EL pasado domingo se disputó en Asteasu la Klasika Aiztondo, una de las pruebas valederas para la Copa de España de ciclismo amateur. En la carrera se reunieron los mejores aficionados, ciclistas que buscan el profesionalismo con determinación. El futuro del ciclismo transita por estas citas. David Etxebarria, exciclista profesional, que dirigió al Grupo Eulen durante la prueba, lanzó un tweet que no pasó desapercibido a la conclusión de la carrera. Fue un aviso. Una luz de neón bajo la lluvia. “Hoy en Aiztondo he visto una de las mayores exhibiciones de un solo corredor contra el pelotón en 10 años que llevo en esto de amateur. No doy el nombre porque conviene que siga evolucionando y no se relaje... Pero carrerón”, escribió el director. El dilema sobre la identidad del ciclista se resolvió de inmediato.

El muchacho en cuestión es Iñigo Elosegui, (6 de marzo de 1998, Zierbena) una de las perlas del ciclismo vasco que pertenece al Lizarte y nieto del histórico ciclista José Antonio Momeñe, cuarto en el Tour de Francia de 1966. Curiosamente, Elosegui, actual campeón de España sub’23, no venció la carrera, pero fue el mejor dorsal de la prueba. “Ya habrá tiempo de ganar carreras”, explica el vizcaino. En el podio, como vencedor de las metas volantes, Txomin Perurena le dio el premio. “Corrió con mi abuelo y me dijo que le hacia mucha ilusión darme el trofeo. Que se lo pidió a la organización. Ese detalle me hizo feliz porque ves lo que significó mi abuelo. Fue un momento muy especial para mí”, dice emocionado Elosegui, que dio un recital en Aiztondo.

El ciclista de Zierbena se escapó junto a un compañero durante 25 kilómetros y después de ser neutralizados por un grupo, atendió a su director. La consigna era clara: no podían cogerles por detrás. Elosegui, forrado de clase y fuerza, se puso a tirar para que el pelotón, disparado, con varios equipos tratando de atraparles, no les echaran el guante. La persecución la iniciaron con solo 30 segundos de ventaja. Elosegui, un portento con un enorme motor, con ese aspecto de rodador centroeuropeo, elevó la diferencia por encima de los dos minutos en apenas 15 kilómetros. Un Hércules de 1,87 metros de estatura, ojos azules y pelo rubio. “La verdad es que parezco belga”, bromea antes de contar cómo fue la prueba. “La carrera estuvo bien. Me escapé con un compañero. Nos cogieron y luego me puse delante del grupo todo el rato. Tirando del carro. El pelotón trataba de cazarnos por detrás. Nos tenían a 30 segundos y llegamos a meta con más de dos minutos de ventaja. Tocaba trabajar para otros”, comenta Elosegui sin darle importancia a su recital. “Fue una buena carrera y tuvo ese punto épico por la lluvia, el recorrido...”, explica Elosegui. “Jugué a fútbol de pequeño, pero me aburría y al acabar los partidos salía con un amigo a correr con la bici por el bidegorri. Un bocata, un pique y ya está”, recuerda.

Elosegui comenzó a competir con 14 años sobre una “Pinarello azul y blanca de mi abuelo. Pero se me quedó pequeña enseguida porque yo soy mucho más alto de lo que era mi abuelo”, recuerda del vizcaino, que no tardó en sentir el flechazo que venía impulsado de la estirpe familiar. “Andar en bici se me dio bien desde el principio. Me veía fuerte y pensaba, esto va a ser lo mío”, indica Elosegui. De raza la viene al galgo. Su abuelo, José Antonio Momeñe, fue uno de los grandes ciclistas de la década de los 60 del pasado siglo. Debutó en el mítico equipo Kas en 1960. Corrió hasta 1970. También vistió los colores del Fagor y del Werner. En 1966 logró la cuarta plaza en el Tour de Francia y la quinta en la Vuelta a España. En su palmarés también destaca la victoria de una etapa en el Giro de Italia de 1968. En aficionados, Momeñe era una victoria constante. De las 65 carreras en las que participó, venció 63. Brutal.

Ser ciclista no fue sencillo para un chico de la posguerra. Con 13 años comenzó a trabajar en un taller mecánico en Somorrostro. La bici era su transporte. También para acudir a su trabajo en otro taller por las tardes, este en Bilbao. Una vez finalizada la tarea, Momeñe volvía a la casa familiar en La Cuesta visitando Amorebieta y subiendo Sollube. “Mi abuelo, mi tío y compañeros que corrieron con mi abuelo me hablaban mucho de aquellas historias. Era otro mundo”, expone Elosegui. Eran otros tiempos. Más duros, más complicados. “El hecho de que fuera en bici al taller, trabajase y volviera a coger la bici después... aquello era muy duro”, diserta el del Lizarte, un corredor muy cotizado. “Mi idea es dar el salto a profesionales el próximo año, pero quiero trabajar sin precipitarme”, analiza.

Antes tiene fijados como objetivos la Vuelta a Navarra y el Giro de Italia de aficionados. “Son dos carreras en las que quiero hacerlo bien. Además, en Italia se puede ver el nivel que tienes porque te enfrentas a equipos Continentales”, establece Elosegui, que se considera un todoterreno. Estudiante de Administración y Dirección de Empresas en Sarriko, Elosegui se radiografía con exactitud. “Voy bien en el llano y en las cronos, pero también me gusta subir. Soy diesel y me van más los puertos largos que los de repechos. Mi idea es ser un corredor lo más completo posible”. Dice el joven ciclista que le gustaría parecerse a su abuelo, pero más que como corredor, como persona. “Porque era aún más grande que como ciclista”. Iñigo Elosegui honra a su abuelo.