bilbao - Caleb Ewan se escondió en el bolsillo de Groenewegen y le robó la cartera en Toulouse. El australiano, menudo, potente, un pequeño proyectil, apareció en el instante exacto. El definitivo. The Pocket Rocket (Cohete de bolsillo) estalló con fuerza en la cara de Groenewegen. El chupinazo le dejó con un palmo de narices. Ewan descontó al neerlandés con el golpe de riñón en los mismos estertores del esprint, resuelto por la mínima. Días antes, Viviani pudo con el australiano empleando el mismo método. Los asuntos de velocidad, por repetidos, dan para muchos episodios. Lo misma para olvidar rápido, a la velocidad del rayo, a la que se corre, que para alimentar la siguiente revancha sin tiempo para el desengaño o la frustración. Otro duelo apresurado, sin matices. Una estampida zanjada por milímetros, por el canto de una rueda. El pequeño Ewan, apenas 1,65 metros, creció un palmo por encima de Groenewegen, que le saca una cabeza. El neerlandés mide 1,77 metros. Groenewegen se sentía a salvo tras tachar a Viviani y Sagan hasta que Ewan, que viajaba en su chepa como esos pajarillos que cuidan la piel de los grandes mamíferos, abandonó el camuflaje y se lanzó, sin pensarlo, hacia la gloria. Debutante en la carrera francesa, el australiano de origen coreano festejó emocionado su logro después de chocar con el cuerpo del neerlandés de tan apretados que vivieron la llegada. Ewan era todo euforia en su estreno en el Tour. Así abrió el palmarés en las tres grandes.

A Miguel Indurain, que era más contenido, flemático y pausado, solo se le recuerdan triunfos majestuosos en el Tour. No hay página de sucesos en su gobierno en la carrera francesa, desde 1991 a 1995. Tampoco se le recuerdan averías mecánicas ni pinchazos. Indurain, el elegido, era un intocable, refractario a los problemas que zarandean a otros, a los terrenales. Solo la fiebre, en el Tour de 1993, le atacó. Fue en los 48 kilómetros entre Bretigny sur Orge y Monthléry. En la última crono de aquella edición de la Grande Boucle, nadie supo que aquel día Indurain corrió enfermo. La máscara del campeón navarro era impenetrable y su condición en el julio francés, insuperable para sus adversarios. Nunca le encontraron una grieta durante su reinado. Indurain, que cumplió 55 años el martes, no tenía poros. Estaba forjado de una pieza.

Al contrario que el gigantesco Indurain, Mikel Landa es un puzzle en el Tour, acribillado por la caídas, que le han dejado el ánimo de luto. El lunes, a 19 kilómetros de Albi, de rebote, después de que Barguil hiciera el afilador con Alaphilippe, a Landa se le escapó la carrera en una cuneta anónima. El cuerpo no le dolía, pero se le partió el alma. Hecha añicos la moral, abollada la confianza. El pasado año, una vez olvidados los tramos de pavés en la jornada de Roubaix, se estampó contra el suelo sacudido por una arqueta. Acabó Landa el Tour en séptimo lugar, con el cuerpo dolorido. A pesar de ello, el de Murgia tuvo los arrestos para plancharse un dorsal en la Clásica de Donostia. Ese día, Ben King se enredó de tal manera que mandó al hospital al alavés y a Egan Bernal. A Landa le persigue el mal fario. En el Giro de 2017 una moto de carrera le derribó cuando pretendía el asalto al Blockhaus. Landa se quedó sin opciones de pelear por la general, pero renovó el ánimo y conquistó una etapa en Piancavallo además de vestirse con la maglia azzurra que condecora al rey de la montaña.

susto para quintana Mientras Landa pelea por recobrar la moral y emitir destellos de luz en los Pirineos, Miguel Indurain reflexionó en Radio Marca sobre la cantidad de caídas que el alavés acumula en su cuaderno de bitácora. “Son cosas que ocurren y que pasan en carrera pero cuando siempre le pasa a uno creo que es el propio corredor el que se lo tiene que mirar y ver si no estás bien colocado”, declaró el navarro sobre el pasaje en el que se vio involucrado Landa, que trata de enderezarse después de una caída que le llevó al diván. Las caídas de Landa no invocan a la torpeza, más bien a otras cuestiones difíciles de resolver. ¿Cómo prever una caída en el que uno es la víctima de un rebote? “Que te pase una vez es mala suerte, que te pase siempre es un poco difícil de asumir”, estableció la voz de Indurain. Si a Landa le muerden las caídas, una montonera aprisionó a Nairo Quintana a 30 kilómetros de Toulouse. A Terpstra le fue peor. Tuvo que abandonar.

El colombiano, el único líder del equipo Movistar según las cuentas de Eusebio Unzué, su mánager general, se quedó colgado durante cinco kilómetros. La distancia que necesitaron Oliveira, Amador y Verona, sus socorristas, para solucionar el entuerto, que en el Tour siempre está presente aunque no se le espere. Entre los tres y buena parte del Trek, que tenían en suspenso a Richie Porte por el mismo lance, subieron a hombros a Quintana hasta el pelotón. Tuvo suerte el colombiano. Los equipos con velocistas aún tenían el pulso sereno después del día de descanso. Con dos puertos de primera respirando en el horizonte inmediato, cuando el Tour levante la cabeza en los Pirineos, la carrera guardó la calma y contó con la clásica fuga sin futuro. En las cabezas de Anthony Pérez, Stéphane Rossetto (Cofidis), Lilian Calmejane (Total Direct Energie) y Aimé de Gendt (Wanty) sonaban los acordes punks de los Sex Pistols. “No future”. El mantra de la escapada. La falta de horizonte de los escapados era campo abierto para los velocistas. El porvenir esperaba a Ewan, el pequeño cohete australiano. Ewan, un esprinter de bolsillo, remontó al poderoso Groenewegen, al que derrotó con un golpe de riñón. Ewan crece en el Tour. Pegó el estirón.