bilbao - Bomba tras bomba, la ola de La Galea acribilló su acantilado. Con toda su rabia y, lo que es peor, toda su artillería, destrozó todo aquello que mojó. Como una onda expansiva pero aderezada con una empachosa espuma. Porque ayer la décimo cuarta edición del Punta Galea Challenge se desarrolló en unas condiciones épicas, las mejores que se recuerdan desde su creación. Seis metros de altura, un viento suave del sur y un tenue sol que invitaba a la guerra. Así que las líneas avanzaban bien definidas, limpias. Es decir, las series de La Galea, otrora impredecibles, se habían convertido en un ejército impecable y muy bien armado. Con cuchillos entre los dientes y explosivos en cada labio. Sin embargo, entre la perfección y la pólvora; entre la excelencia y la dinamita, apareció el brasileño Lucas Chianca. El artificiero. El joven rider se plantó por primera vez en Punta Galea y, tras una primera manga dubitativa, demostró por qué es la gran promesa del surf de olas gigantes.

De hecho, Chianca protagonizó junto a Pierre Rollet, que defendía título, la que ya es considerada por la organización como la "mejor final" de toda la historia de la competición. Ambos manejaron la munición de La Galea con elegancia y aplomo. Mucho aplomo. Ambos consiguieron meterse en trincheras que el resto de surfistas no encontraron, marcándose dos tubos que quedarán en el recuerdo de los miles de asistentes por mucho tiempo. Y ambos consiguieron un diez -la máxima puntuación posible- con el que domesticaron los seis metros de agua salada, con el que amansaron a las paredes saladas para convertirlas en dóciles ondas desarmadas. Chianca y Rollet ganaron la guerra contra La Galea, pero en la txapela de la competición solo había hueco para una cabeza. Así que el triunfo estaba entre el brasileño y el de Baiona; y se decantó por el primero por tan solo medio punto. Cincuenta centésimas que Chianca consiguió in extremis en su última ola. Después, resonó la bocina que gritaba el final. Y el joven suramericano, que entró al agua getxotarra como promesa, salió de ella convertido en una realidad.

Porque Chianca es el flamante ganador del Nazaré Challenge 2018, la competición que registra las olas más grandes del planeta, pero llegó a La Galea destrozado. Como un soldado lleno de magulladuras. Y es que el pasado jueves el brasileño se encontraba en Hawai compitiendo en el campeonato del mundo de Jaws, después marchó directo a surfear Mavericks y, en cuanto saltó la luz verde de la competición getxotarra cogió el primer vuelo hasta Portugal. A su casa. Allí, cogió su propio coche y condujo ocho horas. Haciendo caso omiso al dolor de sus costillas, condujo durante una jornada laboral para llegar al acantilado a la una de la madrugada. Y, una vez allí, se alistó en la infantería ligera. En el equipo de los que se colocan en la primera línea y sin protección. Por eso no le importó meterse al agua sin apenas conocer la ola. Por eso la aclimatación le llevó apenas una hora. Y por eso consiguió la mejor puntuación de las semifinales y de la final.

La clasificación El otro héroe de la final, Rollet, aunque derrotado por el campeón, también salió aplaudido del agua. Los miles de aficionados que se congregaron en el acantilado le agradecieron el increíble espectáculo, al igual que se lo reconocieron al portugués Alex Bothelo, que se subió al último escalón del podio tras un rescate de película. Con la nariz rota y una sonrisa. El cuarto puesto de la general fue para el zarauztarra Indar Unanue, muy activo durante toda la competición, a quien le siguió en la tabla la revelación de un Punta Galea Challenge difícil de superar. El sudafricano Fabian Campagnolo, de apenas 20 años, consiguió colarse en la final compitiendo con surfistas bastante más experimentados. Y, para finalizar, el guipuzcoano Iker Muñoz repitió la sexta posición que también consiguió el año pasado. Todos ellos se repartieron 13.000 euros, de los cuales 6.000 fueron derechos al neopreno del ganador.