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Un camarote en el Garmin

Bingen Fernández ejerce de director del bloque americano, adalid del emergente ciclismo anglosajón

Un camarote en el GarminFoto: José Mari Martínez

bermeo

bingen Fernández (Bermeo, 1972) conversa de ciclismo como sólo lo hacen los apasionados: la sonrisa ensanchando el rostro, la pupila partida en mil brillos, el verbo saltarín en la lengua, brincando de inquietud que embarga a los amantes ansiosos. Así hablarían si pudiesen hacerlo: los peces, del agua; los pulmones, del aire; un vaso, del vino; la frente condenada a perpetuidad en la sombra, de un susurro de viento y un hilo de sol. En cierto modo, Bingen tiene el espíritu de los arrantzales a los que les falta el aire si pierden de vista la mar, su aroma salino. Quizás sea genético. Su aitite era uno de esos rudos hombres de mar; su amama, neskatila en el puerto; su aita, lebaniego de nacimiento, desembarcó de joven en Bermeo y empezó a plantar pinos en las laderas que se despeñan hacia la costa hasta que sucumbió también a ese encanto irracional que amarra a los hombres a un muelle. Hay algo de todo eso en Bingen; marinero en el océano del Tour, los mares del norte o el estrecho de la Vuelta de donde regresa luego de faenar a casa, siempre al mismo puerto, a Bermeo. Es una atadura que no admite discusión. Cuando el año pasado decidió que sería el último sobre la bicicleta, abandonó el hotel de concentración del Cofidis en la segunda jornada de descanso del Tour en Verbier y buscó a Jonathan Vaughters, ideólogo y fundador del Garmin, para preguntarle si era cierto eso de que necesitaban un director para el próximo año. "Sé francés, inglés, castellano y euskera", le había puesto antes el vizcaino a modo de currículo en un e-mail. "Vale", le respondió éste, y comenzaron a hilar un acuerdo que se tropezó con una piedra. El Garmin tiene su base de operaciones en Girona. Allí vive la mayoría de sus corredores -salvo los consagrados, las figuras- durante gran parte del año. Y allí quería Vaughters que se asentase Bingen dejando atrás su vida en Bermeo. "No", le frenó el vizcaino, quien se resistió a cambiar de residencia, de puerto, pero se comprometió a viajar a Girona las veces que hiciese falta, a estar allí el tiempo que fuese necesario. "Lo que yo no quería era vivir allí cuando no hubiese nada que hacer". Torció el morro Vaughters, recapacitó y, finalmente, acabó aceptando. Así logró Bingen un camarote en el Garmin.

Al cerrar la puerta del Cofidis, que le había ofrecido seguir un año más, alguien le dijo que aquello finiquitaba un ciclo, que no volvería a haber sitio en el conjunto francés para ningún otro ciclista estatal. Así está el ciclismo, inmerso en un proceso de renovación que trata de borrar las huellas del pasado más oscuro -"Hay que desmedicalizar el ciclismo", decía hace tiempo un médico de un equipo ciclista- y que abandera la innovación en los métodos de preparación, la psicología, la precisión en el material y la mentalidad anglosajona de escasa tradición ciclista pero familiarizada con el perfeccionismo extremo en otros deportes, una cultura de la precisión que tratan de extrapolar a un deporte que había perdido la brújula. El Sky, el HTC-Columbia, el RadioShack o el Garmin son los paladines de ese giro de maneta tan brusco en el ciclismo.

El Human performance "Ya nadie duda de que el ciclismo tiene que ir por ahí", dice el propio Bingen Fernández, ciclista añejo que ha descubierto desde su nueva función otra manera de cimentar un equipo. No lo dice el bermeotarra, pero en el Garmin, al igual que en estructuras recién creadas como la adinerada Sky, el médico es un actor secundario. Fue la idea de partida con la que el inversor Doug Ellis dio soporte económico a la ensoñación de Vaughters, ex ciclista empecinado en revertir la trayectoria del ciclismo. Aquel primer Garmin de presupuesto limitado que quería creer en un ciclismo creíble, ha crecido propulsado, quizás, por los buenos resultados -como el podio del Tour que rozó Wiggins en 2009- y su estructura actual es de dimensiones faraónicas.

Vaughters sigue siendo ideólogo y conciencia del equipo. Cuenta Bingen que en la concentración de Calpe, en enero, el manager se dirigió lapidario a sus corredores y les pidió que abriesen sus mentes y no tuvieran reparos en probar lo desconocido. "Tenemos los medios", les dijo, "probadlos, no seáis reacios. Abrid vuestras mentes. Hay otro ciclismo. Es el nuevo ciclismo".

Desde el prisma de Vaughters, el otro ciclismo orbita, principalmente, en torno a la fisiología, la ciencia biológica que estudia con precisión las funciones de los seres orgánicos, y que, en el caso del deporte, se vale de las conclusiones para aplicar métodos que mejoren el rendimiento. "Tiene que ser así. El ciclismo ahora es milimétrico. Cada detalle cuenta. Y hay mucho que explorar. ¡Cuántas veces me he quedado a diez metros de entrar en el grupo de delante en un puerto! Ahora se trata de explotar todas las posibilidades que existen para evitar que esas cosas sucedan", analiza Bingen.

Así que en la cúpula estructural del Garmin se encuentra el Human Performance (HP) que tiene su sede en Denver y que orquesta el fisiólogo vasco Iñigo San Millán y que enriquecen el catalán Carlos González -fisiólogo, anteriormente, del Real Madrid de fútbol- y Adrie van Diemen, antiguo preparador de Greg Lemond y el propio Vaughters. También colabora Marc Quod, eminente fisiólogo del Instituto Australiano del Deporte (AIS) abstraído en el diseño de las nuevas fórmulas para desarrollar eficiencia en el ciclismo, como el estudio del control de la temperatura en el que se obstina.

El otro ciclismo que propugnan, entre otros, Vaughters y Dave Brailsford, el patrón del Sky, no es monocromático. Uno de los artífices de la revolución de Wiggins el pasado año fue el psiquiatra Steve Peters, que comparte con Brailsford la cúpula del equipo británico y parte del axioma de que los ciclistas tienen que ser hormigas, robots, no pasionales chimpancés que sucumben a las pasiones, a lo irracional. En el Garmin, en cambio, rechazan la idea de robotizar al ciclista, de convertirlo en una maquinaria perfecta incapaz de sentir ni transmitir sensaciones.

"No son robots" "No es esa nuestra idea", explica Bingen Fernández, que debutó como director del equipo en el Tour del Mediterráneo -"Me comía por dentro porque sabía lo que los ciclistas sufrían con el frío y se me hizo raro tener que decidir en situaciones que sólo intuía lo que podía pasar, pues desde el coche no ves nunca lo que está ocurriendo", rememora-. Dice el bermeotarra que Van Diemen, por ejemplo, no busca una relación sumisa con el corredor. "Un día me acerqué a él y le dije algo sobre todo el trabajo que tenía. Se giró y me dijo: "¿Trabajo? Para mí es fácil, porque cinco horas de entrenamiento las hago en un minuto". Cogió el boli y apuntó algo al lado del nombre de un corredor. "¿Ves?", me dijo, "cinco horas de sesión. Yo ya he hecho mi trabajo". Por eso no quiere que los corredores le obedezcan sin más. Habla con ellos, dialoga y le da mucha importancia a lo que sienten. Trabaja mucho con la psicología".

Pero no es el de la mente el campo de Van Diemen. "Para eso tenemos un psicólogo". Un sueco que lo primero que les dijo nada más llegar a la concentración de Calpe es que no se limitaría a trabajar con los ciclistas. "Quiere cohesionar el equipo", dice Bingen. "Es buena idea la de incluirnos a nosotros en su programa porque tenemos delante nuestro a 30 tíos que nos están todo el día comiendo la oreja y a los que hay que saber manejar".

Un experto en antidopaje decía que una de las razones que hacen al ciclismo y al atletismo deportes más vulnerables a la tentación del dopaje es su carácter individualista. "La tentación es mayor porque el éxito depende de que una sola persona aguante el tipo hasta el final".

Deslavar esa realidad puede ser un buen punto de partida para plantear otro escenario. "En el Tour del Mediterráneo Lionel Marie -otro de los directores- dio una charla previa a la carrera antológica. Les pidió a los corredores confianza y que expusieran todo aquello que creían que los directores hacíamos mal. Le felicité por ello. La idea es que todos dejemos de lado las individualidades e interioricemos que viajamos en el mismo barco, el Garmin". En él tiene Bingen su camarote.