Andrés Espinosa (Amorebieta, 1903-1985) escaló los 2.519 metros del Naranjo de Bulnes descalzo y sin cuerda. Superó los 4.809 del helado Mont Blanc con abarcas de goma y unos míseros crampones. Y se hizo los 5.895 del Kilimanjaro, su gesta más celebrada, completamente solo. Pero las hazañas de este alpinista zornotzarra van más allá de los deportivo. Mucho más. Porque Espinosa liberó al montañismo de comienzos del siglo XX de las ataduras económicas. Demostró que con pocos medios, pero ganas y aptitud, se podía conseguir grandes proezas. Y así, sin quererlo ni buscarlo, este vizcaino se convirtió en pionero y referente del alpinismo vasco. En un adelantado a su tiempo. Por ello, para homenajear a su figura y su legado, el BBK Mendi Film Bilbao Bizkaia, certamen patrocinado por DEIA, presentó ayer el cómic Andrés Espinosa. Solo y libre. Una novela gráfica que, a través de las ilustraciones de César Llaguno, el asesoramiento del colorista Fernando H. Navarro y los textos de Ramón Olasagasti, busca rememorar la vida de un hombre que nunca quiso ser reconocido, ni venerado.

Porque Espinosa fue una persona solitaria y sensible, un humanista, que encontró en la montaña su hogar y construyó alrededor de ella un estilo de vida poco convencional, que convirtió su historia en algo extraordinario. En una de las grandes narraciones del alpinismo vasco del siglo pasado. Porque este zornotzarra fue el primogénito de seis hermanos que se quedaron prematuramente huérfanos de padre. Así que termina por heredar su negocio como vendedor de telas. Una profesión que no le satisface y de la que huye imaginando aventuras en remotos y exóticos lugares. Sueños que primero atenúa con las cumbres más emblemáticas de Euskadi y del territorio estatal: en 1927 superó en una sola jornada los ascensos al Veleta y al Mulhacén; y al año siguiente encumbró el Teide y completó el Naranjo de Bulnes en solitario. Y solo con calcetines. Sin embargo, con el tiempo, esas gestas comenzar a quedarse cortas para su extraordinaria fortaleza física y anímica. “Solo, loco, libre, tres hermosas palabras. Solo, loco y libre por el mundo adelante, que es muy grande”, reza uno de los escritos que dejó para la posteridad. Escrito que convirtió en su lema de vida. Por ello, se atrevió a vender parte del negocio textil para financiar sus aventuras.

Estas le llevaron a Los Alpes, donde el Mont Blanc sucumbió a sus ansias en julio de 1929. Era la primera vez que Espinosa veía un glaciar, pero lo devoró con un piolet y unos crampones comprados justo antes de la ascensión, una chaqueta de paño y unas abarcas de goma. Un frágil equipamiento que le permitió, pocos días después, comerse también el Cervino. Y su nombre comenzó a repetirse entre los corrillos de los entendidos.

Con todo, Espinosa huía de los reconocimientos y las convenciones sociales. Solo quería ir más alto, más lejos. Así que en 1930 se despidió de Europa, rumbo al monte Sinaí. Y, ya que estaba, al Jebel Katherin (2.642 metros), la cumbre más alta de Arabia. Antes, cruzó el desierto sin guía y sin enseres suficientes; en lo que fueron, dicho por él mismo, “nueve días y medio casi sin parar de caminar. Cuatro días perdido entre montañas”. Después caminó rumbo a Suez, donde cogió un barco que le dejaría en Mombasa. A los pies de su siguiente desafío: el Kilimanjaro (5.895). Así, del desierto pasó a la selva, a la que se enfrentó también sin ninguna ayuda para que en septiembre de 1930 protagonizara el primer ascenso solitario que se registraba en el techo de África. Tras esto, siguieron lloviéndole reconocimientos, pero Espinosa escapó de la fama hacia el lejano Himalaya. Fue allí donde encontró lo único que pudo paralizar su meteórica trayectoria: la burocracia. Las autoridades británicas le impidieron seguir avanzando hacia su siguiente sueño: el Kangchenjunga.

Y, después, la guerra civil española le encerró en una cárcel bilbaina. Al salir, no dejó de ir al monte; pero no volvió a respirar grandes cimas ni aires lejanos. Se volvió anónimo y común hasta el final de sus días, aunque el cómico Andrés Espinosa. Bakarrik eta libre, le devuelva ahora el reconocimiento que tanto merece y del que tanto huía.