El punto final de la crónica de una despedida anunciada se ha escrito poco después de las cinco de la tarde de este lunes. Tras apenas tres meses en el banquillo local de Mendizorroza, Abelardo ha dejado de ser entrenador del Deportivo Alavés sin haber conseguido acercarse siquiera a los objetivos con los que se incorporó a la disciplina albiazul el pasado mes de enero.

Entonces, sustituyó a Pablo Machín con la misión de enderezar el rumbo de una nave que circulaba peligrosamente a la deriva. Once jornadas después, el barco no solo no ha recuperado la ruta correcta sino que se hunde cada vez más amenazando peligrosamente con un naufragio inevitable.

Instalado ya en el último puesto de la clasificación, el insostenible ridículo protagonizado por el equipo en la dolorosa derrota ante el Celta ha supuesto la puntilla para el técnico asturiano. Él mismo abrió la puerta de salida a la conclusión del compromiso con una sinceras declaraciones en las que mostró abiertamente sus dudas para continuar al frente del proyecto. Un argumento compartido por el consejo de administración, que busca un último impulso a la desesperada hacia la salvación con el segundo relevo en el banquillo de la temporada.

Nada ha tenido que ver esta segunda etapa de Abelardo como entrenador del Alavés con la primera que vivió entre diciembre de 2017 y unio de 2019. Entonces resucitó a un conjunto virtualmente muerto y lo condujo a firmar la mejor primera vuelta de toda su historia. Un expediente sobresaliente que llevó a la directiva albiazul a apostar por él como recambio de Machín. Regresó a Mendizorroza de nuevo con el cartel de salvador pero, en esta oportunidad, el desafío ha sido superior a él.

El equipo apenas ha evidenciado signos de reanimación desde que el asturiano tomó el timón y las derrotas -algunas injustificables en las formas- se han sucedido con irritante puntualidad. Además, los problemas extradeportivos con Lucas Pérez como gran epicentro han mellado significativamente la labor del técnico -y el conjunto del equipo- y su crédito al frente del vestuario.

Como dicta la ley del fútbol y acostumbra a suceder en estas ocasiones, el club ha optado por el camino más corto para escribir el desenlace de este triste capítulo de la centenaria historia del Glorioso. La cuerda del entrenador siempre es la más débil y esa es precisamente la que se ha roto. Abelardo ya es pasado y en las nueve jornadas de campeonato que restan les tocará a otros asumir la responsabilidad de intentar conseguir que el Alavés permanezca un año más en la máxima categoría.

A falta de la confirmación oficial, Javi Calleja es el elegido para afrontar el reto. El madrileño, sin equipo desde que a la conclusión de la pasada campaña el Villarreal -al que dirigió durante tres campañas consecutivas- decidiera no seguir contando con él pese a haber dejado al equipo en la quinta posición de la tabla, se enfrenta a un escenario de la máxima dificultad. Sin período de adaptación ni el más mínimo margen para el error, está obligado a obtener resultados inmediatos para poder tener opciones de salvación.

Junto a él permanece una plantilla muy marcada por su pésima trayectoria desde que arrancó la temporada y que en ningún momento ha sido capaz de demostrar sobre el césped la calidad que se le supone. Injustificables errores individuales y colectivos han echado por tierra un sinfín de partidos y en muy pocas ocasiones han sido capaces de competir de igual a igual frente a sus rivales. Además, el enrarecido ambiente del vestuario será, sin duda, otro de los asuntos que Calleja deberá reordenar de inmediato si desea aspirar a un final mejor que el de su predecesor en el cargo