40 años del caramelo envenenado de The Jesus and Mary Chain
‘Psychocandy’, uno de los mejores debuts de la historia, sigue vivo con su mezcla de ruido saturado, melodía, violencia, drogas y rabia juvenil
Hubo pocas bandas más interesantes y revolucionarias en la música popular que The Jesus and Mary Chain entre mediados de los 80 y los 90. Para muchos, el grupo escocés de los hermanos Jim y William Reid, fue lo mejor que le sucedió a Gran Bretaña tras el estallido del punk y de Sex Pistols y Joy Division. Este martes 18 de noviembre cumple 40 años Psychocandy (Warner), su debut discográfico, uno de los mejores primeros discos de la historia gracias a su mezcla de ruido saturado, melodía, violencia, psicodelia, drogas y rabia juvenil.
La banda, que ayer encabezó el festival Shiiine On Weekender para presentar su último trabajo, Glasgow Eyes, junto a Ash, Cast, UNKLE e Inspiral Carpets, celebra el 40º aniversario de su debut este martes 18 con una edición limitada en vinilo rojo y blanco salpicado, y de su reedición en compacto. Sus fans de USA contarán con una publicación limitada en vinilo color miel en una funda de bolsillo único, con la carátula original y el sonido en “súper alta definición”.
Hasta arriba de drogas y alcohol, el grupo creó su propio estilo alimentándose del proto-punk de The Stooges, el glam de David Bowie, la furia anarko punk de Sex Pistols y el pop de los Beach Boys y de los grupos de chicas de los 60 y las producciones de Phil Spector. Todo aderezado con letras oscuras, humo, cuero, greñas ensortijadas y gafas Ray Ban incluso con el sol de mediodía.
¿Cómo empezó una carrera en la que nunca dieron su brazo a torcer y sin dejar de ser esa pareja de tipos tímidos y melancólicos? William Reid (1958), compositor y guitarrista, y Jim (1961), al micrófono, procedían de East Kilbride, a 15 kilómetros de Glasgow. Según declaran en Besos de alambre de espino (Ondas del Espacio), biografía de Zoë Howe, su pueblo era “el puto neolítico, Stone Age con ventanas”, y ellos “los marginados de una ciudad marginada”.
El glam primero y el punk después, combinado con The Sangri-Las, la Velvet, los Ramones y Einstürzende Neubaten, les impulsaron a formar sus primeros grupos (The Poppy Seeds y The Daisy Chains), con una guitarra desafinada, el pedal roto y un bajo de tres cuerdas del que se ocupaba Douglas Hart, otro escocés inadaptado. Los hermanos Reid y él, enfundados en cuero negro y con el pelo cardado, probaron el ácido y empezaron a componer letras surrealistas y oscuras que, desde el principio, escondieron entre melodías tan dulces como el azúcar.
El nombre del grupo fue cosa de Jim, que lo eligió por “surrealista, confuso y por evocar imágenes increíbles” en una época en la que Wham, Phil Collins y Nick Kershaw copaban las listas inglesas. Ellos, con un batería llamado Murray Dalglish, dieron sus primeros conciertos. Cortos, muy cortos. 15 minutos apenas y les echaban del escenario. Tiempo suficiente para dejar sorda a la audiencia con su tormenta eléctrica.
Con la ayuda de Bobby Gilliespie, quien luego pasó a ser su batería antes de coronarse con Primal Scream, y de Alan McGee, impulsor del sello Creation, lograron grabar su primer single, Upside Down (172 libras), con el Vegetable Man de Syd Barrett (Pink Floyd) en la cara b, y el eterno Psychocandy tras convertirse en la gran promesa gracias a la prensa y la mezcla de violencia que los hermanos compartían en vivo con los pirados que les veían como la continuidad de Sex Pistols.
Eterno, ruidoso y melódico
Con Gilliespie a la batería, que tocaba de pie, como Moe Tucker (The Velvet Underground), los Reid firmaron un disco histórico. La bestia se hizo muy grande, con la máxima de usar el arte como terrorismo. La violencia en vivo era parte teatro, parte expresión y parte mecanismo de defensa de un dúo asocial que no entendía el mundo exterior. “Nunca me entenderás”, repetían en Never Understand, y abundaban en la idea en la sensación de soledad y peligrosidad en Upside Down.
¿Y las canciones? Historia indeleble de la música popular, un puñetazo que se reparte entre el cerebro y los testículos. Se abría con Just Like Honey, un clásico antes de hacerse popular al incluirse en Lost in Traslation. El tema, que roba con alevosía el ritmo de Be My Baby, de las Ronettes, ejemplifica su mayor virtud, la de combinar ruido y melodías encantadoras. Un caramelo envenenado: “Seré tu juguete de plástico por ti, como la miel… tragarme la escoria es lo más difícil para mí”.
Además de ejemplos de noise pop como Never Understand y My Little Underground, en la vertiente pop de Psychocandy destacan Taste of Cindy, que trata sobre la dependencia (¿chica o drogas?), The Hardest Walk o Sowing Seeds, con otro saqueo al pop de chicas de los 60. Y entre la electricidad furibunda, The Livind End, Taste The Floor, In a Hole… Al oírlos por vez primera, con los oídos casi sangrando, el no iniciado pensará que el zumbido saturado que desprenden es fruto de algún problema en su radio o equipo de sonido.
Existe una edición ampliada del Psychocandy con un sonido más precario. Destacan Suck, Boyfriend´s Dead, Cracked o un delirante Jesus Fuck, donde se oye “Jesús, cadena, joder” repetido incesantemente. Psychocandy va de estar enamorado de uno mismo, de sentirse ante el mundo como “un cuchillo afilado”, de sueños de suicidio, angustia adolescente y la música como refugio ante la incomprensión exterior de unos tipos realmente “jodidos” que cantan: “Dios escupe sobre mi alma, hay algo muerto dentro de mi agujero… corazón y alma”. Un clásico, joder!
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