getxo

atravesada una barrera, una señal que prohíbe los bocinazos invita al recogimiento, la pausa y al silencio en la estrecha lengua de brea que emboca en un edificio de estilo colonial sobre un acantilado donde, sosegado, murmulla el cantábrico en los días luminosos. Bajo el exuberante sol, el cielo azul satinado, un mástil que brota desde el mar enarbola el pendón rojo del club del Real Club de Golf de Neguri que anida en La Galea, un balneario enmoquetado en verde hierba en el que la gente susurra más que habla, como si las voces estropearan con sus decibelios el fresco de La capilla sixtina, el paraíso pintado que trazó Miguel Ángel. Ocurre que el edén de La Galea es real, tan postalicia, que de cuando en cuando una gran carpa blanca se posa junto al hombro del edificio colonial para celebrar bodas. No es el único enlace que brota en La Galea porque a este campo está casado Borja Etchart ( 7 -IV-1988, Bilbao), el único golfista profesional de Bizkaia, que a sus 21 años sueña con estar entre "los 50 mejores jugadores del mundo en los próximos cinco años". Convive Etchart en La Galea, su segundo hogar, ocho horas al día, en soledad -"lo más duro del golf", opina- desde que asoma en el campo al mediodía hasta que el sol, apagado el orgullo, su incandescencia, se despide engullido por el Cantábrico y da la bienvenida a la luna. "Es el campo perfecto para entrenar. Está entre los mejores de Europa y es muy silencioso y eso ayuda a concentrarme en el juego porque el 70% del golf es psicología", descubre el joven golfista bilbaino, enjuto, fibroso y sonriente mientras camina por la más mullida de las alfombras con la bolsa de palos al hombro, coronada por unos peluches, dos perros -"a uno se le ha caído un ojo de tanto usarlo", apunta risueño Borja-, que acarician el drive y una madera 3.

Los suaves canes, en casa le espera un tigre -"que está muy pachucho"- que su hermana Paola le regaló hace tres para afrontar el estatal y un iPhone , "que mientras estoy en juego siempre está en silencio", protegido por un marco de goma verde fosforito denotan el espíritu de un joven anudado en la conversación y el discurso de un adulto. "Desde pequeño, siempre he estado con personas más mayores que yo y eso, quieras o no, te hace madurar. Lo noto sobre todo cuando estoy con gente de mi edad", argumenta Etchart, que se inició en el golf antes de que supiera caminar. Literalmente. "Fui un niño tardón. Me costó aprender a andar, no lo hice hasta los dos años y para entonces, ya jugaba al golf con mi hermana (Paola) y mi padre (Rodolfo) en Laukariz". Jugaba Borja a su manera, con "un palo especial que me hicieron" y con los maravillosos caprichos que rigen las acciones de los niños, las leyes de su universo. "Me sentaba en el suelo porque no podía estar de pie y con el palo pegaba a las pelotas de colores, pero nunca a las blancas, no sé por qué. Supongo que me gustarían más las de colores". Una vez que se desprendió de aquel antojo, no tardó Borja Etchart en expandir su talento, siempre bajo el paraguas técnico de su padre, y en pegarle extraordinariamente bien a cualquier pelota, fuera esta blanca o de vivos colores. "Mi hermana jugaba y competía, era muy buena, viajaba mucho y cuando llegaba a casa siempre contaba lo bien que se lo había pasado. Oyendo aquellas historias... a mí cada vez me atraía más el golf. Me divertía muchísimo".

En casa de Borja, en el corazón de Bilbao, en Indautxu, se desayuna, se come y se cena golf, un alimento que no repite, pero que tampoco sacia del todo el apetito. "Es una tradición familiar, en casa siempre se ha jugado a golf y no nos cansamos de hablar de golf. Somos unos locos del golf. Para mí el mundo es una pelota de golf". No pensaba eso Borja a los doce años cuando su planeta era algo más grande, del tamaño de un balón de balonmano. "A los doce o trece años padecí la enfermedad del balonmano (ironiza con humor). Quieras o no a esa edad quieres estar con tus amigos y la mayoría jugaba a balonmano. Además, no se me daba mal y me divertía. Jugar en equipo está muy bien. Seguía con el golf, pero no tan intensamente. Compaginé un deporte con el otro durante dos años". Se mantuvo en un precario equilibrio Borja, en un ejercicio de puro funambulismo, hasta que a los 15 años le alcanzó la oportunidad de su vida, una invitación "que no podía rechazar, el tren de mi vida y eso no lo puedes dejar", subraya convencido.

estancia en madrid Recibió Borja una beca para instalarse en la Residencia Blume de Madrid, un centro de alto rendimiento para deportistas de élite donde desarrollar su golf, un lugar de muy difícil acceso, reservado para los elegidos, para el talento. "Acabé el bachillerato y aposté decididamente por el golf. Me fui a Madrid yo solo. Lo pasé muy mal, era un chavalito y aquello era como hacer la mili. Apenas tenía media hora libre al día. Existía una gran disciplina. No estaba preparado para esa clase de convivencia. Tuve que aprender a hacerlo todo, estar alejado de los míos en una ciudad enorme. Fue muy duro aquel año", evoca Etchart, que ante la almohada, el confesionario más íntimo, pensó en abandonar en más de una ocasión. Se sostenía en el alambre por la ilusión y la percha de la familia. "De hecho, cuando volví a casa de aquel primer año no quería volver a Madrid, pero me convencieron y la verdad es que no me arrepiento. Los dos siguientes años fueron fenomenales". La maduración personal, el bagaje vital, y el vínculo familiar, el cordón umbilical, insobornable, impulsó el despliegue de Borja sobre el tee y a los 18 años conquistó en León el Campeonato de España absoluto amateur en 2006. "El haber estado tanto tiempo solo, lejos de casa, te hace psicológicamente más fuerte, y en el golf, aunque es un deporte muy complicado, en el que las sensaciones son muy importantes, al igual que la técnica, la cabeza lo es prácticamente todo". Logró el título Borja entre lágrimas, desbocadas las emociones. Para embridarlas -Borja calcula que el 70% del rendimiento de un golfista pasa irremediablemente por la psique- se iniciará en la practica del yoga "para que me ayude a relajarme, a centrarme sobre el campo", aunque también trabaja con un psicólogo. "En el golf todo lo que te pasa, lo bueno y lo malo, depende de uno mismo y por eso es tan importante controlar las emociones. Aquí no te puedes tapar ni esconder, eres tú contra el campo. Te lo comes tú todo, la soledad, los triunfos y las derrotas", desgrana. Es capaz Borja gracias a las constantes repeticiones y al trabajo psicológico de visualizar cada impacto antes de iniciar el movimiento preciso, el balanceo del cuerpo, el swing, para golpear la bola: "El golpe lo ves en tu cabeza".

Antes de llegar al instante de la visualización, de acceder al futuro mediante la mente, el golfista bilbaino se entrega al estudio del inglés, el idioma de la especialidad, con un profesor particular en Laukariz. Después de cerrar los libros acude a entrenar cada mañana un par de horas el físico en el Centro de Perfeccionamiento Técnico de Fadura, bajo las órdenes de Gonzalo Abando, quien fuera preparador físico del Athletic. En las instalaciones deportivas de Getxo, Borja completa una exigente sesión en la que se incide sobre todo la zona abdominal para proteger en lo posible la espalda, la zona más sensible para un jugador de golf. "La espalda sufre muchísimo, por eso hay que fortalecerla", concreta Borja, que con su preparación busca "explosividad". "Para jugar a golf hoy en día a cierto nivel hay que estar muy bien preparado físicamente porque la fuerza y la potencia cada vez influyen más en el juego", indica el bilbaino.

el dichoso termómetro Hubo un tiempo en el que Etchart combatía contra sí mismo, contra su autoestima "porque pensaba que todos eran mejores que yo y así es muy difícil progresar en el golf". Sucedía que el campo, el juez supremo, le desmentía y a pesar de su escueto andamiaje -en el circuito bromean con su escasa estatura "algo que no me molesta"-, su juego se disparó y en 2008 se hizo con la Copa Barcelona. No dejaba Borja de crecer, de agigantar su juego y en octubre del pasado año estuvo a un milímetro de acceder al Circuito Europeo, donde juegan los mejores, las luminarias de la especialidad. A Etchart le tumbó una polémica resolución de los jueces que decidieron descalificarle porque el carrito eléctrico donde llevaba los palos, un regalo que estrenaba, en Arcos de la Frontera, Cádiz, tenía un termómetro incorporado, algo que los árbitros entendieron ilegal y en lo que Borja no había reparado. "Con solo taparlo ahora estaría jugando en Primera", dice resignado el bilbaino, que logró la quinta plaza entre 4.000 aspirantes, en una competición que se conoce como La Academia y en la que golfistas de todo el mundo son cribados en diferentes campos durante toda la campaña hasta alcanzar el último torneo, desde el que solamente 20 golfistas acceden a la máxima categoría. "El mundo se te cae encima, pero sé que por juego puedo estar ahí y ese es mi próximo reto. Te da mucha rabia y no acabas de entenderlo porque no se trata de que te hayan ganado otros o de que tú hallas fallado. Si es así lo aceptas, no te queda otra. Lo otro es mucho más difícil de digerir", analiza Etchart.

tiger woods, su ídolo Sin embargo, Borja, que ama el golf hasta el tuétano -"no me canso de jugar", indica,- completó la digestión -se entronizó en noviembre en la Gran Final Peugeot Loewe Tour, disputada en La Manga- pugnará durante esta campaña por "hacer los mejores puestos posibles y conseguir invitaciones para torneos importantes" antes de doctorarse en La Academia, el examen de fin de curso, que él espera sea el del despegue definitivo hacia el Circuito Europeo. Si lo logra, algo que está al alcance de su swing, podrá compartir campo con su ídolo Tiger Woods. "Para mí, su regreso para el Master de Augusta es una gran noticia. Es el mejor golfista de todos los tiempos. Es mi ídolo", desgrana el bilbaino, que se quedaría con el putt del norteamericano, el approach de Phil Mickelson y el juego largo de Álvaro Quirós para vestir su cualidades. "No destaca en ningún apartado concreto, pero mi juego es muy regular en todos los golpes". Y el próximo, lo fija Borja Etchart en un plazo de cinco años: "Quiero estar entre los cincuenta mejores jugadores del mundo". Y embocar, pateando firme desde el green, su sueño.