Son innumerables las canciones incluidas en el cajón de sastre de la música popular que incorporan la palabra fuego. Quien mejor que Mogwai para usarla, adalides del posrock instrumental de los últimos 30 años, cuyas guitarras te embaucan con pasajes líricos hasta que destrozan tus tímpanos con sus famosos crescendos intensos y ardientes de electricidad. Hay mucho, y bueno, de sus ejercicios de estilo en su nuevo álbum, The Bad Fire (Rock Action. Music As Usual), pero también añadidos de electrónica, retazos de pop e incursiones en el shoegaze que, sin sorprender ya, convierte en más que disfrutables sus 10 canciones.
Son ya 11 discos los que tienen a sus espaldas Mogwai. En verano se cumplirán tres décadas desde su formación como quinteto, en el piso familiar de su guitarrista y cantante, Stuart Braithwaite. Del quinteto inicial sobreviven también Dominic Aitchison (bajo), Martin Bulloch (batería) y Barry Burns (teclados y guitarra). Era junio, estaban en Glasgow y aquel piso de Stuart acogió “el primer ensayo” de la banda. Pronto advirtieron que su sonido era diferencial. E igual de pronto se lo tomaron muy en serio. “No en el sentido de vamos a ser famosos, sino de vamos a grabar un disco”, recuerda Stuart.
Lo consiguieron con Rock Action, un trabajo espectacular que sí, les convirtió en adalidades de un rock mayormente instrumental y minimalista que recibió la etiqueta de posrock y que, con el paso del tiempo y de los discos, les ha otorgado credibilidad y buenas críticas hasta que se produjo el milagro y su trabajo anterior y pospandémico, As The Love Continues, les aupó a lo más alto de las listas británicas con un repertorio alejado del pop mainstream y los ritmos de raíz latina más actuales.
Repitan el milagro o no, los escoceses han cumplido con The Bad Fire, el décimo primer álbum de estudio, al que habría que sumar varias bandas sonoras cinematográficas –The Ravenants, Before the Flood...– que han ido añadiendo novedades cinemáticas y expresivas a un estilo mayormente instrumental y muy marcado desde los inicios. El álbum, que acaba de publicarse, cuenta con la colaboración del productor John Congleton, que ha trabajado con St. Vincent, el dúo femenino Sleater–Kenney y John Grant, entre otros, un técnico afín a los sonidos rugosos y áridos.
La calma y el infierno
El álbum, al que Congleton le aporta nitidez en los arreglos sin olvidar la contundencia y grano cuando resulta necesario, lleva en su título una expresión que en Escocia se usa como metáfora del infierno. Ni ellos mismos saben si es resultado de los graves problemas de salud que ha sufrido la hija de uno de sus miembros o responde solo a la ironía que suelen incorporar estos. Los más recientes son Dolor de cadera en un vegano pálido y Si encuentras este mundo horrible, deberías ver algunos de los demás.
Refractarios a la nostalgia y al aplauso fácil, los escoceses entregan 55 minutos que son la prueba palpable de su viraje hacia una visión más pop y accesible, controlando la duración de las composiciones –su récord fue Mogwai Fear Satan, de 16 minutos–, abriéndose a introducir voces y a juguetear cada vez más con los arreglos electrónicos. Y este nuevo álbum consolida ese estilo que ha convertido ya a los escoceses, con la crítica de buena parte de sus seguidores iniciales, en pasto de un público mayoritario… en el circuito en el que se mueven, claro.
Su sonido arquetípico, el que les dio fama y les convirtió en estandarte de los sonidos alternativos internacionales, sigue vivo en The Bad Fire. Recuerda a las palomitas de maíz: plácidas y serenas, esperando su momento, hasta que las introduces en el microondas y cobran vida, se agitan, saltan, crecen y se disparan para dejarte, después, con un gran sabor de boca.
Así se muestran God Gets You Back, con sintetizadores y guitarras flotando psicodélicas, a lo Ride, Hi Chaos o las citadas Pale Vegan Hip Pain, bella, lírica y con una serenidad que roza lo monumental, e If You Find This World Bad…, que incorpora una percusión marcada para otro ejercicio de estilo del posrock, con la banda va dibujando melodía y ritmo, haciéndolos crecer para explosionarlos después en otro crescendo de los suyos, pleno de electricidad rugosa y abrasiva.
Pero hay más, como la cinemática What Kind of Mix is This, con más sintetizadores que guitarras que la arrastran hacia terrenos sinfónicos; el rock crudo y directo de Fanzine Made of Flesh –otro título que se las trae– que une a Slowdive con un vocoder como los de Daft Punk; la melodía hechizante y el ritmo juguetón impulsado por la electrónica en Hammer Room, que emula a unos Air rockistas, o el instrumental solemne y repleto de lirismo Fact Boy, que cierra un disco que, aludiendo a su vieja pero inolvidable canción, Take Me Somewhere Nice, nos sigue llevando a terrenos saturados de belleza, elegancia y emoción.