Bilbao. Si vis pacem, para bellum -si quieres paz, prepárate para la guerra-", reza en la espalda alargada de Aratz Garmendia (25-VII-1982, Basauri), mientras se coloca en la jaula del Gym Mampo de Zorrotzaurre y planea con Willie Betanzos cómo van a afrontar la sesión de trabajo del medio día. El luchador de MMA se faja con los sacos en mitad de la jaula; mientras que en un ring situado a una pared de distancia, los púgiles bailan la danza feromónica del boxeo. Aratz, un luchador fibroso y sin un gramo de más, es huracanado en las doce cuerdas y en la jaula. "No soy demasiado técnico", afirma. Pero en el bamboleo frenético, al gozar de un físico y un fondo privilegiado, encuentra un filón. Le apodaron Kamikaze por cómo saltaba al ring en sus primeros pasos: sin reservas, a por todas. Y él desgana que quizás es su punto fuerte el poder de sus inagotables pulmones, criados desde hace mucho tiempo en una forma de vida basada en el entrenamiento. Es la virtud de un guerrero rápido, pero paciente. Willie y él lo admiten: "Somos un poco enfermos de las artes marciales. Un poco frikis de todo esto". Hoy, en la velada que comienza a las 18.00 horas en el pabellón de La Casilla, el vizcaino afincado en Okondo se mide al irlandés David Wogan en el desafío de K-1 entre Euskadi e Irlanda que sirve para enmarcar una causa solidaria con la ikastola Ibaialde de Lodosa-Sartaguda.

Mientras se mueve por el tatami preparado del gimnasio bilbaino, Aratz explica que ser luchador no significa solo pelear, el fin no es ese. En el ADN sí que entra, pero no es lo único. "La forma de vivir del luchador no es de cara a la pelea. La pelea es la culminación, pero lo bonito es el entrenar, los seis meses esos que estás dando cada día más de ti. Un luchador no vive para pelear, lo hace porque le gusta el arte marcial", afirma el basauritarra. Willie Betanzos lo confirma. El técnico y luchador santurtziarra, que da clases de muay thay en el gimnasio César de Kabiezes, lleva gran parte de sus 43 años de vida en la lona y de esto sabe algo. "Es una afición, pero es por lo que orbita nuestra vida". Afirma Aratz que "somos los locos que se levantan a las seis de la mañana para hacer su primera sesión antes de ir a currar. A correr y a soltar el cuerpo. Lo pones en movimiento. Vas a currar y haces otra sesión: con más potencia. Vuelves al trabajo y luego haces la tercera sesión más técnica, con sparring y demás. Y a la noche, a dormir como un niño, que al día siguiente vuelve a sonar el pipipi del despertador". Sacrificio a raudales. Y aun así, no se cansan. "Nos reíamos de los frikis del World of Warcraft, pero somos iguales pero con patadas", cuentan entre risas y apostillan que "ellos tienen al Señor de los Anillos y nosotros a Bruce Lee".

la curiosa historia de aratz Aunque la testosterona que se entendía en el retrovisor que poblaba las doce cuerdas, donde el luchador era un tipo duro, descarnado y con voluntad de acero, que mastica el miedo como si fuera un chicle y que el bocado forma parte de su ritual personal actual, que el mundo en el ring es tan pequeño como un puño y el sabor a sangre es el pan de cada día, Aratz Garmendia elimina los mitos. Lo dice claro: "Te da tanta confianza que no tienes que ir pegándote por ahí". Su baile es tan físico como una danza ritual a la que al gran público le suena a brutal porque no conoce lo que hay detrás. Willie, experimentado y respetado a partes iguales, da en el clavo: "Normalmente, la gente que va por ahí queriendo pegarse, no encaja aquí". La virtud del guerrero, explican, es la del autosacrificio constante y la paciencia. Un arte.

De hecho, la vida exterior de Aratz se cuece en un gimnasio para discapacitados de la ONCE y en varios centros, donde enseña judo y MMA a niños y mayores. "Mi jefe, que es el actual presidente de la ONCE en Euskadi, era karateka. Me lo han puesto muy fácil (ríe). Le gustan las artes marciales, más que los deportes de contacto, pero le gustan. Alguna vez vas marcado, pero yo soy monitor de gimnasio y tampoco es mayor problema. Allí doy clases de judo y en cierta medida es comprensible", analiza Garmendia, quien agrega que "en la ONCE no son todos ciegos, son discapacitados de muchas formas. A alguno lo hemos tenido metido en el tema, sin golpes porque no los ves venir, pero el tema del judo, llaves, grappling y todo eso es por sensaciones. Es muy viable. Hay kárate para sordos, judo para ciegos...". El de Basauri estudió Educación Física en Gasteiz y sabe de lo que habla. "El desarrollo motriz mediante las artes marciales es muy beneficioso, porque trabajas las habilidades cognitivo-perceptivas: equilibrio, agilidad, ritmo, coordinación... Es la base. Cuando tú pierdes un sentido y mejoras el resto puedes aumentar tu calidad de vida. Sobre todo si tienes discapacidad sensorial", afirma Garmendia, quien culmina que "no es tan distinto estar con discapacitados en un gimnasio. Hay que hacer unas cuantas adaptaciones. No puedes dar clases tan multitudinarias, tienes que tener espacios bien delimitados, buscar otros ejemplos... Es supergrato ver cómo esa gente mejora. Somos nosotros los que vemos más problemas que ellos. Ellos ya han vivido todo eso. Tú vas con dificultades, pero ya están acostumbrados".

Aratz es un luchador que conoce a fondo un montón de especialidades. Mil caras. "Acabé el kárate porque me iba a Gasteiz con 18 años a estudiar y no tenía acceso a seguir entrenando. Empecé con el judo. Volví y aquí no tenía judo. Tenía kick boxing, fui a una velada y conocí a Willie. Ahí comenzó nuestro noviazgo", resalta el alegre luchador vizcaino. "Nos juntamos el hambre con las ganas de comer", añade Betanzos. Desde entonces, Aratz ha tocado todos los palos. Hoy se enfrenta a Wogan en K-1, a quien reconoce que "no conozco".