En el Tour de la distopía, el de la pandemia que cambió el mundo, se descubrió el Col de la Loze, un leviatán vallado por los telesillas que pastoreaban una ascensión brutal. Era 16 de septiembre de 2020. Al gigante de 2.304 metros de altitud lo peinaban las palas de los aerogeneradores. 21,5 kilómetros de subida con una media del 7,6%. El tremendismo hecho montaña. La belleza hiriente de lo salvaje.

En el Col de la Loze, una escalada hacia lo desconocido, lisérgica, desértica en una final infinito, se talló la última derrota de Tadej Pogacar en el Tour. La pesadilla de una tarde de verano. Roglic se desprendió de Pogacar entre cambios de rasante y agonía. El final era un salto de vallas. De foso en foso. De pozo en pozo. Se agrietó el joven esloveno en un escenario que contó ciclistas desperdigados, abrumados, sin forma. Perfiles borrosos y asfixiados. Espectros que deambulaban en una letanía.

Pogacar se moría en cada pedalada para dar con Primoz Roglic, el entonces líder del Tour. Fue la última vez que al joven prodigio esloveno se le detectó en problemas. Perdió 15 segundos respecto al maillot amarillo. Roglic disponía de 57 segundos para ganar el Tour de Francia. Sin embargo, lo perdió en una jornada histórica y alucinante. La Epifanía en la Planche des Belles Filles.Pogacar ascendió a los cielos mientras Roglic se adentraba en el averno

y descendía a la incomprensión, la sorpresa y la zozobra después de una crono para el arcano de la carrera francesa. Roglic, favorito máximo, acabó destruido por dentro. Pogacar, pletórico, ondeó en París.

Después de la secuencia del Col de la Loze, el otro punto de fricción de Pogacar en su reinado en el Tour se sitúa en la mítica ascensión al Mont Ventoux. El gigante de la Provenza es una criatura inquietante, una montaña trazada por la turbación del desasosiego, un lugar donde sentirse solo incluso acompañado. El hombre en su levedad. Nada pesa en la roca calva. Todo es insignificante. Los cuerpos los atraviesa, los trincha hasta el alma, una montaña extraña, fascinante, inquietante e hipnótica.

EL INSTANTE DEL MONT VENTOUX

El 7 de julio de 2021, Vingegaard -para entonces Roglic, caído, no estaba en carrera- resquebrajó a Pogacar, si bien aquel episodio contiene más de novelesco que de realidad. El líder no se apuró en exceso. No entró en pánico. Restañó el hueco en el descenso. De hecho, Pogacar, despótico, manejó el Tour a su antojo.

Nada en el prodigio esloveno, campeón de las dos últimas ediciones de la Grande Boucle, hace presagiar que rememore situaciones similares. No se le intuyen puntos débiles ni ángulos muertos. Su actuación en el Tour de Eslovenia fortalece aún más la figura de Pogacar, intimidante bajo cualquier prisma. El esloveno conquistó la carrera y dos etapas. Pudieron ser más, pero concedió la gloria a Majka.

Le regaló una victoria y la posibilidad de ser líder. Con todo, el esloveno subrayó su estatus. Pogacar está más fuerte que el pasado año. Asusta. Más delgado y muscularmente más definido, mejor tallado, los datos que ha obtenido en los entrenamientos durante la concentración de Livigno y que el equipo no hace públicos para no ofrecer pistas a los rivales, advierten la mejoría de Pogacar.

ATAQUE COMO DEFENSA

Llegados a este punto, resulta complicado fijar un rival que pueda sostenerle la mirada en las distancias cortas. Geraint Thomas, campeón del Tour en 2018, y uno de los líderes del Ineos para la carrera francesa, aseguró tras vencer el Tour de Suiza, que "competir hombre contra hombre con Pogacar será distinto". Lo antecedentes, los resultados y, sobre todo, la sensación de dominio que desprende el esloveno conceden pocos resquicios para superarle en el cara a cara.

De hecho, antes de sentirse amenazado, el esloveno, con tendencia atacante, acude a la ofensiva para protegerse. La mejor defensa es un ataque. "Mientras pueda seguir haciéndolo, él no va a cambiar el estilo de correr", describe Joseba Elgezabal, su masajista. Las aventuras extraordinarias son la firma del esloveno.

Más allá de la anécdota del Ventoux, el Tour de 2021 lo finiquitó con un zarpazo extraordinario camino de Le Grand-Bornand, anterior al episodio de la montaña pelada. Guillotinó al resto de los opositores al Tour. Robespierre. Todo resulta hiperbólico y desmedido en Pogacar.

Al esloveno, un verso libre, se le queda corto esperar al último puerto. Es impaciente. Un loco maravilloso. heredero de la estirpe de los grandes campeones, tipos que no temían anada. Prefiere Pogacar el tremendismo de las figuras que enraízan en la memoria colectiva. Héroes que trascienden la historia.

El kevlar de su equipo es de piel y huesos, pero Pogacar está hecho del material con el que se construyen los sueños. Probablemente solo con tácticas de equipo para aislarle y combinando una ráfaga de ataques de varios ciclistas sea posible arañar al esloveno, si bien el planteamiento no pasa del grado de hipótesis observando la superioridad del bicampeón de la Grande Boucle en todo este tiempo. De hecho, han pasado casi dos años desde el Col de la Loze, la última concesión de Pogacar en el Tour.