Recordaba hace unos días Óscar Arroyo, director de la Biblioteca Nacional de España, que el término biblioteca tiene su origen etimológico en la combinación de dos palabras del griego clásico que hacen referencia a una caja de libros. Pero explicaba también que el paso de los siglos ha variado ese concepto de mero contenedor de volúmenes y legajos, convirtiéndolo primero en un espacio de formación y recreo hasta llegar al “carácter de servicio público asentado que tiene hoy en día”. Sobre esa evolución, pero especialmente sobre el papel que las bibliotecas desempeñan en la actualidad y el modo en el que deben hacerlo se habló en el coloquio que Bidebarrieta Kulturgunea albergó recientemente. Bajo el título Las bibliotecas, puertas de acceso a la cultura, el propio Arroyo; el responsable de la biblioteca de Muskiz, Fernando Juárez, y la directora de la Red Municipal de Bibliotecas de Bilbao, Itziar Folla, esta última en funciones de moderadora, disertaron sobre la transversalidad de las funciones que deben asumir estos centros.

Para poner en valor la importancia de los recursos bibliotecarios, Arroyo quiso equipararlos con los servicios sanitarios: “Unos curan el cuerpo y respecto a los otros me gustaría creer que curamos el alma, de alguna manera”. Por ello, los entiende como “ese servicio de cabecera, de proximidad. Allí donde haya un núcleo de población lo primero que debe haber es una biblioteca pública, del tamaño que sea, adaptada a la población del lugar”. Y considera que su papel “como servicio cultural básico para los ciudadanos es algo que la legislación tiene que amparar”.

Fernando Juárez, en cambio, se mostró bastante escéptico en torno a la protección legal de este sector: “Como profesional, me gustaría que, de vez en cuando, se desarrollasen las normas y se aplicasen. Hay un marco legal que sistemáticamente no se cumple y eso nos está penalizando”. Sin embargo, confesó que “no sabría decir lo que es una biblioteca” y subrayó, en esa línea, que en ellas “lo más importante no son ya los libros”. A su juicio, “son básicamente espacios de socialización, muy transversales, en los que tiene cabida todo tipo de personas. Es algo en lo que coincidimos todas las bibliotecas, la de Muskiz, la de Bidebarrieta o la misma Biblioteca Nacional”.

Y, precisamente, esa vocación por servir de plataforma para la socialización ha derivado en una evolución en el enfoque de su servicio. “Hace años, las bibliotecas éramos una institución ilustrada, entendíamos que teníamos el canon de lo literariamente aceptable y proponíamos una serie de lecturas a la población en general. Actualmente hemos flexibilizado mucho las normas, hemos dado cabida a géneros que antes eran impensables, desde la novela romántica, que es lo que más se presta en cualquier biblioteca pública, a los cómics, los videojuegos, todo el entorno digital... ¿Fomentamos las bibliotecas el consumo de literatura? Me gusta pensar que las bibliotecas facilitamos el disfrute de los derechos culturales de la ciudadanía sean estos los que sean y obviamente, intentamos que la literatura tenga un hueco en ese disfrute”, aseveró Juárez, quien admite que el bibliotecario de pueblo “necesita ser un hombre-orquesta para las necesidades de las personas que acuden”, aunque ve esto “como una fortaleza”

El bibliotecario de Muskiz describe que “el imaginario de la biblioteca de pueblo era ese sitio al que van los niños a hacer los deberes por la tarde” y que “cuesta mucho cambiar esa visión”. Juárez está convencido de que el usuario habitual ya ha variado esa percepción, si bien lamenta que “nuestros responsables políticos están todavía en la versión anterior del imaginario y eso tiene una repercusión en el presupuesto”. Óscar Arroyo citó estudios en los que se reflejaba que “cada euro que se invertía en bibliotecas tenía un retorno para la ciudadanía en forma de servicios de en torno a cuatro euros”.

Pero no solo está cambiando el imaginario de bibliotecas de pueblo, como la de Muskiz. También en la Biblioteca Nacional se han roto muchas inercias en los últimos tiempos. Así, tras su llegada a la dirección de la institución, Óscar Arroyo se ha empeñado en “cambiar la imagen de templo del saber para investigadores, intentando abrir puertas y ventanas para que corra el aire”. Y frente al rechazo de los más puristas, cedió la escalinata de entrada al majestuoso edificio para un desfile de modelos con motivo de la Gala de la Moda de España. “Ya lo habían pedido antes, pero hasta ahora se habían negado en redondo. Yo dije que claro que sí. Por allí pasó todo el papel couché de este país, se retransmitió por televisión… Fue un éxito tremendo. A partir de ahí han surgido proyectos con modistos. Estamos intentando unir la industria cultural de la moda con el conocimiento y el patrimonio que tenemos, que no es para tenerlo guardado en unas estanterías. Es una forma de poner en valor a la institución. El custodiar lo que tenemos allí por sí solo no lleva a ningún sitio, las cosas hay que usarlas y tienen que estar a disposición de la ciudadanía”, explicaba el responsable de la Biblioteca Nacional.

Uno de los grandes retos a los que se han tenido que enfrentar las bibliotecas en las últimas décadas es el de la digitalización. “El año pasado, se llegaron a digitalizar 5 millones de página de nuestro fondo histórico”, reveló Arroyo. Esa obligada adaptación les ha llevado también a subirse al carro de las redes sociales. “La de Muskiz fue la primera biblioteca de todo el Estado que tuvo cuenta de Twitter”, apuntó Juárez, si bien reconoció que “últimamente estamos en una fase de desengaño, porque vemos que se nos va de las manos”. Por ello, asegura que “para nosotros la mejor red social es el mostrador de la biblioteca, de ahí el lema que tenemos: el silencio es un servicio que la biblioteca ofrece, pero que no garantiza”.

Sobre la vigencia del libro en papel, los ponentes se mostraron optimistas. Juárez añadió que “todavía es más fácil leer en papel que en digital en una biblioteca”. Por lo que parece, los nostálgicos pueden estar tranquilos.