PALMA. España cumplió. Sin más. En uno de esos partidos que ya son clásicos cuando juega de local, y cada vez más hasta de visitante, en los que el rival planta un autobús en su terreno y propone un partido de balonmano. La paciencia, la velocidad en la circulación de balón y la entrada por bandas se convierten en elementos decisivos. Cuando alguno falla el camino se torpedea.
Del Bosque sorprendió a todos cuando el debate se silenciaba. Dejó siempre claro que su portero es Iker Casillas. Independientemente de su situación en el Real Madrid, las proezas del capitán con la Roja le hacían mantener su estatus. En Son Moix llegó un momento que marca un punto de inflexión. Dio el relevo a Víctor Valdés. La primera vez en un partido con tintes decisivos.
Es el mensaje del seleccionador a su buque insignia. Si no juega con asiduidad en su club, tendrá difícil la titularidad en el Mundial de Brasil. Valdés fue el elegido, un espectador más en un partido que ya conoce. Lo vivió en El Molinón, cuando Casillas andaba lesionado, el día que utilizó Del Bosque como referencia en la víspera en la charla con sus jugadores.