Miribilla homenajea este domingo a Raúl López
El Bilbao Arena de Miribilla, que ha tenido el privilegio de verle en acción durante cinco temporadas, homenajeará mañana a un jugador tan mágico como talentoso en la que puede ser su última cita como profesional
Raúl, sal ahí y diviértete. Solo eso, diviértete”. Poco podía saber Alfred Julbe el 30 de abril de 1998 que esa simple frase de ánimo que deslizó a aquel chaval instantes antes de que viviera su bautismo de guerra en la ACB iba a ser el punto de partida de la extraordinaria carrera de una de las figuras más icónicas, respetadas y queridas de la historia del baloncesto español. Aquella noche, en el Olimpic de Badalona, ante 4.375 personas y con el Caja San Fernando como rival, aquel diablillo de Vic con cara de no haber roto un plato obedeció a pies juntillas a su técnico. Divirtió y se divirtió. “Me dijo que saliera y me lo pasara bien. Eso fue lo que hice y me fue muy bien”. Así, con la humildad que le ha acompañado siempre, sin darse importancia, resumió un debut que le llevó a anotar 10 puntos y repartir cuatro asistencias en 18 minutos de presencia en cancha que sirvieron para que su equipo, el Festina Joventut, pusiera pies en polvorosa en el marcador.
Desde ese lejano día, aquel chaval, Raúl López Molist, el mago de Vic, el extraordinario jugador y entrañable persona a la que Miribilla tributará mañana un sentido homenaje pues ha decidido colgar su chistera a la conclusión del presente curso, las ha visto de todos los colores en esto del baloncesto. Aquellos inicios dorados en los que, pese a que en las primeras concentraciones apenas era capaz de comunicarse en catalán, lideró junto a los Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, Felipe Reyes o Germán Gabriel a la generación de los júniors de oro que aupó a base de descaro y talento el baloncesto español a altares ni siquiera soñados, su desembarco en la NBA cuando cruzar el charco era una proeza y no algo habitual como hoy en día, pero también las gravísimas lesiones de rodilla que le impidieron alcanzar sus límites sobre una cancha. Pero en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la proeza, Raúl ha sabido ser siempre el mismo. Humilde y poco amigo de llamar la atención. Amante del nosotros en lugar del yo. Escurridizo cuando hay aglomeración de micrófonos y cámaras, pero amable, cercano y chisposo en el trato personal.
Desde que a comienzos de marzo anunciara que este iba a ser su último curso en activo, todos los clubes a los que ha visitado con la camiseta del Dominion Bilbao Basket, sobre todo el Joventut y el Real Madrid, conjuntos en los que militó, quisieron homenajearle, pero él, educadamente, lo rechazó. Cuando tuvo que hablar ante las cámaras de televisión tras la derrota ante los blancos, fue muy claro: “No quiero ser una distracción para mi equipo, no pienso en mi adiós. El equipo está compitiendo por entrar en el play-off. Todo lo demás es algo que intento apartar porque me distraería”. Puro Raúl López.
El romance entre el Bilbao Arena y el de Vic arrancó en julio de 2011. Fue amor a primera vista, un flechazo. Raúl se convirtió en hombre de negro en la época de mayor esplendor deportivo del club. Aterrizó en el histórico año de la Euroliga y la marea negra no tardó en quedar embrujada por su magia. Su primer gran truco, aquella canasta sobre la bocina ante el Montepaschi Siena en el Top 16 que allanó el camino hacia los cuartos de final contra el CSKA. ¡Shaun Stonerook aún le sigue buscando! Desde entonces, Raúl ha sido importante, sin darse importancia, en todos los grandes momentos de la historia reciente de los hombres de negro, pero también fue, junto a sus inseparables Mumbrú, Hervelle y Grimau, uno de los que se puso en primera línea de fuego cuando llegaron los meses que a punto estuvieron de borrar al Bilbao Basket del mapa. Fue de los primeros que recibió ofertas para cambiar de aires. Las rechazó. Decidió quedarse en un barco que navegaba a la deriva. Tenía claro que el baloncesto que le quedara en el depósito lo iba a jugar en Bilbao.
Y así será. Si una carambola de resultados no lo impide, su carrera profesional acabará mañana ante un público plenamente consciente de que si ha podido disfrutar durante cinco años del juego de Raúl López Molist ha sido por aquellas gravísimas lesiones de rodilla. Al menos públicamente, él siempre les ha quitado trascendencia, las ha considerado gajes del oficio, pero no hay nadie que no se haya hecho esta pregunta. ¿Hasta dónde habría llegado sin esos percances? Porque el Raúl que explotó en el Joventut y fichó por el Real Madrid en 2000 desbordaba magia y lucidez, hacía gala de una capacidad de anotación brutal (de sus manos salieron los puntos decisivos con los que la selección española junior se clasificó para las finales del Europeo de 1998 y el Mundial de 1999, en los que acabó colgándose sendos oros), pero también estaba armado de una capacidad física y una explosividad muy superiores a la media. El 4 de noviembre de 2001 sufrió la primera rotura del ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha, el 17 de agosto de 2002 recayó en un amistoso con España y tuvo que esperar hasta octubre de 2003 para cumplir uno de sus sueños: debutar en la NBA con unos Utah Jazz que le reclutaron en el draft de 2001, en el puesto 24, para tratar de que ocupara el lugar del mítico John Stockton.
Acabó jugando 113 partidos en la competición estadounidense, pues en su segundo curso en Salt Lake City volvió a caer lesionado, esta vez en su rodilla izquierda. Cuando en 2005 fue incluido en un traspaso multitudinario que le colocaba en los Memphis Grizzlies, decidió regresar a Europa. Un curso en el Akasvayu Girona, tres en el Real Madrid y dos en el Khimki fueron el preámbulo a su desembarco en Bilbao. La marea negra ha tenido durante cinco años el privilegio de ver en vivo y en directo sus funciones de magia, aunque si se lo preguntan a él probablemente le quitará trascendencia al asunto. Dirá que él no ha hecho nada especial. Mentirá. O puede que no. En definitiva, lo que ha hecho ha sido aquello que le aconsejó Alfred Julbe el 30 de abril de 1998. Divertirse y, sobre todo, divertir. Y eso que a simple vista parece simple es, en realidad, lo que le ha convertido en extraordinario.