UENAN las campanas del reloj de Bilbao. El eco de la basílica de Begoña se introduce en cada recoveco y poro de la villa. El sol domina el perfil del templo religioso, que dibuja una bella silueta. El icono de Bilbao. El cielo es un lienzo azul puro, de primavera. A las nubes les da vergüenza salir. Duermen aunque es mediodía. Pello Bilbao acude puntual a la cita con DEIA para palpar con los ojos y catar con las piernas el recorrido de la contrarreloj que dará comienzo a la Itzulia el 5 de abril.

El ciclista de Gernika, quinto en la pasada edición del Giro de Italia, saluda con educación y habla con pausa. Tiene un punto académico. Sabe explicarse. Mientras comprueba la bici de contrarreloj, la cabra de los ángulos siniestros que exige postura de contorsionista, dos cicloturistas se acercan al gernikarra, que ha compartido ruta con Jon Barrenetxea y dos amigos más hasta alcanzar Bilbao. Los aficionados le animan para la Itzulia que aguarda a una semana. “Me gustaría ganar una etapa en la carrera de casa”, desea el gernikarra, que esta campaña sueña con estar en los Juegos Olímpicos, brillar en el Tour y colaborar con Mikel Landa para que el alavés pelee por la victoria del Giro de Italia. Después, Pello Bilbao, gafas de máscara color azul, casco negro y rojo, negro de etiqueta el maillot y el culotte del Bahrain, se dispone a realizar la autopsia al recorrido de la crono.

La basílica de Begoña es la pila bautismal de la crono, que en sus 13,9 kilómetros cose la subida a Santo Domingo con Artxanda para dejarse caer desde la terraza de Bilbao por Enekuri hasta Deusto y girar a la izquierda en paralelo a la ría para conectar con el ayuntamiento. Allí, en un giro copernicano, la contrarreloj adopta otra dimensión, una solución inopinada ideada por Roberto Laiseka, el zahorí que descubre nuevas arterias para la Itzulia como director técnico de la carrera. Se adentra el trazado por la Plaza del Gas, la atraviesa, para trepar hasta el Parque Etxebarria por la serpiente de asfalto estrecho que da a parar a la chimenea. Otro tótem de la ciudad. Su obelisco del pasado industrial. La memoria de la piel que habitó la villa. Una chimenea de ladrillo rojo es el remate de una ascensión que se estrena en el profesionalismo. La subida, de 400 metros, esconde una rampa del 19% de desnivel. La ladera posee la fisonomía de un anfiteatro. En esa campa, Bilbao fue una fiesta en Aste Nagusia. Los conciertos y la muchedumbre se posaban en ese punto caliente de la villa. Ahora, la ciudad es otra, y la plaza, abierta, con un aire minimalista, espaciosa y aireada, evoca a la arquitectura moderna escandinava. La vida de ahora, la de la distopía, transcurre entre mascarillas.

Pello Bilbao, concentrado, deja atrás la Basílica y se zambulle entre el tráfico hacia la subida a Santo Domingo, el punto crítico de la crono, según el gernikarra. “Las diferencias se harán en esta subida. Hay que salir a tope. Es un esfuerzo de entre 5 y 5:30. Exigente. Es una pendiente media del 7% que requiere un esfuerzo muy regular. Hay que ser sólidos”, describe el ciclista vizcaino. Una vez alcanzada la cota, la crono conduce a Bilbao por el mirador de Artxanda, desde donde se domina el skyline.

El ciclista del Bahrain coge velocidad de crucero en este punto. No hay paz para las piernas. “En esta parte del recorrido hay que apretar porque tiene ese punto de los falsos llanos, con zonas que pican para arriba el 2 o el 3 %. Hay que lanzar la bici y mantener la velocidad para no perder tiempo”, desgrana Pello Bilbao, al que le entusiasma la meticulosidad que exige el trabajo de medirse al tiempo, donde los detalles adquieren una enorme importancia. Resuelto el paso por Artxanda acoplado a la geometría que demanda el potro de tortura, la crono cae en cascada hacia Bilbao. Desplomada por la ley de la gravedad.

Es el momento de los kamikazes enamorados. El descenso por Enekuri es limpio y ancho. Sin más dificultad que la de atarse al arrojo. “Son un par de kilómetros para ir a tope. Es una bajada de dar pedales e ir a tope. Calculo que se alcanzarán los 80 kilómetros por hora en el descenso”, estima Bilbao. La contrarreloj aterriza en Deusto para virar en paralelo a la ría. Ese trecho que se cita con la plaza del Ayuntamiento, es el único tramo llano. “Probablemente el viento entre del mar, por la ría, y dependiendo de eso se podrá ir más o menos cómodo. Pero creo que es fundamental no cebarte en esta parte y reservar un punto para el final porque queda la subida al Parque Etxebarria”, considera Pello Bilbao, que en la ciudad donde la velocidad está limitada a 30 por hora (para hacerla más humana y saludable), su paso por el Campo Volantín es un cohete. “Ir por el bidegorri me ha ayudado”, bromea el de Gernika.

Confluye entonces el recorrido en el nudo gordiano de la crono, en su postal espectacular, la ascensión a la chimenea por el entramado de ladera, por ese hilo de asfalto que se cuela entre el césped y las flores que los jardineros miman para dar la bienvenida a la primavera. La primera idea era ascender por la subida clásica, la de las eses, que se retuercen en las costillas de Uribarri, pero Laiseka encontró una alternativa, un hallazgo. “La idea me parece muy buena. Me gustan las novedades, le da otro toque a la crono. Desde mi punto de vista es un acierto y estéticamente otorga belleza al recorrido. Es una postal”, analiza Bilbao a los pies de la tachuela verde. Silba el viento fino, con ese acento del norte, por la Plaza del Gas, donde las terrazas y el ladrido de algunos perros ambientan el paso de los ciudadanos en la crono del costumbrismo.

En el Campo Base, una señal prohibe el uso de la bicicleta para subir o bajar desde Begoña por ese anfiteatro natural. La crono tendrá permiso para rodar por los estrechos lazos de una ladera que exigirá el último sacrificio para los ciclistas. Son 400 metros empinados, con rampas duras, testarudas, que alcanzan el 19%. “Aquí tienes que llegar con algo de energía guardada si quieres hacer un buen tiempo. Calculo que se necesitarán entre 50 segundos y 1:00 para hacerlo. Iremos entre 17 y 20 kilómetros por hora. Se alcanza mucha altura en pocos metros”, enfatiza Pello Bilbao. El vizcaino sube con alegría. El resto pelea con la ley de Newton. Todas las coronas son necesarias para poder doblegar la cota con una bicicleta de montaña. “Dicen que eres bueno. Si uno lo dice está mal, pero si te lo dicen es distinto”, le comenta a Pello Bilbao un transeúnte con el que ha coincidido en el Parque Etxebarria minutos antes, en el primer paso de reconocimiento. “Esto es duro”, se despide el señor mientras observa la ladera. La ascensión del gernikarra se produce en medio de la cotidianidad. “El sitio es espectacular, con ese anfiteatro natural, el camino estrecho… el problema es que no podremos tener el apoyo del público por la pandemia. Pero es un sitio para repetir. Esto con gente sería una pasada”, cierra Bilbao a todo gas.