Eibar - Tras el encuentro, Jon Ander Albisu, que había sido padre a mediodía, caminaba con los brazos bajos un partido agónico, en el que había rayado a gran nivel, el mejor de sus últimas semanas de competición, pero sin premio. Cosas de la vida. El zaguero de Ataun, un pelotari que no termina de encontrar un hilo continuo a su método, de pegador, un bulldozer, se reivindicaba a sí mismo con los mejores pelotazos del partido. Con dos manos frescas, que cuando gozaban atrasaban muy bien la pelota, y cinco yerros, dos de ellos bastante forzados, en el límite del error y el acierto rival, el ataundarra, protagonista, se iba del Astelena de Eibar eliminado de las semifinales del Parejas, apeado por un dueto currante hasta la médula, vestido de otro modo en la trinchera, porque la virtud de Artola delante les estaba llevando de cabeza. Con el abrazo a catorce, Juan Martínez de Irujo cogió el saque tras una escapada sobre chapa de un incómodo Beñat Rezusta que, al ir a atraparla, golpeó al delantero de Alegia, en el mejor momento de juego, compenetrados, en el anular de la derecha, generándole una luxación y un miedo interno perpetuo hasta el final a entrar. Beñat sí se dio cuenta y lo calificó como “clave”; Juan, no. El duelo se descerrajó después de la avería.
El 22-16 tuvo un efecto doble: la eliminación de los derrotados en Eibar, la exposición como semifinal pura y dura el envite de Irujo-Rezusta ante los actuales campeones, Oinatz-Untoria, y la clasificación directa de Olaizola II-Urrutikoetxea.
Como Sísifo, castigado para la eternidad a cargar una piedra que siempre se le caía cuesta abajo, a los guipuzcoanos se les escapó el partido y las opciones de entrar a pelear por la final del campeonato en un encuentro jugado a mucho ritmo. El año pasado les sucedió algo similar. Mala fortuna. Una condena. Dieron la sensación, en la dureza de la segunda parte, de hecho, de ser superiores a los líderes de la fase anterior, quizás más endebles porque el zurdo de Bergara no asomó tan decisivo. Sí que Irujo mostró sus mayores virtudes: composición laboral y acierto en los momentos intrépidos. Pero, no obstante, después de dominar la primera fase, desde el empate a tres hasta el 9-6, con cierta holgura, se les vino lo que no querían avivar en los cuartos. Y es que, todos sabían a qué se exponían si los guipuzcoanos entraban en semifinales: un binomio de pegadores que puede poner a cualquiera contra las cuerdas. Un volcán dormido. Por eso, hablaba Juan de que no quería verles “ni en pintura”. Un oráculo.
Pues bien, los de Aspe libraron ayer por su capacidad de agarrarse al partido y competir. Sus contrincantes anunciaron tambores de guerra y empataron a nueve, a diez y a once. El remolque se transformó en revolución y la pegada de un Albisu seguro demudó el gancho a Irujo y puso en problemas a Rezusta. Artola se puso morado. De nuevo, algunos yerros les quitaban consistencia. La vida, en la montaña rusa. Así, se escaparon 11-13 y dos destellos del mejor Irujo empataron. Artola, con una dejada al ancho especial, abrió la veda de nuevo a la sorpresa, porque en las tablas no les veían favoritos.
Llegó la escapada de Beñat. El partido se puso 14-14, el dedo de Artola se luxó y el oficio de los de Aspe les llevó a estar a un partido de la final. La agonía y un epílogo aseado evitaron un problema a Irujo y Rezusta.