SENTADO en una mesa de un hotel de playa, hace los crucigramas día a día buscando el sentido de las palabras y probablemente de la vida. Para muchos, por su aspecto desaliñado (espero que me perdones), pasarás sin pena ni gloria, pero yo te he ido descubriendo poco a poco a fuerza de conversaciones nocturnas, sin hora casi siempre. Veo un hombre educado que cada día me sorprende detrás de esa apariencia que en muchos sitios le ha costado una mala cara, malservirle un café o hasta mirarle sin educación. Pero él puede hablar de los filósofos y argumentar por qué las teorías de Kant no le convencen lo mismo que se acuerda de cuando compartía, siendo joven, las tarde de playa con Najwa Nimri. Es lo que fue y también lo que es, aunque mucha gente no sepa ver nada detrás de su melena ya blanca. Ocurre cada día y más en un mundo tecnológico en el que las redes sociales son el escaparate de la felicidad deseada y no siempre conseguida. Y cuánto daño hacen. Nadie se atreve, o simplemente no quiere, a compartir en las redes sociales un problema o un momento triste ni qué decir de una dificultad económica. Eso no da likes. Pero la vida luego te sorprende con gente como Javi que te hace reír y te demuestra que la felicidad está más cerca de la normalidad de lo que pensamos. Yo no sé si él es feliz, pero a mí me hace feliz verle cada vez que le encuentro haciendo sus crucigramas, las cuentas para llegar a fin de mes o simplemente rumiando su vida. Las apariencias engañan.