SE cumplen hoy 20 años del 11-M, el brutal atentado islamista de Madrid considerado el más sangriento ataque terrorista de la historia en Europa, con un terrible balance de 193 personas asesinadas y 1.856 heridas. En estas dos décadas, el 11-M ha pasado a la historia como una sucesión y acumulación de infamias, entendida la palabra en su doble acepción recogida por la RAE, esto es, “descrédito, deshonra” y “maldad o vileza en cualquier línea”. Obviamente, la primera y principal infamia es el atentado en sí mismo, su concepción, objetivo, preparación y comisión con el fin de causar el mayor número de víctimas posible mediante la explosión de diez bombas en trenes y estaciones llenos de gente –humilde y trabajadora en la inmensa mayoría de los casos– en hora punta. A partir de ahí, del espanto y del enorme impacto que supuso en toda la sociedad que se volcó en una oleada de solidaridad sin precedentes, el atentado y sus consecuencias pasaron a convertirse en una vil guerra política y mediática en la que las víctimas han sido y siguen siendo utilizadas de manera miserable con objetivos espurios. Una cruel batalla del relato que ha impedido alcanzar lo que debiera haber sido un objetivo consensuado y un deber inexcusable hacia las víctimas como sociedad democrática y como Estado de derecho: verdad, justicia y reparación. La actuación del Gobierno de José María Aznar desde el mismo 11 de marzo de 2004, a tres días de unas elecciones en las que esperaba un gran triunfo que encumbrara a Mariano Rajoy, negando toda evidencia y culpando falsamente a ETA del atentado, es la historia de una ruin e inicua mentira, sostenida a toda costa y aun con pruebas fehacientes en contra, para ganar los comicios. “Si ha sido ETA nos salimos del mapa pero si han sido los yihadistas nos vamos a casa”, fue la idea –inspirada por Pedro Arriola, el principal asesor de Aznar– que movió al PP y a toda la derecha. Durante todo este tiempo, e incluso aún hoy en día, la derecha política y mediática ha mantenido esa teoría de la conspiración. Una versión de la realidad alternativa que poco después globalizara Donald Trump y que supuso el acta fundacional de la etapa de extrema polarización de una derecha frustrada y agresiva que aún encarna el PP y que se mantiene hoy en día, pese a una sentencia ejemplar a la que solo le faltó hallar y probar, más allá de toda duda razonable, al autor intelectual de tan abyectos crímenes.