La Itzulia se escribe en alemán con los escribas del Bora. Una caligrafía limpia, minimalista y nítida. Es el idioma de la carrera vasca, dominada por el imperio germano del Bora, ganador de cuatro de las cinco etapas. “Somos el equipo más fuerte de la carrera. Lo hemos demostrado”, aseveró Emanuel Buchmann, el nuevo líder de la Itzulia. No le falta razón al alemán. Los numerosos sostienen su discurso. Nadie esperaba a Schachmann, el hombre ajedrez, pintado de amarillo. Tampoco a Buchmann, el hombre escriba, del mismo color en Arrate. La Itzulia, sin embargo, es un traspaso de poderes entre los camaradas alemanes, de fiesta en fiesta por las carreteras de Euskal Herria, un nuevo lander. Emanuel Buchmann es su nuevo señor feudal. El virrey de un carrera atornillada por el Bora. “En la última etapa nos atacarán, pero me veo capaz de resistir”, enmarcó el líder, cuarto en la pasada edición de la Itzulia. A lo alto de su propiedad llegó Buchmann después de un ejercicio de estilo magnífico por inopinado. “Las circunstancias nos llevaron allí”, dijo Buchmann ante la traca final que cierra hoy la Itzulia. El hombre y las circunstancias. Un pensamiento de Ortega y Gasset.

Después de ser la nanny del esforzado Schachmann, -“nuestra intención era proteger el liderato”, aclaró el nuevo líder-, durante el calvario de Matsaria, Buchmann, que había jugado al despiste, siempre cerca, pero no lo suficiente como para llamar la atención, se la jugó desde Trabakua, un puerto tendido. Fue su lanzadera. El movimiento, parte del ajedrez de la carrera, pareció un brindis al sol hasta que Buchmann, se bebió de trago Arrate. El mejor sorbo. El de la espuma dorada en el templo del ciclismo vasco, desde donde observa al resto con un catalejo. A 54 segundos le persigue Ion Izagirre, que siempre que mira hacia arriba ve a un alemán. Han sido sus vistas durante la Itzulia. El de Ormaiztegi fue segundo en Arrate, por delante de Adam Yates. En la general, Schachmann, el líder derrotado, pastorea a Izagirre. El alemán es tercero, a 1:04 de su compañero. “Veníamos con la intención de hacer una buena carrera”, apuntó Buchmann. De momento, la suya es la carrera perfecta. Una actuación en negrita.

En Arribinieta, un puertecillo repantingado al sol, Enric Mas vio un Tourmalet. Un lugar en el que dejar huella en la Itzulia. El día venía apresurado, con el Deceuninck agitando el tránsito costero. No había tiempo para selfis con el mar de fondo. Mas colocó la carga, la mecha rápida y detonó la sinfonía guerrera. La carrera, que iba rápida, por eso del sol y el deseo de voltear al líder Schachmann, se aceleró tras el reguero de gasolina de Mas, decidido y ambicioso. El empuje de Mas quitó grasa al pelotón. Quedó lo magro tras la liposucción. Los favoritos reunidos en el esqueleto de la Itzulia. El líder vio la ascensión desde la cola, calculándose después de cuatro días de fastos. Schachmann se reconstruyó en Arribinieta y posó en la foto junto a Ion Izagirre, Buchmann, Konrad, Landa, Gorka Izagirre, Yates, Pogacar, Dan Martin... La hoguera de las vanidades convocada en el camino vecinal de Matsaria, una carretera para torturar ciclistas entre herraduras a la que llegaron con unos palmos de ventaja Luis León Sánchez, el porteador de Astana, y Mühlberger, uno de los sherpas del líder.

Luisle se desprendió del austriaco en el implacable ascenso, con ese aspecto despiadado que desprende el hormigón y una carretera estrecha y quebrada. En el muro inicial, Mas agarró la pértiga para impulsarse. Schachmann cogió una goma con la que asirse al maletero del coche de mayor lujo. Mas no tardó en caer en la cuenta de que Matsaria precisaba más calma. Eso dio oxígeno y aire fresco al líder, un velcro. Se soltaba y se pegaba, pero daba la impresión de que no se azoraba. El potenciómetro le hablaba. Le marcaba el paso. Gorka Izagirre le hostigó, pero el líder no se descompuso. Nada de dramas ni gestos histriónicos en un puerto con la cuneta repleta.

BUCHMANN, AL ATAQUE Entre los favoritos no había sobrantes, ni stock de fuerzas. Konrad y Buchmann giraban el cuello para situar el padecimiento de Schachmann, que no entró en pánico. Nada de pataleos ni aspavientos. Sereno a pesar de la soledad. Con un pedaleo eficaz, disciplinado, soportó el empuje de Ion Izagirre en la chepa de Matsaria, cuando percutió con el doble bombo. Ira y furia. Para entonces, Luis León Sánchez recibió el empujón y el apoyo de Pedro León, su hermano futbolista, en el arcén de Matsaria. Sonrió Luis León y afiló los dientes Ion Izagirre. Apenas restaban unos metros para coronar. El ataque de Ion sacudió a Schachmann, que se desequilibró, pero no cedió. Es un equilibrista el alemán. Nada de colapso. El líder encoló con el resto en el descenso hacia Markina. Segunda pelota de set salvada. El Bora comprendió que su líder estaba realizando un ejercicio de funambulismo y lanzó a Buchmann. Pieza de ajedrez. Un alfil para ser rey. Sergio Henao se fue con él. También Madouas. Luisle frenó a la espera de los aristócratas de la carrera. En el terceto, Buchmann, realizó el jaque. Abrió la llave del gas en el ascensor de Trabakua y se fue de excursión, a encontrarse con Ixua.

El alemán aleteó y creció. Suflé. 1:30 de ventaja. Líder provisional. Amarillo de prestado. El Astana quiso limar a Buchmann, pero Luisle se quedó en viruta. Gorka Izagirre le relevó. El de Ormaiztegi tampoco pudo con el alemán, tozudo, fuerte y consistente en Areitio. Buchmann apiló dos minutos de renta en el portal de Arrate. En la planta baja. Fuglsang, el danés impasible, se encendió. On tras el stand by. Landa empuñó otra salva. Estranguló el manillar. Ion Izagirre, Felipe Martínez y Yates le siguieron. Fogueo. Fuglsang se enderezó otra vez. Erizado. Landa arrastró a Ion Izagirre y Yates hasta el danés. El esfuerzo liquidó al de Murgia, que aún busca su mejor versión. La que sí tenía Buchmann, resistente, exuberante, portentoso. El alemán abrió la cremallera de la afición, que emparedaba la ascensión de Arrate, un imán para las voces, que animaron a los corredores, aprisionados por el cariño, recalentados por el esfuerzo.

Tomado el cruce que da hacia Arrate, altar del ciclismo vasco, Buchmann no se concedió ni un respiro. La Itzulia es un jadeo constante. Cada segundo cuenta. Cada pulgada es un Rubicón que cruzar. El alemán se dejó el alma. La gloria exige. Es un leviatán. Yates, que comandaba el trío de Izagirre y Fuglsang, pidió colaboración para laminar algo de tiempo a Buchmann. Izagirre no le respondió. Cri-cri. Mudo. Al igual que Fuglsang. No entendieron el lenguaje de los codos del inglés. Las bonificaciones eran su único consuelo porque Buchmann estaba en el cielo de Arrate, bendecido por más de un minuto de ventaja y por las monjas youtubers que venden dulces en el pórtico del santuario. Allí paladeó su dulce triunfo. El mejor. En la azotea de la carrera se yergue Buchmann, el alemán que nació en Ravensburg, la ciudad de las torres. Ahora está en la más alta y cotizada. La de la Itzulia, secuestrada por el Bora.