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cON su ascenso al Lhotse, Juanito Oiarzabal sumó su vigésimo quinto ochomil. Nadie ha tenido, ni tiene más que él. El alavés está inmerso en un proyecto, para algunos impregnado con un tinte económico muy evidente, de volver a tocar los catorce techos del planeta. "No me he metido en este jardín para tener notoriedad", ha declarado. El gasteiztarra fue el sexto hombre del mundo y el primero en el Estado en completar el círculo de los catorce picos más alto de la Tierra en mayo de 1999 después de haberse iniciado en el Himalaya en 1982. Su valía como montañero no admite discusión, sobre todo en sus inicios. Ahora, con 55 años, no obstante, sí hay quien cuestiona si sus tiempos como alpinista han terminado. Pero además, sus salidas de tono han contribuido a empañar su imagen.
A lo largo de tantos metros ascendidos, Juanito se ha topado con la muerte en varias ocasiones. Sobre todo, en el K2 y en el Kanchenjunga. También, ha visto cómo varios amigos se quedaban sepultados en la nieve. "He perdido a tres amigos en la montaña: Antonio Miranda en el Everest, Atxo Apellaniz en el K2 y Jose Luis Zuluaga, Zulu, en el Shisha Pangma. En el K2 yo no estaba y Atxo murió de agotamiento. En el Everest el accidente se produjo bajando de la cumbre, Antonio tropezó y cayó 2.000 metros por la pared del Lhotse y se mató. En el Shisha tuvimos un accidente aclimatando, cayó una avalancha de placa que nos envolvió a cuatro: Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo, Zulu y yo. Zulu quedó enterrado debajo de la nieve y fue imposible recuperarlo. Fueron momentos bastante difíciles. Pero si tengo que resaltar una situación personal muy crítica debo referirme al Kanchenjunga, a pesar de que no hubo ningún accidente mortal. Cuando llegué a la cima de esta montaña me dio una taquicardia y estuve diez minutos pensando que me moría. Encima se metió la nube y hubo una tormenta horrorosa, pero allí estaban Félix y Alberto Iñurrategi para ayudarme y se portaron como unos auténticos caballeros", contaba el gasteiztarra a la revista Barrabes en 2000. Después, siempre ha insistido en que "los hermanos Iñurrategi, seguramente, me salvaron la vida. En el descenso, si no es por ellos, es muy probable que no hubiera bajado nunca".
En 2004 llegó la tragedia del K2, una expedición en la que el alavés iba con Pasaban y en la que ambos sufrieron graves secuelas tras un descenso terrorífico. De hecho, a Oiarzabal le tuvieron que amputar todos los dedos de los pies. Luego, en 2010 sufrió la muerte de su compañero Tolo Calafat en el Annapurna y él tuvo que ser transportado desde el campo 4, a unos 7.000 metros, al base en una camilla sujeta por un cable a un helicóptero. Otra experiencia desagradable fue la de la pasada semana en el Lhotse, cuando llegó "derrumbado" al campo base tras ser ayudado por Edurne.