En Italia existe un concepto para describir a los jubilados que se perpetúan tras las vallas fascinados por la hipnosis que provocan las obras. Ese italiano responde al sobrenombre de umarell, algo así como el hombrecillo que vigila las obras, sus acabados, métodos y demás asuntos.

En esa comitiva de observadores que maldicen, sugieren y mascullan, se cruzan jefes de obra, responsables de calidad, arquitectos, expertos en retroexcavadoras e ingenieros. Si no lo son se parecen demasiado.

Evidentemente, todos tienen una opinión formada y argumentada por las horas de contemplación y estudio. Trabajo de campo. Esa sabiduría popular es medible. Como Italia es una fantasía, existe un campeonato del Mundo para elegir al mejor umarell. Con las obras como tema central, un jurado independiente y con currículo elige las mejores reflexiones entre tres categorías: boceto, notas y un texto abierto en prosa o en verso.

Las cronos también cuentan con los umari, plural de umarell. Tipos que detrás de las vallas observan al microscopio de algún metro cada detalle. Después de estudiar el recorrido, calculan el coeficiente aerodinámico, el ángulo de penetración contra el viento y los vatios a desarrollar por generación espontánea.

Después, repasan el diseño de los cascos, el tejido de los buzos, la geometría de las bicis, el acierto de los desarrollos, los decibelios que emanan del zumbido de las ruedas lenticulares, atienden a las posturas y cómo no, enjuician el pedaleo, que ha de ser redondo.

A partir de ahí se teoriza y se opina sobre quién va bien o quién es un descarte. No pocas veces, los registros del tiempo, el reloj implacable, echa por tierra las teorías de los umari. No existe un Mundial de umari en el ciclismo.

Pogacar, más líder

No es necesario cuando compite Tadej Pogacar, un extraterrestre. Con el esloveno de nada sirven los estudios, las tesis o los cálculos. Hace lo que quiere. Es un fuera de serie el esloveno. Para él, el Giro es un juego de niños. Pogacar es el elegido.

Un personaje de ciencia-ficción. Viene del futuro. Solo Filippo Ganna, el recordman de la hora, pudo batirle en el mejor escenario posible para el italiano. Lo hizo por 29 segundos. Al resto les sometió aún más. Dictadura eslovena.

Pogacar, durante la crono. UAE / Sprint Cycling

Aventajó en 45 segundos a Geraint Thomas, ahora segundo en la general, a 3:41 del fenómeno esloveno. A Daniel Martínez le cargó con 1:16. El colombiano, rebasado por el galés, es tercero, a 3:56 del líder. El Giro pertenece a Pogacar. Es suyo.

La etapa reina que espera con la ascensión del temible Mortirolo para dar a la cima del Mottolino, en Livigno, por encima de los 2.000 metros de altitud, se presupone otro salón de baile para el emperador Pogacar.

La mejor versión de Ganna

En la segunda crono del Giro, 31 kilómetros sin apenas relieve entre Castiglione delle Stiviere y Desenzano del Garda, bastaba con el sentido común para diagnosticar el vuelo de Ganna, el hombre que ostenta el récord de la hora.

El Gigante de Verbania, dos veces campeón del Mundo de la especialidad, se enfrentaba a un sueño recurrente: una crono en la que soltar su enorme caballaje sin preocuparse de los desniveles que le desvencijaron en Perugia.

La cota del final, en la que se expandió Pogacar, fue el camino al calvario y la crucifixión de Ganna entonces. El italiano, diseñado y construido para las cronos, masticó una derrota cruel. Alrededor del Lago Garda, uno podría ser umarell toda la vida.

El tiempo transcurría rápido para Ganna, capaz de acelerarlo. Talló un registro sideral.  Recordman de la hora, capaz de coleccionar 56,7 kilómetros en el anillo del velódromo, apenas necesitó 35:02 para completar el recorrido, una llanura en la que desfilar su pose de mantis religiosa golpeando sus piernas como un par de mazas febriles.

Arriba y abajo, como los pistones de un V8. 53,435 kilómetros por hora de media. En un tramo de 8 kilómetros, entre el 23 y el 31, se disparó a la estratosfera. Registró una media de 58,182 km/h. El maravilloso hombre bala. Ganna era un hombre feliz, pero no del todo. Pogacar le dibujó una mueca de preocupación en el rostro.

Pulso del esloveno

La dicha le alcanzaba con la mayoría, que no imaginaba con acercarse. El cordón de seguridad funcionaba con todos salvo con Pogacar, ajeno a los lugares comunes, peleado con la lógica, siempre dispuesto a llevar el asombro al límite.

Otro capítulo para su antología de hiperbólicos logros. Ver para creer. El esloveno pertenece a otro planeta, a otro tiempo. Residente en el futuro. Capaz de doblar el tiempo, de viajar a través de él, de someterlo a sus designios. Viaja en la máquina del tiempo.

En la primera toma de tiempos, rebajó en cuatro segundos la marca del italiano y después mantuvo un pulso magnífico, balanceándose en los tiempos del Gigante de Verbania, alucinado con el lisérgico vuelo de Pogacar, supersónico.

Para entonces se había despegado aún más de Daniel Martínez y Geraint Thomas, que pelean por seguir en la distancia las huellas de Pogacar. Les separa demasiado.

A medida que creció el recorrido, Ganna fue relajando el rostro tras observar que Pogacar arrugaba el gesto. El italiano mordió oxígeno, aliviado porque el esloveno no podría derrotarle en su pequeño jardín. El territorio del esloveno es el latifundio del Giro, que le espera en Roma. Pogacar es el futuro.