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El italiano Ivan Basso lo deja “porque no sería competitivo”

El italiano Ivan Basso lo deja “porque no sería competitivo”

bilbao - De algún modo todas las despedidas que no quieren serlo aspiran a Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, a aquella frase tan redonda en el aeródromo: “siempre nos quedará París”, un adiós legendario que no colgaba de la percha del guion. El libreto decía “siempre tendremos París”. El imborrable adiós entre Rick e Ilsa se coló en la traducción. La despedida que no lo fue, que anunciaba otro capítulo que jugueteara en la imaginación del espectador sobre las vidas de Rick e Ilsa, queda para los arcanos y los amantes de estación. La realidad, que no bebe tanta absenta (la bebida de los poetas, bohemios y malditos en los garitos de Montparnasse), que no es tan novelada, que tiene más prosa que poesía, es distinta. Se impone la aridez, lo descarnado del ocaso.

Existe una definición que aglutina lo cruel de las capitulaciones en el deporte. “Nadie deja el fútbol, es el fútbol el que te deja a ti”, reza el epitafio de todos lo que abandonan tras ser abandonados. Es muy difícil irse a tiempo, extremadamente complicado. De ahí esos fotogramas que apila la historia, repleta de mitos, héroes e ídolos varios que suplican una prórroga, imaginándose lo que fueron y no serán. Las despedidas en el deporte están llenas de sombras, de tristeza y languidez, de minutos de más. Por eso, la renuncia de Ivan Basso (Varese, 26 de noviembre de 1977), con contrato en vigor, es un acto de valentía. “No tengo ninguna razón para traicionar a mis fans y a toda la gente que creyó en mí todos estos años. Podría haber seguido corriendo, pero no sería competitivo. Puedo disputar una carrera pero luego sufrir al final. No tiene sentido decepcionar a mis fans y cuando la adrenalina se sustituye por el miedo, entonces es el momento de cambiar”, confesó Basso, el hombre que se reconoce incapaz de ser el ciclista que fue tras superar el cáncer de testículos y aunque curado sabe que ha traspasado la meta, que no tiene sentido colgarse el dorsal y pasar el control de firmas. No quiere engañarse el italiano. “Todo atleta sabe que su luz no brillará en toda su carrera. Es inevitable que en algún momento se inicie la cuesta abajo y un atleta sabio debe saber cuándo ha llegado el momento de dejarlo”, dijo Ivan Basso cuando cerró los ojos de ciclista.

Con el amor propio intacto, con elegancia, refractario a la autocomplacencia, Basso cierra el círculo de una carrera longeva que le elevó a los altares del ciclismo, pero que también le hundió en la ciénaga del dopaje. Fue un campeón el italiano, ganador de dos giros y un referente en su país, que incluso en los momentos oscuros, en la zozobra del dopaje, al contrario que otros, no se escondió. Reconoció que fue paciente de Eufemiano Fuentes en la trama de la operación Puerto, cerrada en falso en los juzgados españoles. A Ivan Basso, -Birillo (el nombre de su perro) en las bolsas de sangre- el CONI (Comité Olímpico Italiano) le sancionó dos años.

“Desde niño quería ser el mejor corredor del mundo”, explicó el varesino en el juicio, al que acudió como testigo porque moralmente sintió que era lo correcto. Basso dio la cara al contar su experiencia con el dopaje. “Era una cosa mía. No lo sabía ni mi equipo ni mi familia”, apuntó. Describió el italiano que el tratamiento al que se sometió para mejorar el rendimiento consistía en congelar su propia sangre tras extraerla para una posterior autotransfusión, algo que entonces “lo encontraba una cosa justa, aunque ahora ya no”. En su testimonio, Basso reveló que su idea era “reutilizarla antes del Tour del 2006”, porque su sueño siempre fue “ganar el Tour”. En su declaración, el corredor italiano explicó que había pactado con Eufemiano Fuentes abonarle 70.000 euros por sus tratamientos durante el curso 2006, pero finalmente solo abonó un anticipo de 15.000 euros en efectivo porque la Guardia Civil desmontó la trama. “Creo que soy el único que ha pagado por todo”, expuso Basso.

Cerrado aquel episodio, la estrella de Ivan Basso fue mitigándose y acabó por reciclarse en un gregario de lujo que contribuyó al triunfo de Contador en la pasada edición del Giro. “Cuando me uní al Tinkoff-Saxo, uno de los mejores equipos del mundo, mi objetivo era añadir valor, de lo contrario no tendría ningún sentido. Aunque mi papel es el de ser un supergregario, tengo que rendir al más alto nivel y ser un activo para el equipo, no un pasivo”, deslizó el varesino, que continuará en la estructura del conjunto ruso para aportar su sabiduría. “Me retiro de la competición, pero no es un día triste porque mi relación con el ciclismo sigue, voy a seguir trabajando en el mundo que amo”.