E cumplen ya dos décadas desde que los García irrumpieron en las casas a través de la televisión para presentar las bondades de una nueva moneda. “Tres euros son... 500 pesetas”, decía el padre de familia calculadora en mano en la presentación de la campaña publicitaria lanzada por el Ministerio de Economía, entonces con Rodrigo Rato el frente. Eran los últimos días del año 2001 y, con el cambio de año, el euro llegó para quedarse.

El 20 aniversario de la moneda única coincide con la génesis de un proceso de transformación que aspira a colocar al euro en la órbita del dinero virtual. El dinero físico, las monedas y los billetes, seguirán existiendo pero hay un consenso entre las instituciones económicas y gubernamentales en que el euro debe dar el salto al mundo digital. España acaba de aprobar en el Congreso una resolución para incorporarse a ese proyecto del Banco Central Europeo, por ahora en fase de estudio, para alumbrar un euro digital que dé mayor seguridad a los ciudadanos ante el creciente uso de sistemas de pago como el bitcoin o el ether.

El euro dará así el gran salto adelante para acoplarse a la nueva era de la tecnología, pero aún quedan unos años para que esa revolución digital llegue a los hogares. Será comparable, quizás, con el cambio de chip que supuso el aterrizaje en los monederos de los primeros euros hace dos décadas. La peseta comenzaba a despedirse aquel 1 de enero de 2002, aunque no sería hasta seis meses después cuando se fuera definitivamente.

Hubo unos meses en los que las dos monedas vivieron juntas y, por ejemplo, los comercios debían informar del precio de los artículos en ambos valores para facilitar la compra a los consumidores. Este pasado verano, el 30 de junio de 2021, concluía el plazo para poder intercambiar pesetas por euros en el Banco de España. Puede decirse ya que las pesetas son chatarra y, solo en unos pocos casos, piezas de coleccionista.

Un proyecto europeo

El euro representa un proyecto común en Europa, que arranca mucho antes de la puesta en circulación de la moneda. De hecho el euro no puede entenderse al margen del proceso de integración económica de los países que forman la Unión Europea y es el símbolo precisamente de eso, de unidad.

Y por ello en estas dos décadas de vida ha tenido que superar malos momentos, el más acuciante sin duda el que se vivió al calor de la crisis de deuda de Grecia, que a punto estuvo de acabar con el país heleno fuera de la zona del euro. Después de años de reformas y protestas sociales en el país, a comienzos de julio de 2015 el Gobierno de Alexis Tsipras convocó un referéndum para votar si la ciudadanía aceptaba o no las condiciones fijadas por Bruselas (Comisión Europea, BCE y FMI) para un nuevo rescate. El propio Ejecutivo que lideraba Syriza pidió votar no a esas condiciones de rescate y ese fue el resultado por un amplio margen de diferencia (22 puntos).

Se abría así un escenario de consecuencias desconocidas para los socios de la moneda única y para la propia Unión Europea, más aún teniendo en cuenta que Grecia no era el único miembro del club en una situación económica crítica. Países como Italia, Portugal o España (el Gobierno español había tenido que pedir su propio rescate tres años antes) se veían reflejados en el espejo griego y en mayor o menor medida todos ellos vieron encenderse un debate social, en ciertos casos asumido incluso por algunas formaciones políticas, en torno a las ventajas y desventajas de continuar en el marco de la moneda única.

Finalmente Atenas resolvió su relación con Bruselas al aceptar Alexis Tsipras, que se había pronunciado abiertamente en contra de los recortes europeos, abrir una nueva negociación. Pocos días después de aquel movimiento, que supuso la dimisión del carismático ministro económico Yanis Varoufakis, se cerraba un acuerdo con los acreedores con medidas de ajuste muy similares a las que se habían rechazado en el referéndum. Grecia salvaba su viabilidad financiera y, con ella, el euro superaba su gran crisis.

En realidad aquellas turbulencias aún no se han superado. Los socios con economías más débiles siguen teniendo que hacer frente a reformas y además aparecen nuevas crisis inesperadas como la producida por el covid, que ha forzado a las instituciones europeas a inyectar fondos extraordinarios para salir del bache, lo que fuerza a los socios a nuevos compromisos.

El euro es la segunda moneda más utilizada por detrás del dólar estadounidense. 340 millones de europeos usan a diario esta divisa, oficial en 19 países. Está previsto que el club se amplíe a la veintena en 2024 con la entrada de Bulgaria. El Brexit, en cambio, disipa cualquier viejo anhelo de sumar al Reino Unido a la moneda única y abre otro frente para el proyecto económico común europeo.