bilbao - “Las fotos de la colas para llegar a la cima del Everest (8.848 metros) son deleznables. La primera reflexión tras conocer las muertes de las últimas horas es que todo eso no tiene nada que ver con el alpinismo y que el porcentaje de muertos se mantendrá si no se toman medidas, es más, creo que podríamos llegar a ver una gran tragedia por razones objetivas”. Son palabras de Sebastián Álvaro, director durante 27 años del programa Al filo de lo imposible, escritor, periodista y coordinador de rescates en la alta montaña, realizadas en el marco de la V edición del Tenerife Walking Festival. El mundo del alpinismo vive consternado ante los acontecimientos que se suceden en el Everest, donde la cifra de muertes no para de crecer. El viernes se contabilizaban seis; ayer ascendieron a ocho, lo que en total hacen diez en lo transcurrido del año. En 2018, se dejaron la vida cinco personas.

Las escasas ventanas de buen tiempo en la temporada alta de ascensiones al Everest (abril y mayo), la cantidad de licencias expedidas, la inexperiencia y la falta de aptitudes han sido causas del colapso en la ruta hacia la cumbre y las defunciones. A juicio de Álvaro, además, la desgracia podría ser de dimensiones indescifrables, ya que si al atasco “se le llega a juntar una tormenta con avalanchas y un temblor, asistiremos a una gran tragedia”.

“El Gobierno de Nepal no regula las ascensiones y mira para otro lado. Desde mediados de los años 90 las expediciones comerciales han cambiado el alpinismo porque prevalece el negocio. Han secuestrado el Everest”, denuncia Álvaro, para quien “han cambiado las reglas; todo se basa en la codicia”. Nepal era la penúltima potencia mundial según el Fondo Monetario Internacional y en 2018 ocupaba el puesto 166 de los 184 países que conforman el ranking, con un PIB anual de 24 millones de euros. La escalada, en buena medida, se debe al negocio del alpinismo.

“El Gobierno nepalí recauda 4 millones al año con los permisos, y entre unas pocas empresas la recaudación oscila entre 22 y 25 millones. Es una barbaridad en un país como Nepal, y se hace por encima del respeto debido a la montaña”, explica Álvaro.

La última defunción se produjo ayer. El británico Robin Haynes Fisher, de 44 años, falleció a unos 8.700 metros durante el descenso de la cima. Es a esa cota donde se produce el cuello de botella, en el Escalón Hillary, donde el paso se realiza en fila india coincidiendo los que suben con los que bajan. Las colas que se producen en este punto han provocado retrasos en las expediciones, aumentando la exposición al riesgo de los alpinistas.

Previamente, el irlandés Kevin Hynes, de 56 años, pereció en la tienda de campaña, instalada a 7.000 metros, tras hollar la cima, mientras que en las horas previas perdieron la vida el estadounidense Donald Lynn Cash, de 55 años; y los indios Anjali Kulkarni, de 55 años; Kalpana Das, de 53; Nihal Bagwan, de 27; y Dhurba Bista de 33, además de un austríaco de 65 años, el único que ha fallecido escalando por la vertiente tibetana. La semana anterior se cobró las otras dos víctimas, un indio y un irlandés.

Para Álvaro, la solución para evitar una situación como la que se vive estos días en el Everest pasa por limitar las licencias. “En el Teide la ascensión está regulada, solo sube un número de personas al día, te apuntas, no pagas y subes. Si esto se hace en una montaña de 3.700 metros, ¿cómo no se va a hacer en Nepal con una montaña como el Everest?”, cuestiona. Hasta el año 2000, el Everest contabilizaba alrededor de 1.500 ascensiones; en 2019 se estima que se puede rebasar la cifra de las 10.000. En los últimos años, solo el conflicto bélico por Cachemira, los atentados terroristas como el de 2013 en el Campo Base del Nanga Parbat con el resultado de 11 muertos y la catástrofe natural de un terremoto en abril de 2015 han frenado las ascensiones.

En 2012 se encuentra un antecedente. Aquel año, 260 alpinistas coincidieron el mismo día tratando de hacer cima. Aquella jornada cuatro personas murieron en la montaña.