VÍctor Vikingo Terrazas (Guadalajara, 1983) amenaza con una “batalla” esta noche en el frontón Bizkaia de Bilbao. El excampeón del mundo del supergallo se medirá a Andoni Gago en el combate de fondo del Winter on Fire III, que será el retorno del bilbaino a su fortín. Antes, Ibon Larrinaga pugnará con Aritz Pardal para retener el cinturón Mediterráneo de la WBC. Un evento de pantalón largo. El tapatío tiene un récord de 38 victorias -21 antes del tiempo-, cuatro derrotas -las cuatro por K.O.- y un nulo. En total, en una carrera que comenzó en 2003, acumula 246 asaltos.

Terrazas espera una contienda dura. Como lo ha sido cada una de las etapas de su vida. Considera a Gago como “un mexicano más” por cómo se despliega sobre la lona. “Es un excelente peleador: es aguerrido, va para adelante y es fuerte. Siempre he sido de los que van para adelante y me gusta fajarme. Sé y siento que vamos a dar una gran pelea. El que va a salir ganando es el público”, confiesa el tapatío, quien destaca que “no he peleado durante el último año, pero sí que me he mantenido en forma”. Así, desde que desapareció del panorama en 2013, Terrazas ha realizado “un entrenamiento constante” y se ha cuidado “con el peso”, para no tener problemas a la hora de subir a la báscula. “He hecho bastantes sparrings para no perder la distancia, seguir en ritmo y dar una buena pelea”, argumenta. El currículum de El Vikingo alumbra a un excampeón del mundo. “He disfrutado del boxeo desde que inicié mi carrera. Lo he hecho en casi todas las peleas. Después de ganar el cinturón mundial -fue en 2013 ante Cristian Mijares- y perderlo contra Leo Santa Cruz, me tuve que someter a unas operaciones que me tuvieron fuera de los cuadriláteros”, desbroza el mexicano. Aterrizó el pasado martes en el aeropuerto de Loiu junto al excampeón mundial WBC del peso pluma Alejandro Cobrita González.

Ha sido la última de sus pruebas vitales. Su segunda resurrección, que viene a desembocar en Bilbao. Le detectaron varicoceles, quistes y hernias inguinales. Le operaron de los testículos. Fue complicado de digerir. Estuvo tres años sin subirse a los cuadriláteros tras la derrota con Santa Cruz. Mucho tiempo. “Estuve dos meses sin poder caminar. Lo hacía muy despacio y tuve una rehabilitación muy lenta. Me costó volver a andar, realizar ejercicios y volver a coger fuerzas en las piernas. Gracias a Dios -Terrazas es muy creyente y hace alusión a Dios en muchas partes de la conversación con DEIA-, la rehabilitación fue exitosa”, recuerda. Ahora, es libre de saltar al ring. “Mi mayor motivación es que me recuperé sin prácticamente problemas para continuar con mi carrera en el pugilato. Estoy muy motivado. Mi familia, mi esposa y mis dos hijos son los que siguen apoyándome y creyendo en mí para volver a ser campeón del mundo”, agrega. Es su objetivo. Volvió al ensogado en 2016 y ha disputado dos combates: cara ante Cristian Arrazola y cruz ante el jovencísimo Eduardo Hernández, que le noqueó.

El revivido Terrazas tuvo su primer regreso muy joven. Con once años, estaba en calle, sin padres, que se fueron a Estados Unidos, formó parte de la banda violenta La Florencia 13 en la Colonia Benito Juárez, estuvo enganchado al alcohol y otras drogas y vio la vida desde el lado salvaje. Lou Reed no le cantó. La primera vez que entró en un gimnasio de boxeo vivió una epifanía y encontró la luz. Su mujer, Susana, con la que se casó a los quince años, le ayudó en su crecimiento. Cuando debutó en el pugilato de pago, con veinte febreros, se ganaba la vida como pintor. Llegó a campeón del mundo diez años después.

una nueva vida “El boxeo para mí es lo máximo. Me sacó de los vicios. Tuve una infancia muy dura. Crecí en la calle, sin padres. Pude salir de eso gracias a este deporte, cosa que muchos de mis amigos no consiguieron. Prácticamente, se quedaron igual que los conocí: en la drogadicción y el alcoholismo. El deporte me sacó de aquello”, evoca Terrazas, al que la tinta que le recorre cuenta su vida. “En el gimnasio aprendí lo que era la disciplina, el compromiso y estar a diario en los entrenamientos para poder ser alguien en el futuro. Gracias a Dios lo logré y lo sigo disfrutando. El año que viene, si Dios quiere y me da vida, volveré a ser campeón del mundo. La edad no es algo que me impedirá intentarlo”, manifiesta El Vikingo. De hecho, cada día recuerda. Echa la vista al retrovisor. Crece. “No se me olvida absolutamente nada de lo que viví de niño y me sigue motivando en cada entrenamiento y en cada preparación. Es lo que a veces me saca adelante”, desbroza el tapatío. “Un amigo de Guadalajara que se llama Arturo Cuyito Hernández me invitó por primera vez a entrar a un gimnasio. Estuve un mes y pensé qué hacía como un loco delante del espejo. Dejé de entrenar, pero me picaron las ganas de volver al gimnasio, de llevar una rutina, de querer seguir y convertirme en un campeón”, desgrana. En un mes regresó. Hasta hoy. Siempre tuvo “hambre de triunfo”. “Veía a los campeones, entre ellos a Óscar Chololo Larios, que es mi compadre y yo le hacía de sparring, y me decía a mí mismo que era una persona igual que yo: tenía dos brazos, dos piernas y si él podía hacer esas cosas, yo podía superarlo”, analiza. Lo hizo. Fue campeón del mundo. Y resurgió. Dos veces.