EL presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha girado esta semana por tres capitales europeas con un mensaje de resistencia, una demanda de implicación occidental en el envío de material bélico y el deseo de consolidar un vínculo inquebrantable con la Unión Europea. Las visitas de Zelenski a París, Londres y Bruselas tienen el mensaje común de que la guerra que están librando los ucranianos contra el invasor es la de la estabilidad europea frente a la amenaza de Moscú. Se sustenta una agresión rusa que va camino de cumplir un año y en los precedentes de acciones hostiles auspiciadas por el régimen ruso contra las democracias occidentales, con su estrategia de fake news y campañas de descrédito de los modelos de representación y elección democrática. El régimen de Putin, en el que se perpetúa como gobernante incontestable desde 1999 alternando cargos de presidente y primer ministro a conveniencia, es un factor de desestabilización objetivo. No el único, pero sí el más agresivo a lo que representa Europa, sus ideales de concordia y su modelo de bienestar y libertades. Hay un riesgo de que Europa, tras acostumbrarse a convivir con Putin casi un cuarto de siglo, lo haga con el conflicto violento desatado por él en Ucrania. Los socios de la Unión Europea, que se toparon con esta crisis cuando diseñaban estrategias compartidas de recuperación de los efectos de la pandemia covid, han reaccionado a la amenaza más directa: el desabastecimiento energético en este invierno. Confirmado que no se va a producir, la tentación de adaptarse a un nuevo factor de inestabilidad sería un error. Hay un síntoma preocupante del cambio de prioridades compartidas en la Unión Europea hacia urgencias internas de cada Estado. Pero el modelo de éxito no es que Alemania resuelva su urgencia energética con el carbón, Francia con la nuclear y todos importando gas. El modelo es la cohesión que permitió crear una estrategia compartida frente a la crisis de deuda, la covid y diseñó un mecanismo de inversión en sectores de vanguardia (Fondos Next). Esa lógica, basada en que los retos son comunes, debe aplicarse ahora, con una postura firme; no belicista pero sí sancionando el belicismo de Putin o la crisis bélica se enquistará atascada por la retórica sobre una diplomacia a la que el agresor no está dispuesto.