Un 18 de julio de hace 45 años, con la llegada de la canícula, se publicaron dos de los discos más oscuros de los años 80, dos ejemplos de un post punk que todavía hoy reina en 2025. De un lado, Closer, de Joy Division, un monumento al dolor y a la incomunicación que fue el testamento de su líder, el cantante Ian Curtis, que se había suicidado dos meses antes. Del otro, Cocodriles, el debut de Echo & The Bunnymen, una banda que sigue en activo y que en 1980 puso los primeros cimientos de una obra legendaria, melancólica, elegante y de trazos psicodélicos creada entre tinieblas.

Compañeros de generación y experimentación sonora de Siouxie and The Banshees, Wire, The Fall, PIL, Bauhaus, The Cure, The Psychedelic Furs o Gang of Four, Joy Division y Echo & The Bunnymen han influenciado y marcado el camino a varias generaciones que aún hoy, casi medio siglo después, siguen creando entre tinieblas, bebiendo de aquellos postulados experimentales y enriqueciéndose con sonidos diversos, de la electrónica al hip hop. ¿Ejemplos? De The Rapture a Yard Act, black midi y Black Country New Road, pasando por Fontaines D. C., Dry Cleaning, Viagra Boys, Sleaford Mods, Ploho… Todos con sus particularidades y variantes.

Uno de los monumentos del género es Closer, el segundo y último disco de Joy Division. Sí, el de la portada de la tumba diseñada por Martyn Atkins y Peter Saville ubicada en el cementerio de Génova, publicado justo un año después de Unkown pleasures. El disco salió a la venta el 18 de julio de 1980, justo dos meses después del suicidio de Ian Curtis, que cortó por lo sano –se colgó de una soga escuchando de forma recurrente y compulsiva el disco The Idiot, el de resurrección de Iggy Pop con apoyo de Bowie– harto de sus episodios epilépticos, su paranoia y líos sentimentales.

Ni Curtis ni su grupo eran punks, pero sus ritmos monolíticos y marciales estaban inspirados por su energía y rabia. Y eran oscuros, muy oscuros. Tanto como la exuberancia loca que demostraba en escena el cantante, que, unido a sus problemas con la epilepsia, llevaban al trance al intérprete y convertían cada encuentro con los seguidores en una cita intensa que nunca olvidarían.

Si ‘Closer’ cerró la carrera de Joy Division, ‘Cocodriles’ abrió la de Echo and The Bunnymen, el grupo del compositor y cantante Ian McCulloch

Closer, que se grabó en los estudios Brittania Row (Londres) con Martin Hannett a los mandos entre el 18 y el 30 de marzo de 1980, se convirtió en una obra maestra a pesar de los problemas personales y de salud de Curtis, que repercutieron en el proceso. Con unos textos de gran carga literaria, ya que el líder era seguidor de J. G. Ballard y Joseph Conrad, sus baterías marciales y repetitivas, sus bajos apocalípticos, las guitarras desquiciadas y una puerta ya entreabierta a la electrónica posterior, cuando la banda se reconvirtió en New Order, el álbum sigue vigente, como las grandes obras de arte ajenas al calendario.

Desde los horrores y asesinatos narrados en Atrocity Exhibiton hasta el final con Decades, con unos sintetizadores que aventuran ya la siguiente aventura, el Ceremony de New Order, el disco es una obra capital del post punk… y de cualquier género. Ahí están para probarlo el bajo de Isolation y los sintetizadores gélidos mientras Curtis canta “lo estoy haciendo lo mejor que puedo, estoy avergonzado de la persona que soy”.

O la guitarra espartana pero incisiva de Passover; el drama de la separación en Colony; el ritmo vivo y la guitarra directa de A Means to an End; la rítmica implacable de Heart and Soul, que sonaría en el infierno si allí se organizara una rave; la letanía deprimente de The Eternal o esos versos de Twenty Four Hours en los que se oye “tengo que encontrar un destino antes de que sea demasiado tarde”. Al final, no lo vislumbró. Fruto del dolor, suena como una herida abierta y supurante.

Un magnífico debut

Y si Closer cerró la carrera de Joy Division, Cocodriles abrió la de Echo and The Bunnymen, el grupo del compositor, cantante y bocazas Ian McCulloch. Grabado entre los estudios Eden londinenses y los galeses de Rockfield, es otro clásico popular, otro de los mejores trabajos de los 80 y la muestra de la creatividad de un grupo –completado por Will Sergeant (guitarra), Les Pattinson (bajo) y Pete de Freitas (batería)– grandioso al que todavía se le veían las costuras/influencias pero que ya ofrecía pistas de lo que sería: una conjunción de oscuridad, elegancia, psicodelia, ecos vocales de Jim Morrison, dramatismo y buenas y pegadizas canciones.

45 años después, escuchar Cocodriles es una gozada para los sentidos. La voz grave de McCulloch y las imaginativas guitarras de Sargeant lideran un repertorio sin mácula desde la lisergia e intensidad creciente de Going Up. Y el disco sube y sube a medida que van sonando Stars are Stars, toda una caricia pop; las baterías de Monkeys; el riff inolvidable de Rescue y ese estribillo en el que Ian pide que acudan a rescatarlo; las sensibles teclas de Williers Terrace; la psicodelia de Pictures on My Wall y Happy Dead Men; el teclado garajero de Do It Clean; el crescendo, impulsado por la batería, de All That Jazz, o ese “¿quién quiere amor sin las miradas?” de Read It in Books. Lo dicho, dos gemas imperecederas a rescatar en su 45 aniversario.