Hacia el combate del siglo
El duelo Armstrong-Contador en el Tour monopoliza la campaña que el texano estrena mañana
bilbao
La exposición más precisa la esculpió el propio Joe Frazier una fría tarde de noviembre de 2006 en Filadelfia: "Fue el mejor combate de todos los tiempos. Por todo lo que le rodeó, por las expectativas, porque Alí no me daba crédito, por la división de la opinión pública". Se lo dijo a un periodista en la habitación que Smoke Joe posee una planta por encima del Frazier"s Gym de North Broad Street 2913; se lo contó en el cuarto que gobierna una enorme portada de la revista Life que ilustra una instantánea de aquel duelo que firma Frank Sinatra y retrata a Frazier desbocado, loco, poderoso, abalanzado sobre un Muhammad Alí que repele el vendaval de puños recostado sobre las cuerdas. Norman Mailer, el precursor, junto a Truman Capote, del periodismo literario en Estados Unidos, acuna aquella crónica de Life sobre la batalla que enfrentó a Alí contra Frazier el 11 de febrero de 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York; aquella velada en la que Smoke Joe conectó más de una cincuentena de golpes "llegados desde el rítmico vientre de un bazooka", describía Mailer, al cuerpo magro de Alí antes de que éste cayera desplomado sobre la lona en el decimoquinto asalto sufriendo el primer knock down de su carrera, lo que le llevó a claudicar en medio del delirio de un público borracho de adrenalina. Hubo unanimidad, nadie lo ha rebatido nunca, aquella noche: Frazier ganó el combate del siglo.
Algo de esa atmósfera histérica que precedió a aquel enfrentamiento envuelve de excitación la temporada ciclista que vive mañana en Australia su prólogo en la Cancer Council Helpline Classic, breve antesala de la apertura el martes, con el arranque del Tour Down Under, del Pro Tour. "El próximo julio va a ser un Alí-Frazier", ha elevado Armstrong a metáfora su enfrentamiento con Contador en el Tour, incontenible en la pasada edición -el saludo entre ambos ciclistas, el más frío de la historia del ciclismo, en el podio de París así lo atestigua- al transgredir la frontera de lo deportivo.
Un ciclismo dividido Porque no se trata de una batalla física, de correr más que el rival, de distanciarlo en segundos en el Tourmalet o desfigurarlo en la crono. Es algo más, algo intangible. Se ubica en otra dimensión, la del orgullo y esas sutilezas, ese duelo de julio entre Contador y Armstrong, que todo lo eclipsa, carreras y ciclistas, todo, y se equipara a los desafíos legendarios entre Bartali y Coppi, Anquetil y Poulidor, Loroño y Bahamontes, Merckx y Ocaña. No quizás en el misticismo, en la carga emocional de rivalidades que hicieron que la vida de aquellos ciclistas no pudiera llegar a comprenderse sin la de su rival, sino en la intensidad, en el grado de exaltación que provoca entre los aficionados una división radical: están los que ven a Armstrong como a aquel Alí de 1971, un deportista que pisaba el cuadrilátero por primera vez desde que en 1967 fuera desposeído del título de campeón del mundo por negarse a empuñar un arma para luchar en Vietnam y en el que muchos creyeron atisbar la ceguera de orgullo de un campeón en decadencia; y los que, por contra, reconocen en el texano a una leyenda inimitable, de un poder mental y físico equiparable al de campeones de otra época y una repercusión mediática, una atracción, puro imán, jamás alcanzada por ningún otro.
Menos división genera la figura de Contador; nadie duda de su genética privilegiada y su fortaleza, nadie de su capacidad mental para soportar situaciones extremas e incluso manejarlas en beneficio propio, nadie de su obcecación, de su voracidad y ambición. Sólo los devotos de Armstrong recelan del chico de Pinto que avanza inexorablemente hacia una madurez que debe destruir definitivamente los rescoldos de inquietud que le abocaron, por ejemplo, a la debacle en la pasada París-Niza un día después de exhibirse jubiloso en la terrible cuesta de la montaña de Lure. "Tiene mucho que aprender", le aleccionó entonces Armstrong desde su Twitter, el principal medio de comunicación del ciclismo moderno, el puesto desde el que dispara el americano a su enérgico rival, el primero que ha logrado derrotarle en julio. El único.
Por eso le acribilla. "Os advierto, estoy preparado", dijo el pasado lunes, nada más llegar a Sydney para estrenar una temporada que comienza "mejor que el año pasado". "Verdaderamente soy capaz de volver a hacerlo, de volver a ganar el Tour, y rechazo la teoría de los que lo ven imposible a causa de mi edad", recalca el texano al tiempo que alaba la condición física de su gran rival al reconocer que "dejando de lado el aspecto personal, hablando sólo del atleta, hay que reconocer que es un deportista fantástico, un ciclista muy completo". Ocurre que las palabras del americano no encuentran respuesta. No entra al juego Contador, no se enfanga en ese barro e incluso lo desprecia. El jueves, durante un encuentro con la prensa estadounidense, principalmente, dijo que nunca leía lo que escribía Lance y que su única referencia era lo que llegaba a sus oídos de boca de su entorno. Luego, azuzado nuevamente, reconoció sentirse más tranquilo sin Armstrong a su lado. "Así", dijo, "puedo centrarme más en la bicicleta".
Primer duelo en Algarve Su rivalidad lo es casi todo en el ciclismo. Armstrong y Contador iluminan lo que tocan. En 2009, la presencia de ambos en la Vuelta a Castilla y León, la primera y única vez que compartieron equipo antes del Tour, provocó que casi un centenar de periodistas desembarcara en una prueba que, de no contar con ambos ciclistas, o, al menos uno de ellos, hubiera sido invisible. Habrá otra tierra iluminada esta temporada: el Algarve. En su vuelta, que en 2009 ganó en prestigio al ser la primera carrera que se anotó Contador, coincidirán por primera vez este año texano y madrileño. Será un acontecimiento.
Hay quien opina, abrazado al escepticismo, que el efecto Armstrong, devastador, y el revulsivo Contador, esperanzador, es sólo un tupido velo que distrae la atención sobre el verdadero pulso del ciclismo, más bajo, según la visión apocalíptica, que el de cualquier ciclista. "El ciclismo se desmorona, subsiste con lo justo, a espaldas de Armstrong", advierten los que así opinan, emplazando al día en el que el americano vuelva a sepultar su dorsal para que queden expuestas las costuras de un deporte golpeado por el escándalo, que sigue pasando factura. El ciclismo estatal, por ejemplo, se ha declarado insolvente. Así que sus ciclistas, incluidos los vascos, hacen cola en el INEM. Astarloa, Gaztañaga, Camaño o Herrero (estos dos últimos aún albergan alguna esperanza, nimia, sin embargo), por citar algunos, son ahora ciudadanos de a pie. Es la realidad que subyace. Cruda. El temporal lo soportan los organizadores con estoicismo. No hay bajas remarcables en un 2010 en el que el ciclismo corre hacia una globalización irrenunciable; es un deporte que empieza a despegarse de la Europa ciclista, su feudo tradicional. Se ensancha. Australia, que este año acoge el Mundial, o Estados Unidos lo reclaman con el apoyo de la UCI, que desde 2009 evita enfrentarse al Tour, el descomunal monstruo que este año ha engullido la Dauphiné Liberé.
De todo eso tiene la temporada que amanece. Carreras que promocionan y otras que subsisten con el agua al cuello; ciclistas que ya no lo son; equipos imperiales recién creados -BMC, Sky o RadioShack-; corredores siderales, Andy Schleck, Valverde, Samuel Sánchez, Wiggins, Evans, soñando con gestas memorables... Todo a la sombra de la metáfora. Del Alí-Frazier. Del combate del siglo.