El lavavajillas tiene un aura de electrodoméstico incomprendido. Todos reconocemos su utilidad práctica al liberarnos de fregar a mano, pero al final acaba en muchos hogares como un armario especial para cazos y sartenes, especialmente en aquellos en los que los hijos ya se han ido y se tarda más en realizar una carga completa.

Pero en estos tiempos de concienciación sobre el gasto energético y de agua, además del precios al que se ha puesto la luz, el lavavajillas se esfuerza en llamar nuestra atención como un elemento que suma en los esfuerzos por moderar gastos.

Son cuatro los consejos básicos, que en el fondo son de sentido común, para un eficaz uso de este electrodoméstico cada vez que se ponga en marcha. Pero también hay una acción previa que ayuda mucho.

Cuando el aspirante a propietario de un lavavajillas acuda a un comercio del ramo, debe fijarse en la etiqueta energética europea, y elegir aquel que tenga categoría A, los que llevan la etiqueta verde. Puede que sea algo más caro que los de otros niveles, pero la diferencia se amortiza con cada uso y el ahorro en electricidad y agua acaba compensándolo.

Las nuevas etiquetas energéticas europeas que han entrado en vigor en marzo de 2021.

Y ahora los consejos

1. Seleccionar el programa adecuado para cada momento.

Aunque parezca de perogrullo, es fácil caer en la rutina y apretar siempre el mismo botón. Hay que ser muy consciente de qué se mete en cada momento. No es lo mismo la bandeja del asado que el puchero en el que se ha cocido la pasta o la ensaladera. Un programa corto o uno largo, uno de temperatura baja u otro intenso no son lo mismo. Cada uno es necesario en un momento muy concreto. Lo demás es malgastar.

2. Esperar a tenerlo lleno parta ponerlo en funcionamiento.

Llenar el lavavajillas para ponerlo en marcha suele ser lo más eficaz. Aunque haya aparatos que tienen un programa de media carga, sigue siendo más rentable esperar a completar la carga. En las viviendas unipersonales o con una pareja como mucho, suele costar llenar las cestas y solo se pone cada dos días o tres, dependiendo del tamaño.

Un pequeño lavajillas para un piso en elq ue vivan una o dos personas. Foto: Pixabay

Tras una cena ligera, por ejemplo, o un almuerzo de un solo comensal, son muchos los que prefieren fregar a mano lo utilizado y dejar recogido todo antes de irse a la cama. Conviene ejercer la paciencia, porque se gasta más agua lavando cada cosa a mano, sobre todo si se es de chorro abierto en lugar de llenar de agua el fregadero, que esperar a completar y limpiar todo de una. Se puede ahorrar hasta un 40% de agua y un 10% de luz.

Pero ojo con esto. Se trata de llenar, no de amontonar. La colocación es importante. Con los platos, pucheros, cubiertos y vasos bien puestos, el agua y el detergente circulan mejor y llegan a todos los rincones. Además se evita el ‘efecto paraguas’, que provoca que a algunos elementos tapados por otros no les llegue nada y salgan del lavavajillas casi como entraron.

3. Retirar concienzudamente todos los restos de alimentos.

Todos tenemos claro este punto, pero hay que ser minucioso e ir más allá de lo más gordo. Como primer efecto, el agua empleada pronto quedará sucia y grasienta, por lo que su labor, a pesar de temperatura y jabón, pierde eficacia y es muy posible que sea necesario un segundo pase. Además, los restos más grandes acaban amontonándose en los filtros,llegando a atascarlos, o en los agujeros de las aspas que hacen circular el agua.

Fregar a mano, aunque sean pocas cosas, no es más eficienteque usar el lavavajillas. Foto: Pixabay

En este punto se produce un acalorado debate: aclarado previo, ¿sí o no? Argumento a favor, sirve para retirar mejor los restos más recalcitrantes y de eliminar algo más de grasa. Un remojado suele bastar. También sirve para evitar que se resequen algunos pegotes mientras se espera a que se llene con lo utilizado en la cena o o en el desayuno del día siguiente.

En contra, lo que te ahorras de agua en el lavado automático lo gastas en el prelavado manual o automático (algunos de estos electrodomésticos tienen la opción de prelavar). Además hay en el mercado eficientes detergentes que evitan este paso previo.

4. Mantener limpio el propio lavavajillas.

No, cada vez que se pone en marcha el lavavajillas, este no se limpia. Aparte de los restos que quedan en el filtro, también tienden a acumularse en otros puntos, como por ejemplo las aspas interiores, los agujeros que expulsan el agua. Además, en función de la dureza de la misma, se pueden crear depósitos de cal que acaban dando problemas.

Conviene revisar y limpiar los filtros y las gomas de estanqueidad. Algunos expertos recomiendan hacerlo cada dos o tres meses. Si es necesario, cambiarlos. La mayoría de las aspas son fáciles de desmontar y conviene aplicarles un poco de antical o un antigrasas para prevenir atascos. Hay productos en el mercado indicados para esta labor.

Finalmente, repasar la puerta y las paredes interiores con un trapo empapado con agua y un poco de lejía. Así se evita que aparezca moho, especialmente si es un modelo de cierre automático y la humedad y el calor queden reconcentrados en el interior. En el mejor de los casos se produciría mal olor que se pega a la vajilla.

Esta simple medida sirve también para alargar la vida del aparato, lo que redunda en la economía hogareña.

Consejo extra: la colocación

Aunque por lo general los usuarios lo tienen claro, y así suele indicarlo el fabricante, conviene recordar que en cierta medida cada cosa tiene su lugar.

Así, en la bandeja superior van los vasos, tazas, copas, cuencos pequeños, y todos boca abajo ya que el agua llega desde el brazo aspersor que cuelga de esta rejilla. También es aconsejable poner aquí los elementos fabricados en plástico, como los táper por ejemplo, ya que es una zona de menos calor y se evita que se deformen. En los huecos que queden se puede insertar la cubertería grande de cocinar o servir. Pero ojo, no olvidar la máxima de no amontonar.

Las tazas y la cristalería se colocan en el bandeja superior. Foto: Pixabay

En la bandeja de abajo colocar los platos, los hondo en las sujecciones más anchas y los llanos en las estrechas. Para mejorar la circulación del agua entre los platos, intercalar los de distintos tamaños. También van aquí las ollas, cazos y cuencos, y como los vasos, boca abajo para evitar que se llenen de agua sucia. Y tener que volver a lavarlos.