LA constitución de las Cortes Generales y de las respectivas Mesas del Congreso de los Diputados y del Senado arrojó ayer un escenario aún incierto pero interesante y esperanzador. Un acuerdo prácticamente in extremis con los nacionalistas permite al PSOE presidir la Mesa de la Cámara Baja en la figura de la expresidenta balear Francina Armengol, cuya elección como la candidata socialista ya se interpretó como un guiño al nacionalismo debido a su perfil abierto, dialogante con el soberanismo y proclive al plurilingüismo. El pacto logrado tiene más alcance simbólico –aunque muy importante– que calado político. En especial, y por lo que respecta a Euskadi, por la garantía de la utilización del euskera –así como del catalán y el gallego– en el Congreso de los Diputados y en Europa. Este reconocimiento de las lenguas cooficiales del Estado llega tras cuarenta y cinco años de andadura democrática sin que se hayan conocido nunca las razones “técnicas” que impedían su uso libre por parte de los diputados y diputadas vascos, catalanes y gallegos y pese a que la propia Comisión Europea había instado –sin éxito hasta ahora– a la inclusión de estos idiomas en el régimen lingüístico de la UE y a los compromisos adquiridos hace un año por el propio Gobierno de Pedro Sánchez. Que este aspecto de las lenguas, que debía estar normalizado hace décadas, sea una cesión del PSOE debida a la presión del nacionalismo vasco y catalán ante las evidentes urgencias y necesidades de Sánchez dice mucho de la política española. En cualquier caso, Armengol contó con los votos de PSOE, Sumar, PNV, ERC, Junts, EH Bildu y BNG aunque no habrá ningún nacionalista en la Mesa, mientras el PP escenificó una ruptura muy poco creíble con Vox ante la imposibilidad real de lograr más apoyos que los suyos propios. Con todo, el acuerdo es exclusivo para el Congreso y no anticipa en absoluto una investidura de Pedro Sánchez. Las propias circunstancias y las declaraciones de los posibles socios indican que el candidato socialista deberá ser mucho más ambicioso de cara a un acuerdo, ya sí de contenido netamente político, con plenas garantías y con hechos tasables. De momento, no tiene la garantía de algunos de los apoyos necesarios –ni de Puigdemont ni del PNV, aunque sí de ERC y Bildu–, por lo que aún tiene todo por hacer, y lo sucedido ayer es un perfecto ejemplo de ello.
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