Diego Armando Maradona no pudo gambetear una vez más a la muerte. El mundo del fútbol está de luto. Algunos dirán que era la crónica de un adiós anunciado, pero la pérdida del 10 conmocionó ayer a buena parte de la opinión pública. El astro argentino falleció a los 60 años edad víctima de un paro cardíaco en la casa de Tigre, en Buenos Aires, donde se había instalado tras ser operado recientemente de la cabeza para corregir un hematoma subdural. El Pelusa, para muchos el mejor futbolista de todos los tiempos, que mimó como nadie la pelota en un fútbol sin protección, ya es eterno. Su cuerpo, al que castigó durante décadas con la cocaína, el alcohol y con la dejadez de un ídolo caído, dijo basta. La noticia paralizó Argentina y el tsunami luctuoso se extendió al resto del planeta en cuestión de minutos. Te puede gustar o no el fútbol, pero todo el mundo conocía a Maradona. Era como una estrella de rock. Irreverente, capaz de criticar a los estamentos de la FIFA, de fumarse un habano con Fidel Castro o de pedir al Papa que diera todo el oro del Vaticano a los más necesitados.

Su imagen trascendió más allá de los terrenos de juego. Fue un icono. El pibe de Villa Fiorito, criado en la más absoluta pobreza, que alcanzó la gloria en el Mundial de 1986, un mago del balón, con una zurda prodigiosa, capaz de convertir a un equipo vulgar como el Nápoles en campeón, se esfumó fuera del verde. Adicto a la coca desde los 22 años, cuando aterrizó en la noche de Barcelona, con buenos amigos en la Camorra y siempre predispuesto a la polémica, el gran Diego tuvo como castigo al famoso entorno. El séquito que siempre le rodeó allá por donde fue le cavó poco a poco la tumba. Le rieron las gracias en lugar de tirarle de las orejas. De lo que no hay duda es de que Maradona solo fue feliz vestido de corto. Al margen de las sanciones por dar positivo -con el Nápoles y en el Mundial de 1994-, fue en el rectángulo de juego donde se mostró libre. Su vida personal fue un absoluto desastre. Padre de ocho hijos de seis relaciones diferentes, El Pelusa vivió la vida a pecho descubierto. Sin pensar en las consecuencias. Pero tenía una capacidad innata para conectar con la gente.

Debate sobre el mejor

Desde que debutó con Argentinos Juniors a los 16 años, Maradona evidenció que era un jugador diferente. Un mago capaz de aguantar los envites de los defensas mas duros y un pícaro en toda regla. Un ídolo de masas. Con su muerte planea de nuevo el eterno debate sobre quién es el mejor futbolista de todos los tiempos. A muchos hubiera gustado ver al mejor Diego en la actualidad, con tantas cámaras y la protección arbitral. Si hubiese sido así, posiblemente el Barrilete Cósmico habría ganado por goleada.

Tras pasar por el Boca Juniors -donde siempre tuvo un palco para desatarse- dio el salto a Europa. El Barcelona no dudó en abonar 1.200 millones de pesetas por hacerse con sus servicios. En la ciudad condal no cuajó y en 1984 puso rumbo a Nápoles. Allí alcanzaría el clímax de su carrera deportiva, con la guinda del Mundial de dos años después. Maradona se encargó de dirigir hacia el éxito a dos equipos que no habrían sido nada sin su participación. Sus dos ligas en el Nápoles (1987 y 1990), inéditas y únicas en un equipo del sur, crearon una religión maradoniana similar a la que adoptaría Argentina en 1986 tras el éxito de México.

Allí fue donde el astro argentino, a las órdenes de Carlos Bilardo, se consagró para siempre. Ese campeonato simbolizó a la perfección lo que era Maradona: genio con aquel gol a Inglaterra inmortal en la narración de Víctor Hugo Morales y demonio en la mano de Dios en el mismo encuentro. Amado por los argentinos y odiado por los ingleses, humillados sobre el césped tras su victoria en la guerra de las Malvinas, la final frente a Alemania, con victoria para la albiceleste, encumbró al gran Diego.

Ahora es momento de deleitarse con la multitud de recopilatorios que hay en Youtube de las mejores jugadas de Maradona. Que quede en la retina su arte con el balón.

Estadio Maradona de Nápoles

En lugar de San Paolo. El alcalde Nápoles, Luigi de Magistris, decretó el miércoles el luto en la ciudad y en Twitter propuso poner el nombre de Maradona al estadio San Paolo, en el que tantas tardes de gloria dio con la camiseta del conjunto napolitano, para el que logró dos títulos ligueros (1987 y 1990). El regidor lamentó la muerte del Pibe de Oro, "una noticia trágica en un año pésimo" y se deshizo en elogios hacia el exfutbolista, quien fue nombrado ciudadano honorario en 2017. "Maradona es Nápoles", resumió. "El amor de Nápoles por Diego es visceral (...) Con él y a través del fútbol, parece increíble, Nápoles resurgió con el Scudetto de 1987. Maradona es un hombre que unió a todos los napolitanos de todo el mundo y a los seguidores de otros equipos", dijo. En Nápoles, actualmente confinado por la pandemia, numerosos aficionados encendieron velas y se congregaron a los pies de los murales del astro que le recuerdan.