EL Bilbao Basket ha empezado a pasar mucho frío con la llegada del invierno. La manta que le protegía es cada vez más corta y las lesiones ya amenazan con dejarle a la intemperie. El club comunicó el domingo que Ondrej Balvin, con un esguince severo en el tobillo izquierdo, y Quentin Serron, con una rotura parcial del tendón rotuliano de la rodilla izquierda, estarán fuera entre seis y ocho semanas. Esto significa que, en el peor de los casos, no estarían disponibles hasta después de la Copa y se perderían diez partidos de la Liga Endesa y los cuatro de la primera fase de la Champions League, aunque estos ahora carecen de importancia.

Las bajas del pívot checo, que estaba siendo el mejor jugador del equipo y se lesionó en un partido intrascendente de su selección, y del belga llegan en un momento en que la situación en la clasificación es delicada, aunque todavía reversible, y suponen otro golpe más en esta temporada de la pandemia que nació torcida y que el equipo aún no ha logrado enderezar. La situación económica tampoco es boyante y está por ver si el club puede hacer otro esfuerzo para suplir a ambos, o al menos a Balvin, el ancla interior sobre el que se sujetan los esquemas de Álex Mumbrú. Sin ellos, el Bilbao Basket pierde mucha capacidad defensiva, como ha quedado en evidencia en los dos últimos choques.

El técnico ha hablado muchas veces ya de la necesidad de ser fuerte mentalmente para soportar todos los inconvenientes, previstos o no, pero da la impresión de que algunos de sus jugadores empiezan a acusar esta sucesión de desgracias y de las derrotas que las acompañan. El propio Mumbrú lo dejó caer tas el partido. Ahora que la llegada de Goran Huskic y Regimantas Miniotas podía apuntalar el juego interior tras la salidas de Aaron Jones y Kingsley Moses porque el serbio y el lituano tienen inteligencia y recursos para paliar el déficit, la pequeña y fina manta del Bilbao Basket se está deshilachando por el juego exterior. Ya no es que la defensa sufra horrores desde el inicio de temporada para contener a jugadores que en posición de uno o dos generan desde el bote para sí mismos o para los compañeros, sino que esa frustración se está trasladando al ataque.

El domingo Hakanson volvió, quiso hacer más cosas de las que le correspondían por su estado físico y abundó en errores, sobre todo en el tramo final de la primera parte. Rousselle fue víctima de su exceso de vehemencia y gesticulación y cometió de nuevo algunas faltas innecesarias que le sacaron del momento determinante del partido. Y Brown, que apenas pudo contener a Avramovic, quiso responder en el otro lado de manera mucho más forzada. Las culpas en las derrotas son compartidas, pero ellos tres cargan ahora con el peso de la rotación en dos puestos críticos en el baloncesto actual y tienen que mostrarse más templados y clarividentes en la toma de decisiones. Por detrás de ellos, ahora mismo solo están Kljajic y los chavales de la cantera porque colocar a Álex Reyes en el puesto de dos, como pasó ayer unos minutos, es vestir a un santo para desvestir a otro, sobre todo si Zyskowski y Kulboka, los llamados a abrir el campo, están desacertados, remisos y apagados.

El Bilbao Basket no puede permitirse que alguna de sus piezas flaquee, menos aún algunas de las principales y menos aún cuando la lucha por la permanencia puede convertirse en una miniliga de cinco equipos, los cinco que ya acumulan diez derrotas en su casillero. Si por algo ha destacado el equipo en estas dos últimas temporadas es porque cada jugador tenía muy claro su papel y cómo ejecutarlo. Ahora, al margen de las carencias lógicas que pueda tener la plantilla, asoman muchas dudas y cierta tristeza, que son una pésima compañía cuando las desgracias azotan. El Bilbao Basket tiene que hacerse una coraza que le proteja y mirar al frente ahora que el invierno y aquello que no se puede controlar empiezan a sacudir.