EL baloncesto de Bilbao y de Nueva York están unidos por una fina línea histórica que abarca más de 30 años. A cada lado está el apellido Allen. Leonard fue el primer extranjero que jugó en el Cajabilbao en la temporada 1985-86 en la antigua Primera División, equivalente a lo que ahora es la LEB Oro. Su hijo Jarrett, de 20 años, es esta temporada el pívot titular de los Brooklyn Nets de la NBA y uno de los mejores defensores de la competición, sobre todo por encima del aro. Ahí arriba se ha cobrado víctimas ilustres de sus espectaculares tapones como LeBron James, Giannis Antetokounpo, Anthony Davis, Blake Griffin y otras estrellas. Y es que en este caso lo de tal palo tal astilla es perfectamente aplicable, más allá del parentesco. Sus características como jugadores son muy parecidas y ambos pasan por ser dos tipos peculiares y de gran calidad humana.
Leo Allen, tras su etapa en San Diego State donde tuvo el récord de tapones durante 30 años, llegó a Bilbao tras ser elegido en el draft por los Dallas Mavericks y con fama de excelente defensor, que confirmó en aquel equipo que dirigía Josean Figueroa y que tenía el objetivo de ascender a la ACB. Su juego no engañó, aunque quizás no era lo que necesitaba el Cajabilbao. Xabier Jon Davalillo y Josean Betolaza compartieron vestuario aquella temporada, eran los capitanes del equipo, y coinciden en definir a aquel americano de 2,07 metros “jovencito, inexperto, delgado y algo desgarbado” que salió por primera vez de su país como “una excelente persona”, con sus rarezas. “Recuerdo que el club le puso un piso en Sabino Arana y lo tenía lleno de flores”, cuenta Davalillo, que guarda la imagen del tapón que Allen le puso a Essie Hollis en su primer partido y que ilustra esta página. “Esa jugada me dejó impactado, como a todos”, dice Davalillo.
Aquella temporada se abrieron las puertas a un extranjero en la categoría y “Leo Allen era el primer americano con el que teníamos que convivir la mayoría de nosotros”, apunta Betolaza, que como capitán tuvo bastante trato con el jugador texano. De hecho, “estuve bastantes veces en su casa y él en la mía”. “Dábamos muchos paseos por Bilbao, era muy majo. Incluso, a veces venía a comer a mi casa”, rememora el ahora fisioterapeuta, En una de esas ocasiones, Allen tuvo que pasar lo que era la prueba para los americanos de entonces: “Mi ama preparó txipirones. Y no se los comió”. El intercambio cultural provocó también que Josean Betolaza y sus compañeros descubrieran a Whitney Houston, que saltó al estrellato musical en aquella época. “No teníamos ni idea de quién era, pero cuando íbamos en el coche siempre ponía el mismo cassette”, recuerda.
Josean Betolaza define a Leo Allen como “un portento atlético, saltaba muchísimo, pero era un poco pardillo”. Fue cortado al de unos meses y luego llegó Joe Kopicki “que ya era otra cosa. Estaba mucho más viajado y no necesitaba ayuda”. Curiosamente, el estadounidense acabó aquella temporada en el Licor 43 de Santa Coloma de Gramanet donde aportó buenos números a un equipo que perdió la categoría en el play-off de descenso. Por tanto, Leonard Allen llegó a la ACB antes que el Cajabilbao, que ascendió esa misma temporada, “así que los torpes éramos nosotros”, bromea JJ Davalillo.
Después de esa temporada, el pívot de Port Arthur siguió su periplo por distintas ligas europeas y volvió a jugar años después en Primera División en Guadalajara y Gijón. A mediados de los 90 se retiró y, según refiere un reciente reportaje del New York Times, entró a trabajar en la empresa de tecnología Dell, donde pudo dar rienda suelta a una de sus pasiones, que contagió a su hijo Jarrett. El ahora jugador de los Brooklyn Nets nunca mostró inclinación por el baloncesto, sino por la informática y las matemáticas. De hecho, en el instituto fabricó un ordenador que aún utiliza en su domicilio neoyorkino para alejarse del deporte “porque bastante tengo en el día a día”.
Jarrett Allen, nacido en San Diego el 21 de abril de 1998, empezó bastante tarde a jugar a baloncesto, apenas iniciado el instituto. Después, estudió en la Universidad de Texas sin demasiadas aspiraciones y ha llegado a la NBA, donde promedia 11,5 puntos y 8,3 rebotes en 26 minutos en un equipo que ocupa puesto de play-off en la Conferencia Este, porque sus condiciones físicas le conducían a ello. Mide 2,11 metros, con una envergadura de 2,27, y con su peculiar pelo afro parece más alto y resulta inconfundible. Su imagen va acorde con una personalidad que le distingue de la media. No tiene coche, cubre los trayectos desde el pabellón de los Nets a su casa andando “porque me gusta disfrutar la noche de Nueva York” y en el vestuario ha calado hondo. “Es muy distinto a todos en la NBA. Se sorprenden y dicen que es raro o diferente, pero la verdad es que es extremadamente inteligente. Amo tener conversaciones de nivel con él”, afirma en el citado reportaje su compañero Spencer Dinwiddie. Quizás a Jarrett Allen le haya hablado Leo de Bilbao, de los txipirones en casa de los Betolaza. “Yo no sigo mucho la NBA y no sabía esta historia. Pero mis hijos seguro que le conocen y les va a gustar saber que yo jugué con su padre”, concluye Josean, el guía del primer americano que tuvo el Cajabilbao.