bilbao - “¡Me corroerá todo el año verlo vestido con ese maillot!”, rabiaba Matteo Trentin. Ser o no ser. Ese es el catalizador del Mundial, la carrera del lenguaje binario, primitivo y salvaje. En un escenario dantesco, en medio de la tempestad, de la lluvia que perfora el ánimo, del frío que congela el corazón, de la fatiga que achica el alma, Mads Pedersen, un imberbe de apenas 23 años, encontró el arcoíris después de anular a Trentin, esfumado su organismo, encogido en el esprint, y Stefan Küng, el trío que compitió por la gloria en una carrera apocalíptica que llenó la morgue de cadáveres. “No sé que decir, estoy soñando con los ojos abiertos”, dijo el nuevo campeón del mundo. El anterior, Valverde, congelado, tiritando, castañeándole los dientes, no pudo finalizar. Tampoco Gilbert. Ni Roglic. Ni Carapaz. Ni tantos y tantos. Ilustres y humildes, todos compartiendo el destino de la fatalidad. Los engulló la tormenta. La tortura los escupió. “¡El horror, el horror!”, que declamaba el coronel Kurtz en Apocalipsis Now.

En el condado de Yorkshire los dorsales eran una galería de rostros de dolor y agonía. Gritos de Münch, retratos de El Greco. Como el de Mathieu van der Poel, uno de los grandes favoritos, un fornido Hércules que implosionó a falta de 10 kilómetros. Reventó de puro cansancio. Cuando parecía de oro se convirtió en polvo. “No cometí ningún error comiendo ni bebiendo, simplemente desaparecieron las fuerzas. Fue una especie de golpe. No tengo una explicación”, acertó a desgranar el holandés. Van der Poel alcanzó la meta 11 minutos después del éxtasis de Pedersen. En un ejercicio de resistencia máxima, en un tratado de supervivencia al límite, el joven Pedersen, apenas 23 años, entró en la historia. Se convirtió en el primer danés en pintarse de todos los colores. Campeón de campeones. Pedersen, en la Luna. Bailando bajo la lluvia. Lo suyo, por sorprendente y fresco, enlazó con la memoria de la Dinamarca de la Eurocopa de 1992. Invitada a la competición por efectos de la guerra de los Balcanes, (Yugoslavia fue expulsada) la selección danesa conquistó Europa con la maleta del entusiasmo y el fútbol desinhibido. Nadie lo esperaba. Tampoco al joven Pedersen, colosal en el momento decisivo. Cuando el Mundial exigía todo de las cenizas que dejó la nada, el danés se elevó hasta el cielo.

Allí se citó con Trentin, Küng, Moscon y Van der Poel, que sortearon todas las calamidades posibles para jugarse la gloria después de desactivar el control belga, la selección más fuerte, pero no la mejor, enredados los belgas en una carrera ingobernable, azarosa y terrible hasta el tuétano, convertido el trazado en un río, embalsado el asfalto. Aguas bravas entre Leeds y Harrogate. El temporal obligó a recortar el trazado en veinte kilómetros y dejarlo en 260. Se esquiló un tramo del comienzo y se añadieron dos giros más al circuito. Se borraron las dos cotas más duras de la carrera, Buttertubs (3,9 km al 6,4%) y Grinton Moore (3,2 km al 6,5%). Azotando el temporal, inmisericorde, la carrera fue una Odisea. Ulises en busca de Ítaca. No hubo paz. La primera huida convocó a Roglic, Carapaz, Quintana, Koch, Polanc, Magnus Cort, Bodnar, Dillier, Vakoc, Houle y Howes. La cadena se óxido en un hábitat tremendamente hostil. Pura eliminación. Rohan Dennis, campeón del mundo contrarreloj y despedido del Bahrain, aceleró el pelotón hasta el circuito. En ese ring Gilbert besó la lona. El belga cayó como lágrimas en la lluvia. Abandonó Gilbert, que contó con el abrazo de Remco Evenepoel, otro derrotado por la tormenta perfecta. No había engranaje capaz de soportar ese castigo sin contar bajas.

una carrera dantesca El Mundial era un infierno. El más violento escenario. A Valverde le abandonó la alegría. Con signos de hipotermia, el defensor del título bajó la bandera. Se quedó en blanco Valverde. El arcoíris no le pertenecía. La vida multicolor no sería la suya. Dislocados los jerarcas, sin huella de Francia, disuelta en el más absoluto anonimato, Küng dio cuerda a la cuenta atrás del Mundial. El portentoso suizo y Craddock agitaron la carrera. La salva de aviso. Pedersen bramó después. El eco lo siguieron Moscon y Teunissen, que enlazaron con la pareja. El ajedrez colocó en el tablero a Van der Poel. El exuberante holandés fustigó el grupo en la cota más dura del circuito. Trentin, su centinela, estiró la ofensiva del holandés para unirse al quinteto mientras Bélgica chapoteaba a contracorriente. El oleaje les sobrepasaba.

Solo Gorka Izagirre, noveno en meta y el mejor de la selección española, -su hermano Ion fue 16º- Betancur y Skuji?? trataron de rastrearles, pero el efecto tractor de Van der Poel, relevando a zancadas, generosísimo, impidió que se acercaran. Para entonces, Craddock y Teunissen dimitieron. El quinteto jadeaba ambición mientras en el retrovisor, Peter Sagan, tres veces campeón del mundo, se aferraba a la pértiga belga, a la que le faltó potencia para impulsarle. En el giro definitivo, se desmembró el quinteto. Van der Poel se hundió. Subió los piñones, bajó el plato. Nada. Era un espectro. Una más de las criaturas fantasmales, pintadas por el negro de los chubasqueros que arrastraron sus penas por Yorkshire. El nieto de Poulidor enmudeció. En un metro le cayeron diez años encima. En Oaks Bates, la última tachuela, desfalleció también el esfuerzo de Moscon. Un náufrago a la deriva. Otro más.

El reparto de medallas estaba garantizado entre Pedersen, Trentin y Küng. Pero el orden de los factores sí altera el producto en el Mundial. El italiano era el más veloz. Eso dice su currículo. En condiciones normales no tenía rivales. Pero hacía más de 6 horas que las condiciones eran extraordinarias. Solo acabaron 46 de los 197 participantes. Todo era excesivo. Con un país sobre los hombros y los calambres subiéndole por los gemelos, Trentin arrancó a poco más de 200 metros. Su reprís despachó a Küng, que se sabía premiado por el bronce, pero no pudo con el fuego interior del granítico Pedersen, un géiser. El danés, fuerte y resistente, reaccionó y guillotinó a Trentin, apolillado, roto por dentro. “Estaba allí pensando solo en el sprint y me han batido incluso siendo el más rápido sobre el papel”, desgranó Trentin. Deshilachada la bandera italiana, el danés izó su enseña al infinito. Pedersen lanzó el puño y abrió el cielo para encontrar el arcoíris entre la tempestad.

1. Mads Pedersen (Dinamarca)6h27:28

2. Matteo Trentin (Italia)m.t.

3. Stefan Küng (Suiza)a 2’’

4. Gianni Moscon (Italia)a 17’’

5. Peter Sagan (Eslovaquia)a 43’’

6. Michael Valgren (Dinamarca) a 45’’

7. Alexander Kristoff (Noruega)a 1:10

8. Greg van Avermaet (Bélgica)m.t

9. Gorka Izagirre (España)m.t.

16. Ion Izagirre (España)a 1:14