Bilbao - Antes del gran festejo, del caballito, de la gloria, de deletrear su nombre en la historia, de meterse en el arcoíris, de ser de oro en Richmond; la última imagen de Peter Sagan, hace apenas un mes, era la de un ciclista atropellado por una motocicleta en la Vuelta a España. Cabreado, enojado, enervado por el accidente, magullado por la caída que nunca tuvo que ocurrir, el eslovaco tiró la bicicleta de pura rabia. Al día siguiente de aquella reacción, multado por asuntos de protocolo y decoro, abandonó la carrera. Tuvo que tragar bilis Sagan, el orgullo herido en aquella escena. Ayer, Peter Sagan, un ciclista irrepetible por su valentía, por su perseverancia, por su clase y por su sentido del espectáculo, también lanzó la bicicleta. La mandó al Nirvana, a la pura dicha, tras proclamarse campeón del mundo a lo grande. Pertenece Sagan a la estirpe de aquellos cuya carrera no acaba en la meta si no que continúa hacia la leyenda.

La celebración de Sagan, reivindicándose, fue la de una rock&roll star. Después de empujar la bicicleta, mandó el casco al público. Le siguieron las gafas. Antes, había besado a su chica. Fue un beso largo, emocionante y arrebatador en la avenida de la felicidad. Él, que tantas veces tuvo que arrugar los hombros por la calle melancolía; él, que vio su rostro transformado en la imagen de un Poulidor moderno; él, que tanta metas pisó a un centímetro del todo; él. que miraba como otros olían las flores de meta; él, residente en el suspiro. Incluso en ese diván, Sagan, un optimista irredento, jamás perdió el ánimo. El humor no dejó de acompañarle, planchado en su piel a modo de recordatorio, pero también como antídoto para bailar la decepción con una media sonrisa.

En el ajuar de Sagan no existe la bandera blanca. Por eso izó el maillot arcoíris. Sagan es un ciclista de dirección única. No sabe esconderse. Odia las madrigueras. Ciclista con una gama de colores inagotable, Sagan es un tipo del renacimiento, un Da Vinci que ama el escenario, los focos y el riesgo. Es feliz Sagan lejos del anonimato o de la cicatería, del cálculo y del aspecto huraño del contable dispuesto negociar con la usura. Sagan, que tiene el espíritu pirata, la melena al viento, corre al asalto. Al ataque. A todo o nada. O enfermería o puerta grande, pero pisando arena. No sabe lo que es un retrovisor el eslovaco de la cabellera dorada. No lo necesita. Su ciclismo rebelde, epidérmico, suena a toque de corneta. Con esa determinación que empuja a los genios esculpió su trono en Richmond, una obra de arte arrancada de las piedras de la capital de Virginia.

Sagan, un solista, no necesitó de orquestas, ni el arrope de las big bands. Lo suyo fue un riff de guitarra monumental en el último tramo de pavé, justo cuando la carrera era una jauría de lobos hambrientos después de un Mundial agitadísimo, ingobernable por la velocidad, más que por el recorrido extraño y lujurioso en su desembocadura. El descorche a través de Libby Hill y el empedrado desató el caos. Enfilada la manada, muy numerosa, los colmillos afilados, absorbidos Farrar y Siutsou, infatigable, -los últimos expedicionarios de los numeroso movimientos que se produjeron entre las selecciones-, se lanzó Stybar en la colina. Degenkolb, la inequívoca apuesta de Alemania, se pegó a su colín. El Mundial estaba en plena ebullición. Van Avermaet, poderoso belga, respondió al envite y tomó unos metros. Su dorsal fue el primero en atravesar 23rd Street.

ataque a 2 kms de meta Entonces el asfalto se convirtió en una calzada. Piedra. Un lugar para tipos duros, sin diatribas. En ese punto, en el reino de la anarquía, donde el resto se estrelló, en el muro, despegó bestial Sagan, dando coces en los pedales. Maltratándolos. Abandonó el establo enfurecido. El mármol de sus piernas haciendo palanca sin desmayo, poseído. Su arranque, despiadado, solo dejó escombros a su paso. Sagan, liberado, rastreado a distancia Van Avermaet y Boasson Hagen, dejó atrás el adoquín y se enroló en el descenso que le dejó frente a un ejercicio de resistencia, en su lucha por un sueño. El eslovaco, en apnea ante la presión del pelotón, empeñado en arrancarle la felicidad, tomó aire para ser el primero en pisar la alfombra roja, a la que entraron con entusiasmo Matthews, plata, y Navardauskas, bronce. Las pisadas de oro correspondían a las huellas de Sagan, el eslovaco genial que desafió al mundo para conquistarlo con osadía. Indomable Sagan.

1. Peter Sagan (Eslovaquia)6h14:37

2.Michael Matthews (Australia)a 3’’

3. Ramunas Navardauskas (Lituania)m.t.

4. Alexander Kristoff (Noruega) m.t.

5. Alejandro Valverde (España)m.t.

6. Simon Gerrans (Australia)m.t.

7. Tony Gallopin (Francia)m.t.

8. Michal Kwiatkowski (Polonia) m.t.

9. Rui Costa (Portugal) m.t.

10. Philippe Gilbert (Bélgica)m.t.