lekuine
me gusta sentir que respiro, saberlo. Es algo natural, algo que hacemos miles de veces al día, pero me gusta ser consciente de ello. Y la gente hoy en día va tan rápido, que no lo nota. Es una pena". A Yves Sallaberry, Xala, le visita la reflexión en medio del viento que azota caprichoso, forzudo, el perfil sinuoso, bamboleante, de Gerezieta, a dos palmos de Lekuine, el pueblo que recibe al visitante con un giro a la izquierda y un frontón de pared zurda en el que Xala, el diestro que juega con la zurda, se encierra en solitario para entrenar. En sí mismo, porque al recinto Mur a gauche le colgaron el nombre del pelotari. "No necesito más. Hablo yo sólo y sí hago un buen gancho me lo repito a mí mismo", transcribe con una sonrisa burlona el lekuindarra, bicampeón del Parejas en 2002 y 2007, que acudirá el próximo domingo junto a Zubieta al asalto de la tercera txapela ante Gonzalez y Laskurain.
El cielo es plomo, ventrudo, compacto como la orografía de un culturista capaz de tapizar el sol, y someter con el peso del manto la luz envolvente de Iparralde. En las alturas, en la atalaya que reposa de espaldas a una iglesia y un cementerio y donde un pequeño frontón de plaza libre palpita, Xala, que juega travieso con las palabras, libera los pensamientos que danzan ballet en su mente nerviosa, revoltosa, maravillosa. En ese lugar se recrea en verano "jugando con los amigos". Antes de alcanzar esa altura -"estaremos a unos 350 metros"- calcula el manista en un mirador que pestañea ante el monte Baigura, el lugar donde se entrena para el agonismo, para el fondo, Xala despertó para la pelota unos metros más abajo. Allí reposa la casa blanca y roja, con el tejado a dos aguas de su abuela Marie y en su desembocadura otro frontón en el que transcurrió la infancia de Yves, que se anudaba a su único deseo, sin que nada le importara. "Sólo quería jugar y jugar". Enraizado en el frontón de sonrosadas paredes, sólo había una manera de desatornillar a Yves de la pelota: la voz enérgica de su abuela a las 12 del mediodía. "Yves, o vienes o no comes". Entonces sus piernas, ágiles, vivarachas, acudían al puchero después de cuatro horas conversando con el frontón. "Estaba jugando desde las ocho de la mañana hasta que mi abuela me llamaba para ir a comer, a las doce", evoca el lekuindarra sobre aquella escena, tan cotidiana, tan costumbrista, tan felliniana, en la que se concentra el alma de Xala, las raíces de su vida, de su árbol.
"Hablar de la final es como hacerlo de un árbol", lanzaba el lekuindarra antes de acometer el duelo definitivo del Campeonato de Parejas en 2007. Tres años después mantiene la misma teoría Xala, un sabio que pasa desapercibido, algo desordenado, un poco tímido. Representa el árbol en Yves su enfoque de lo que le rodea, su orden del universo. "¿Cuál es el sentido de hablar de la final antes de jugarla? Si no sabemos lo que va a pasar. Si lo piensas no tiene mucho sentido hablar de algo que no sabemos, que no conocemos. Para mí tiene más sentido hablar de la final después de jugarla. Entonces sí podemos analizar las cosas, ¿no?". La lógica y la sencillez imperan en el discurso de Xala, ajeno a los artificios, certero y conciso como el lenguaje de la naturaleza, donde el más exuberante de los puzzles se ordena sin estridencias. Camina Yves por el reino de lo esencial, el binomio ancestral hombre-naturaleza, en silencio, dándole importancia a lo básico, a lo instintivo. "Me gusta pensar, ir al monte, pasear y estar en contacto con la naturaleza" y agradece la oportunidad que le ofrece la pelota "que te deja mucho tiempo libre, no sólo para hacer cosas fútiles, como ir de compras, sino que tienes la posibilidad de tener tiempo para ti, sin estar pendiente del reloj".
Trata Xala de escapar de la sociedad, que cabalga desbocada en un pura sangre sin rumbo, refugiándose en la quietud de Lekuine, un pueblo con casas a dos colores, desperdigadas, insertadas con mimo en un paisaje donde los únicos sonidos parten de los bosques, los animales y los arroyos, en los que el lekuindarra halla la mayor de las dichas. "Me encanta pescar, desde pequeño", enmarca Yves, mientras muestra una charca bajo un portalón salvaje, de piedra natural, en mitad del pueblo. "Éste es el sitio más bonito", dice apasionado Xala, frente a una poza de escasa profundidad "donde la gente todavía se baña". El accidente geográfico, la pequeña cueva, es un brazo de la naturaleza que se introduce enérgico en el corazón de Lekuine y que sus vecinos han respetado siempre, tanto que una casa escala a partir de la balconada de rocas -"donde los jóvenes se escondían para fumar puros", recuerda- en lugar de optar por el método contrario, el de derruir el capricho de la naturaleza y asentar así el edificio sobre un suelo plano. Xala es esa cueva alejada del expositor, del escaparate, pero repleta de matices un vez descubierta, que únicamente se activa cuando el diálogo adquiere cierta dimensión porque no le gusta "hablar por hablar".
Sentirse vivo Le apasiona al lekuindarra "sentirse vivo, muy conectado, estar presente", expone recogido en el gorro de un plumífero negro, castigado por el uso, y un pantalón de chandal desfasado que coronan unas modernas zapatillas de trekking. "Es que tenía intención de ir a pescar un rato", concreta Yves, con la barba abrupta, descuidada, y un lauburu y una pequeña mano -"se me cayó la pelota", concede irónico- descolgándose de su cuello. No le preocupa a Xala el asunto de la moda, menor en su escala de valores, donde una caña de carbono que sobresale del techo abierto de un utilitario se sitúa en el ático. Aunque las nubes tienen la tripa llena y se apelotonan amenazantes, el lekuindarra conduce a cielo abierto, la más bella de las techumbres, con manifiesta pericia hacia el sitio de su recreo, otro de los mojones que encauzan su vida, "donde juego por placer, sin presión".
Contemplativo en el minarete, el trazo esculpiéndose en el viento de la descompresión, Xala no mira a la txapela con ojos encendidos. "No sé, una vez llegados a la final... nunca sabes lo que puede pasar. Para mí lo importante es haber llegado", y se felicita de que Sébastien Gonzalez también la haya alcanzado. "Es bonito que dos pelotaris de Iparralde seamos los delanteros de la final", indica Yves, otro aventurero al que guió Laduche. "Pampi nos ayudó mucho a los dos", y recuesta su cuerpo sobre la puerta del coche, acodando los recuerdos, el pasado repleto de obstáculos, de los prejuicios de la grada, de los tópicos. "No ha sido fácil. De mí se dice que soy frío, y bueno puede ser verdad, sobre todo porque lo comenta mucha gente, así que es posible que tengan razón, pero es curioso cuando comentan que me salgo de los partidos y que vuelvo. Lo que no toma la gente en cuenta es que no todo pasa por tus manos, que si yo me salgo es porque el rival está mejor y no te deja jugar como quieres", enumera Xala, encantado de formar con Zubieta, "es un artista, un buen tipo y está muy motivado", con el que ha hallado una exitosa fórmula de juego mezclando pelotas vivas para el comienzo de los partidos y una más motela para su finalización. "Nos va bien así. Castigamos, trabajamos y luego con la pelota más muerta tratamos de rematar el partido".
capacidad de adaptación No le inquieta demasiado a Xala el partido porque cree en las fuerzas que gestionan los hilos del destino, ajenas a los esfuerzos del ser humano, obsesionado con el control absoluto, soñando en gobernar la realidad desde un joystick. Desentraña su creencia Yves aplicando nuevamente el razonamiento. "Nunca se sabe lo que va a pasar, de hecho la lógica dice que haciendo las mismas cosas, el resultado debería ser el mismo, y no sucede. Por eso pienso que hay cosas que se nos escapan". Amaina Eolo en su empuje y asoma, tímida, la lluvia a medida que el pensamiento de Xala toma vuelo. "La realidad te enseña que hay que adaptarse. A mí no me valen las personas que dicen eso de soy como soy. ¿Qué quieren decir, que no pueden cambiar o que no hay más? Todos podemos cambiar, ser mejores personas".
Y a eso es a lo que aspira fundamentalmente Xala, que rehuye de la vitrina, la gloria, el palmarés y la enciclopedia cuando medita sobre el futuro y cómo le gustaría ser recordado. "Me gustaría que pensaran de mí que fui alguien justo, una persona legal. Nada más. Eso es más importante que cualquier txapela". La lluvia, cabezota, obstinada, conquista cada vez mayor protagonismo. Manda. Yves se resguarda en el coche, cierra el techo solar, aunque deja una rendija para que respire la caña y acelera camino de Lekuine, cuesta abajo. Atraviesa entonces la memoria y frena en Gerezieta. Habla de su abuela Marie y del frontón, de sus raíces, de su vida, de su árbol. "Ah, y de viejo me gustaría ser viejo. Vivir hasta los 107 años o así, bueno más o menos".