bilbao - Cuando Max Verstappen renovó su contrato con Red Bull se adhirió una cláusula que decía que el piloto holandés podía deshacer el vínculo en caso de que el equipo no le ofreciera un monoplaza capaz de ganar carreras. Esta condición se hacía pública horas antes del Gran Premio de Austria. En el Red Bull Ring, Verstappen desplegó las alas, como si rodara con sobredosis de la bebida energética.

La salida desde la segunda pintura fue una decepción tremenda. Descendió hasta la octava plaza. En la Fórmula 1 actual, ver ganar a un tío que rueda octavo y hacerlo sin condicionantes ajenos, como coches de seguridad u otras causas externas, es algo cuasimágico. Ver adelantar en pista a Vettel, Hamilton, Bottas, Leclerc... -los dos Mercedes y los dos Ferrari- es increíble. Propio de un videojuego, donde los coches rezagados siempre corren más que los de vanguardia. También resultaba impresionante para el protagonista. “Después de esa salida pensaba que la carrera había terminado”, confesó. Tras clavarse en la salida, extendió las extremidades. “Después de la parada estábamos volando”. En la vuelta 1 Verstappen fue superado por su compañero de equipo, Pierre Gasly; al término de la carrera Mad Max le había doblado.

La clave de su éxito, más allá de sus manos y el potencial de una máquina que actuaba en su laboratorio de pruebas, fue la estrategia. Red Bull retardó el cambio de neumáticos y llegar al tramo final con calzos más rejuvenecidos que los de la competencia dio alas a Verstappen. “Llevas un ritmo endiablado, Max; sigue así”. Alucinaban en el box. Se estaba gestando una de las grandes hazañas de los últimos tiempos.

Uno, otro y otro... Verstappen era un comecocos. En la vuelta 66 de las 71 programadas solamente Leclerc aparecía en su horizonte, la víctima definitiva, el broche para abordar la excelencia. “Tienes a Verstappen a un segundo”, alertaron al monegasco, que había liderado con solvencia en dirección hacia la victoria que le hubiera convertido en el piloto más joven en ganar con Ferrari. Pero Leclerc se temía lo peor: “¡Dejadme en paz!”, bramó. Mal fario.

Al pobre Leclerc es la segunda vez que se le escapa la victoria de las manos. Previamente sucedió en Bahréin, cuando a diez vueltas del final su coche enfermó; ayer, a apenas cinco vueltas del desenlace, veía acercarse otro bofetón desde el retrovisor.

En el giro 68, Verstappen lanzó el coche por el interior, pero Leclerc sostuvo el pulso con su trazada por el exterior. Una vuelta después, en el mismo punto, Verstappen repitió la maniobra: en la frenada, situado otra vez por el interior, emparejó su coche con el Ferrari, pero esta vez estranguló a Leclerc en la salida de la curva. Los monoplazas contactaron. La rueda delantera izquierda de Max besó la delantera derecha de Charles. Nadie aflojó el acelerador. Como Verstappen rodaba por la zona interior, o sea con la posición ganada, amplió la trayectoria en la escapada del ángulo y por el impacto y la fuerza centrífuga, Leclerc salió escupido fuera de la pista. ¿Hubiera aflojado el monegasco si en vez de asfalto hubiera habido un muro? ¿Debió Max conceder espacio a pesar de tener preferencia al estar en la zona interior? Ninguno cortó el gas y el toque dejó a Verstappen con la primera posición, la victoria y una investigación abierta. “¿Qué demonios es esto?”, protestó Leclerc, el damnificado, la esperanza en la frustración de Ferrari, ayer segundo.

“Esto son las carreras, si esto no se puede hacer, mejor quedarse en casa. ¿Por qué estamos aquí, en la F-1?”, declaró Verstappen. “Dejaré que los comisarios tomen la decisión. Me ha parecido injusto. Desde el coche no he sentido que fuera un movimiento correcto, pero no lo he visto desde fuera. A veces visto desde fuera se ve diferente”, testificó Leclerc. Los comisarios resolvieron favorables a Verstappen en este duelo que representa lo más granado de la nueva generación de pilotos. Así se dio banderazo a una de las grandes actuaciones de la F-1. Firma: Max Verstappen. Por cierto, selló la vuelta rápida.

mercedes, sin registro histórico Indistintamente de la decisión, noticia era ver a Mercedes sin la victoria; y yendo más allá: sin opciones de luchar por ella. Después de diez carreras ganando -las ocho primeras de esta temporada-, asomándose a una del récord absoluto de triunfos consecutivos -los once de McLaren en 1988-, vio agotada su racha.

Valtteri Bottas fue tercero y Lewis Hamilton, quinto. Este último sufrió una rotura de alerón por subirse a los pianos. Si bien, el coche padeció problemas de sobrecalentamiento. “No somos robots. No somos terminators”, dijo el jefe del equipo, Toto Wolff, con una sonrisa dibujada en su rostro. Y es que Sebastian Vettel, con una soberbia actuación que le elevó desde la novena hasta la cuarta plaza, era la primera amenaza de los pilotos de Mercedes en la batalla por el Mundial antes de aterrizar en Austria. Ahora el rival más próximo es Verstappen, a 71 puntos del liderato de Hamilton.

Otro que brilló con luz propia para certificar la progresión de McLaren fue Carlos Sainz. El madrileñó partió desde la última posición y liquidó la prueba con la octava plaza. Su compañero, Lando Norris, llegó a verse cuarto para concluir sexto saliendo desde la quinta pintura.