BILBAO - “Ahora estamos empatados. Hagamos esto otra vez”. La bocina final no había sonado aún en el Oracle Arena y Kevin Durant y LeBron James se buscaban ya con la mirada. Se las habían tenido tiesas en varios momentos de las finales de la NBA más espectaculares que se recuerdan, pero la batalla había llegado ya a su fin. Mientras sus compañeros en los Golden State Warriors saltaban de alegría tras recuperar el anillo que el año pasado, en ese mismo escenario, se les había escapado ante el mismo rival, los Cleveland Cavaliers, a los que habían sometido el curso anterior, Durantula caminó hacia el centro de la cancha para abrazarse con su rival y amigo. Le recordó que ya protagonizaron ese mismo gesto en 2012, con King James y sus Miami Heat derrotando entonces en la final a Durant, aún en los Oklahoma City Thunder. De ahí lo del empate y las ganas de repetir una rivalidad que ya es histórica. También el reconocimiento al rey destronado: “Es el único tipo en el que me he fijado desde 2012, es el único que me puede mirar cara a cara”.
Cuando el pasado verano los Warriors, el equipo del 73-9 en una temporada regular, y Kevin Durant, uno de los jugadores más diferenciales del planeta, un tipo de 2,11 que bota como un base, corre como un escolta y anota compulsivamente desde todas las posiciones de la cancha, juntaron sus caminos lo hicieron preciosamente para esto: para ganar. Para ganar y hacerlo a lo grande. Arrollando, transportando el baloncesto a niveles de acierto y virtuosismo jamás vistos hasta el momento. El nivel del conjunto de Steve Kerr se resume en su capacidad de abrumar en estas finales a unos Cavaliers que, a su vez, abruman al resto de competidores. Dos superequipos confeccionados para la gloria de los que solo uno podía quedar en pie.
Y quedaron los Warriors, que pusieron la guinda ante su público con un 129-120 que dio carpetazo a una serie con niveles de anotación más propios de hace medio siglo y un ritmo de juego y ejecución que hacen vislumbrar el baloncesto del futuro. Stephen Curry, Klay Thompson, Draymond Green y compañía siempre fueron un par de pasos por delante de su rival y su triunfo en el tercer partido, en el Quicken Loans de Cleveland, con aquel triple de Durant dejó la final decantada. Los Cavaliers salvaron el primer match ball y regresaron a Oakland con un 3-1 adverso igual que el pasado curso, pero las volteretas históricas no se dan todos los años, menos cuando a un equipo casi perfecto se le suma un jugador que roza el umbral de excelencia. Durant, el tipo que más se jugaba en estas finales, el que dejó huérfana a Oklahoma City y despechado a Russell Westbrook para alcanzar el sueño del anillo, acabó siendo también el más brillante entre los brillantes. Sus 39 puntos volvieron a ser ayer la punta de lanza de unos Warriors que sufrieron durante el primer cuarto las acometidas del descomunal LeBron (41 puntos, 13 rebotes, 8 asistencias) antes de poner pies en polvorosa en el segundo con un parcial de 36-11 (69-52) a base de triples y una notable defensa capitaneada por Green y David West.
Los triples de J. R. Smith evitaron que el duelo se rompiera de forma definitiva y entre Kyrie Irving y James mantuvieron el rumbo de una embarcación a la que, sin embargo, se veía que le iba a costar una barbaridad llegar a buen puerto. Los de Tyronn Lue se acercaron hasta el 98-95 en el amanecer del último cuarto, pero Durant entró en trance y se acabó lo que se daba. Triples, juego uno contra uno, generación de espacios para que fluyeran compinches como Curry o un Andre Iguodala absolutamente efectivo... Los Cavaliers, con la lengua fuera, colapsaron. El campeón destronado ha dependido demasiado de LeBron pese a los partidazos de Irving y los chispazos fugaces de Smith, Love o Thompson en distintos momentos de la eliminatoria. Demasiadas concesiones ante unos Warriors perfectos que abanderan el baloncesto del futuro. Un equipo de leyenda.