Berg en Terblijt - Mathieu Van der Poel dio el gran golpe de teatro imponiéndose en la Amstel Gold Race en la que todo parecía visto para sentencia a falta de un kilómetro en favor de Julian Alaphilippe y Jakob Fuglsang, pero su exceso de confianza lo pagaron a precio de oro. Van der Poel, el hijo de Adrie, ganador en 1990 en esta misma prueba y nieto de Raymond Poulidor, se confirmó como la gran revelación de las clásicas en las que ha contado por victorias sus participaciones este año y únicamente se ha quedado fuera del podio en Gante-Wevelgen y Tour de Flandes, donde fue cuarto en ambas. En la única carrera holandesa incluida en el calendario World Tour un corredor local no ganaba desde que se impuso por última vez Erik Dekker en 2001.

Van der Poel se impuso al esprint en la prueba de la cerveza por delante de Simon Clarke y Jakob Fuglsang tras más de seis horas sobre la bicicleta. Alguien se equivocó en la recta final de la Valkenburgerstraat de Berg en Terblijt y no fue Van der Poel, aunque pudo parecerlo cuando a falta de 43 kilómetros lanzó un improductivo ataque que, eso sí, abrió la caja de los truenos entre los aspirantes a la victoria final. Ni el mejor autor teatral hubiera sido capaz de plantear un desenlace como el vivido en esta Amstel Gold Race en la que hasta los últimos 100 metros todo parecía apuntar a que el trofeo del vencedor lo levantarían o bien Fuglsang o bien Alaphilippe.

Caro, muy caro, tremendamente caro pagaron francés y danés el creerse que se iban a repartir las dos primeras posiciones del podio desde que a falta de 36 kilómetros se quedaron en solitario al frente de la carrera. Ambos empezaron a hacer camino con el trío formado por Matteo Trentin, Michal Kwiatkowski y Michael Woods por detrás, aunque este último acabó desistiendo poco después, intentando en vano darles alcance. Por detrás el pelotón veía cómo la diferencia empezaba a estirarse, pero como finalmente se comprobó no era de forma definitiva.

El pulso de Alaphilippe y Fulgsang frente a Kwiatkowski y Trentin a punto estuvo de quedar en tablas en la última ascensión al Cauberg, a falta de 18 kilómetros. Los dos primeros aguantaron la acometida de sus adversarios para seguir peleando en pos de la victoria. Mientras el francés y el danés consumían juntos kilómetros, por detrás en la ascensión a la penúltima cota, el Geulhemmeberg, el campeón de Europa terminó por no poder seguir el ritmo de Kwiatkowski que todavía no quería tirar la toalla. Sin embargo poco después el polaco apostó por esperar a Trentin para al menos poder luchar por el tercer puesto del podio. Todo esto no sirvió de nada.

Se atacaron entre ellos, en los cinco últimos kilómetros, sobre todo el danés que parecía confiar menos en su punta de velocidad. Se enredaron en disquisiciones sobre la fortaleza de uno y otro y al final solo el danés pudo pisar el podio en una tercera plaza que nunca le sabrá peor que esta de Amstel. La ventaja que la pareja poseía y la manera en la que la mantuvieron hasta casi acariciar la pancarta de meta casi siempre, en un ciclismo cada vez más matemático y con escasas opciones para la improvisación, suele ser sinónimo de triunfo. Esta vez les salió cruz y probaron el amargo sabor de la hiel de la derrota.

A los juegos olímpicos Nadie fue capaz de evaluar con precisión que el ataque que lanzó a la desesperada a falta de siete kilómetros el ciclista más global en todas y cada una de las especialidades de este deporte (en Berg en Terblijt cierra su periplo de ruta y se pasa a la bicicleta de montaña para poder acudir a los próximos Juegos Olímpicos) que a la desesperada y con el esprint casi lanzado todavía tuvo fuerzas suficientes para arrancar y batir al grupo.