Bilbao - Cuando el pasado 20 de febrero Zion Williamson, el jugador al que todos colocan como número uno del próximo draft, cayó lesionado en el primer minuto del duelo de máxima rivalidad entre Duke y North Carolina, no solo se rajaron las costuras de su zapatilla izquierda Nike (el estropicio hizo que la marca bajara el día siguiente en el Dow Jones más del 1% de su valor, lo equivalente a 1.100 millones de dólares), sino que también se reabrió un debate que sale a la superficie periódicamente: ¿es justo que los deportistas de la NCAA, en este caso los jugadores de baloncesto, no puedan cobrar ni de las universidades ni de patrocinadores privados? Las competiciones deportivas universitarias de Estados Unidos se basan en la condición amateur de sus practicantes pero son negocios que generan cifras astronómicas, sobre todo el fútbol americano y el baloncesto, de las cuales los jugadores no obtienen ningún beneficio salvo su beca universitaria. Y no hay que olvidar que para muchos su paso por la universidad es forzado -para ser elegible para la NBA, todo jugador estadounidense debe haber cumplido los 19 años y ha debido transcurrir un año desde la graduación de su promoción de instituto; aunque se trabaja en reducir la edad mínima a los 18, lo que permitiría a los jugadores de high school volver a dar el salto directamente-, por lo que permanecen en la NCAA un solo curso de los cuatro del ciclo universitario antes de hacerse profesionales.
En el episodio protagonizado por Williamson, el contexto es importante para entender el debate. El precio de las entradas para asistir al duelo superó los 2.000 dólares (asistieron personalidades como Barack Obama o Spike Lee) y llegó a rozar el de la Super Bowl. En los banquillos se sentaban entrenadores míticos: Mike Krzyzewski en el de los Blue Devils y Roy Williams en el de los Tar Heels, que se embolsan al año 8,9 y 3,9 millones de dólares respectivamente (hay más de 50 técnicos que cobran por encima de los dos millones). Tanto los visitantes como los anfitriones gozan de extensos contratos de patrocinio con Nike, los segundos con su subsidiaria Jordan Brand, que les reportan millonarios beneficios tanto en material deportivo como en cash (el contrato de los Tar Heels, firmado hasta 2028, les asegura nueve millones anuales; el de Duke no ha trascendido). Es por ello por lo que en el momento en el que Williamson cayó lesionado -al final no pasó de un esguince de rodilla y pudo volver a jugar semanas después- muchas voces, entre ellas las de estrellas de la NBA como LeBron James, protestaron. ¿Es justo que un deportista se exponga a sufrir una lesión que pueda acabar con su carrera o hacer que su proyección baje muchos enteros a cambio de nada dentro de un ecosistema multimillonario?
Existen opiniones para todos los gustos. El baloncesto universitario arrastra pasiones, mueve audiencias televisivas espectaculares y asistencias a los pabellones que hacen palidecer a la propia NBA (el Syracuse-Duke de febrero reunió a 35.642 personas en las gradas del tremendo Carrier Dome) porque uno de sus reclamos es ser el último reducto del deporte amateur, aunque todo lo que le rodea transpira negocio. El amor a los colores en al ámbito universitario es innegociable y está incluso por encima del deporte profesional. No depende de llegadas y marchas de jugadores ni de éxitos: es pasión en estado puro.
Un torneo abrumador Y esa pasión se concentra sobre todo en la March Madness, el torneo en el que actualmente se encuentra inmerso el baloncesto universitario y en el que 68 equipos pugnan en formato de eliminación directa en pos del título. Esa locura de marzo, que vivirá su cúspide de emoción con la Final Four que se disputará el 6 y 8 de abril en Minneapolis, es otra máquina de generar dinero. En 2016, CBS Sports y Time Warner ampliaron por ocho años el contrato de retransmisión del certamen por una cantidad total que asciende a 8.800 millones de dólares. La edición de 2018 generó 857 millones en derechos televisivos y la web deportiva SB Nation realizó un curioso cálculo. Cada una de las 68 universidades participantes tiene hueco para trece jugadores con beca deportiva, lo que supone un total de 884. Suponiendo que cada beca pueda ascender a un montante de 50.000 dólares, cifra muy optimista según la web, lo que se llevarían los jugadores ascendería a unos 45 millones, el 5% del total.
Y las cifras millonarias no acaban ahí. Las marcas deportivas pagan auténticas millonadas tanto en material deportivo como en cash por vestir a las mejores universidades, aunque en este aspecto son los programas más potentes en fútbol americano los que se llevan la palma. Así, Under Armour pagará hasta 2032 a UCLA 12,7 millones de dólares anuales. El contrato de Louisville con Adidas, hasta 2028, se queda en 10,96 por curso mientras que el de Texas con Nike, hasta 2031, es el tercero con 9,76. Además, se espera que el torneo mueva 8.500 millones de dólares en apuestas deportivas y también hay que tener en cuenta la venta de segmentos de publicidad y merchandising utilizando la imagen de los jugadores, negocios ambos extraordinarios.
Teniendo todo esto en cuenta, no es de extrañar las voces que critican que los deportistas no se lleven su parte del pastel. En 2009, Ed O’Bannon, exjugador de la UCLA campeona en 1995, llevó a los tribunales a la NCAA por la utilización comercial de su imagen sin que él tuviera ninguna compensación y cada vez son más las tesis contrarias a un sistema que, además, se ve enfangado por situaciones fraudulentas. En 2017 y 2018, el FBI investigó a una veintena de universidades de primer nivel por pagos de cantidades de hasta cinco cifras por asegurarse a varios de los mejores jugadores de instituto del país. Ese escándalo le costó el puesto en Louisville a Rick Pitino, actual técnico del Panathinaikos, al trascender que la universidad desviaba parte del dinero que recibía de Adidas para pagar a jugadores; meses antes se destapó que el centro organizaba fiestas con prostitutas y alcohol para reclutar jugadores.
La experiencia Aitor Zubizarreta, base guipuzcoano que mañana visita el Bilbao Arena con el Palencia, conoce la NCAA tras sus dos años en los Portland Pilots (jugó otros dos cursos en College of Idaho, de la NAIA, otra competición universitaria) y opina que los jugadores deberían ser recompensados económicamente: “No podemos comparar las circunstancias de los deportistas de Duke, Kentucky o Michigan con las nuestras en Portland, pero esa gente sí debería cobrar. No solo por el dinero que generan para sus universidades sino por la tensión que tienen que soportar a diario. Su nombre está todo el rato en la televisión nacional, en cada partido tienen a 20.000 personas en la grada analizando todo lo que hacen... Y solo tienen 18 años. Eso merece más que una beca”. El base apunta que “las universidades fundamentan su tesis en que ellos te dan una beca completa y todo tipo de facilidades e instalaciones para desarrollarte como jugador. En el caso de Zion Williamson, Duke dirá que ellos le ofrecen estar en un equipo y en un centro al que no puede acceder cualquiera. Ellos venden su producto, pero si un jugador está allí es porque es bueno”.
Zubizarreta saca a la palestra el ejemplo del fútbol americano, sobre todo los quarterbacks y las estrellas: “Casi no pueden ni ir a clase. Siempre tienen muchísima gente a su alrededor, mueven masas. A muchos hasta les tienen que poner psicólogos en su último año porque a veces pasan de ser dioses, jugadores a los que adoran más de 40.000 personas en cada partido, a no ser nadie. Lo pasan fatal. Esa gente debería cobrar por la presión que soportan. Si pierden tres partidos les abruman por la calle, en redes sociales... Y en ese deporte sí que es grande la posibilidad de lesionarte y no llegar a profesional”.