la Unión Europea (UE) visibilizaron ayer su sintonía con la estrategia de deportación y externalización de inmigrantes solicitantes de asilo que ha comenzado a aplicar unilateralmente el Gobierno de Italia y que, bajo el eufemismo “solución innovadora” gana acogida entre las fuerzas de la derecha europea -como acredita el respaldo del Partido Popular Europeo- y, lo que es más preocupante, en el seno de la propia Comisión Europea. La necesidad de proyectar la impresión de que se está respondiendo a la inquietud social que siembran los discursos más populistas sobre la inmigración -incluyendo aquellos que supuran xenofobia y equiparan a migrante con delincuente- se está traduciendo en una absorción de esos postulados, que no permiten una gestión ordenada, racional y sostenible del problema humanitario y, a cambio, alejan a las instituciones y gobiernos europeos de los principios y normas de derecho internacional que ayudaron a establecer. La deportación de solicitantes de asilo no es una solución, como ha demostrado no serlo la creación de campos de recepción e internamiento en Turquía con los que en su momento se trató de frenar el flujo de refugiados desde Siria e Irak o la “cooperación” con el desvencijado estado libio para contener el flujo de personas y de muerte en el Mediterráneo central. El error de partida sigue siendo que hay una renuncia a gestionar la realidad del problema, a normalizar el tránsito de personas con seguridad y legalidad y a propiciar su aportación a la sostenibilidad de los modelos de bienestar que sostienen a los estratos más vulnerables de las sociedades europeas. Los mecanismos que se esgrimen como ejemplo son caros de mantener, no frenan el aluvión de personas y solo sirven para aparentar una mano dura que cosifica a las personas. Es una escenificación absurda que solo deja en evidencia que se gestiona sin garantías ni eficacia. Cuatro de los primeros 16 solicitantes de asilo enviados por Italia a Albania han vuelto de inmediato a suelo transalpino por tratarse de menores o personas vulnerables. Se podía y se debió evitar con más diligencia y menos populismo. Europa tiene que afrontar si es capaz de absorber e integrar ese caudal humano o si prefiere renunciar a principios de derecho para poder atrincherarse ante él.
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